Las jabitas de nailon se han convertido en marca registrada. Sin 
complejos, compiten con los Habanos, el ron Havana Club o las 
espectaculares mulatas de Tropicana
Iván García / Especial para martinoticias.com 28 de febrero de 2012
Fotografía de archivo de varias personas haciendo cola en la entrada de 
la repostería "La isla de Cuba", ubicada en el barrio de La Habana 
Vieja. EFE/Alejandro Ernesto
Es raro que un cubano de a pie, dentro de su jaba, mochila o bolso, no 
lleve varias jabitas de nailon para echar alimentos o cualquier cosa de 
utilidad hogareña. Seguirle la pista al arribo de las papas, huevos o la 
media libra de pollo que mensualmente se oferta por la libreta de 
racionamiento, es casi un pasatiempo nacional.
En las colas del agro (mercado agrícola), carnicerías o bodegas, 
mientras se espera, se traman permutas de viviendas, se hacen amistades 
y hasta se liga a una solterona. Santiago, 78 años, jubilado, en lo que 
espera para adquirir su cuota de un picadillo  condimentado con un olor 
repugnante, se entretiene contándole a un vecino, jugada por jugada, el 
último partido de béisbol trasmitido por la tele.
Los jubilados o las personas que no trabajan, que en Cuba son bastante, 
no tienen por qué preocuparse de los exóticos horarios de los agros o 
bodegas, y se enteran de primera mano cuándo llega el pescado o el pollo.
Quienes trabajan y en su familia no tienen a nadie que le siga la ruta a 
los mandados, sufren lo suyo. Dania, 34 años, maestra de primaria, luego 
de trasladarse en un atestado ómnibus urbano, regresa a su hogar ajada y 
sudorosa.
"Apenas llego, recojo al niño en casa de la señora que me lo cuida. 
Después me cambio de ropa y paso por la bodega o la carnicería a ver qué 
vino. Mi esposo suele regresar más tarde, así que la ronda de los 
mandados me toca a mí", cuenta en la cola del agro para comprar papas, 
durante varios meses desaparecidas de la dieta del cubano debido al 
desabastecimiento estatal.
No pocos dolores de cabeza padecen trabajadores y empleados debido a los 
horarios de los comercios. Las tiendas por divisas deben abrir entre 9 
de la mañana y 6 de la tarde. Deben. Por lo general, abren media hora 
más tarde y cierran media hora antes.
El horario de las bodegas estatales, al menos en La Habana, es de 8 de 
la mañana a 1 de la tarde. Abren de nuevo a las 4 y media hasta las 7 de 
la noche. Los primeros días del mes, cuando llegan los cinco o seis 
productos que actualmente se ofertan por la libreta (arroz, azúcar 
blanca y prieta, un sobre de café ligado con chícharos y 20 onzas de 
frijoles), las colas suelen ser más largas.
Y es que para esa fecha, la mayoría de las familias cubanas tienen las 
despensas vacías. Y ante la escasez de arroz y azúcar acuden de prisa a 
la bodega.
El horario de los agros es de 8 de la mañana a 6 de la tarde. Sus 
precios andan por la estratosfera. Pero la gente no tiene más opción, 
porque en ellos es donde único pueden conseguir viandas, frutas, ajo, 
cebolla o un trozo de carne de cerdo o carnero.
Los que reciben dólares o euros de sus parientes en Estados Unidos o 
Europa, se pueden dar el lujo, siempre dentro del estrecho horario 
predeterminado por el Estado, de efectuar sus compras en tiendas más 
surtidas, como el antiguo Diplomercado, en Primera y 70, Miramar. 
También en el centro de la ciudad hay numerosas 'shoppings' en las 
cuales, entre otros productos, por 11 pesos convertibles o cuc (12 
dólares) se consigue una bandeja con cuatro bistecs de res, finos como 
si fueran lascas de jamón.
Los precios son de apaga y vámonos. Ahora mismo, en el mercado Isla, 
justo frente al Parque Fraternidad, una anciana vuelve a contar un 
puñado de billetes antes de pasar por la caja, a ver si le alcanza para 
pagar un kilo de merluza, a 6.70 cuc; 5 potecitos de yogurt de frutas, a 
0.70 centavos cada uno, y un kilo de queso Gouda a 9 cuc. "Es una 
barbaridad, pero tengo a mi nieto enfermo", dice la señora.
Cuando de comprar aceite o puré de tomate se trata, a la mayoría de los 
cubanos no le queda más remedio que adquirirlo en moneda dura. 
"Imagínate, por la libreta nos dan media libra de aceite por persona. Y 
ya ni en los agros se puede conseguir puré de tomate", apunta Octavio, 
quien habitualmente hace las compras de su casa.
En Cuba, se ha vuelto normal  ver a un vecino preguntarle a otro: "¿Tú 
sabes qué vino a la carnicería?" O pasar por la bodega e indagar si ya 
llegó el café o la sal.
Los habaneros tienen una manera para saber cuándo van a distribuir la 
media libra de pollo o el picadillo condimentado de olor repugnante. Lo 
hacen a través de Tribuna de La Habana, escuálido periódico con cuatro 
páginas de papel de bagazo y escasas noticias. Solamente circula los 
domingos, pero ofrece la información sobre las ventas de alimentos 
racionados en los 15 municipios de la capital.
Comer en Cuba, además de llevarse de golpe el 90% de los ingresos 
familiares, ha generado una costumbre: la de tener que estar todo el 
tiempo indagando sobre la  llegada de los alimentos a bodegas y 
agromercados.
Una auténtica manía en muchas amas de casas y familias. Y es que no 
pocas veces, el plato fuerte de su cena depende de lo que arribe a la 
carnicería.
http://www.martinoticias.com/noticias/Cuba-la-pista-de-los-mandados-140693293.html
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