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Sunday, December 06, 2009

Marginales de arrabal

Marginales de arrabal

La noche es su mejor aliada. Y Pedro, 21 años, desempleado, lo sabe
aprovechar como nadie. Vive en una choza de aluminio y tablas mugrientas
junto a cuatro hermanos y su madre, a quien le gusta tomar alcohol
filtrado con miel de pulga hasta la inconsciencia.

Toda la familia de Pedro vino huyendo de un villorrio en un municipio de
Guantánamo, provincia a mil kilómetros al este La Habana. Toda su vida,
recuerda, han comido poco y mal, y bebido ron en exceso. Y el dinero,
bien gracias.

-Esos papelitos con gente pintada siempre los hemos extrañados en
nuestros bolsillos, confiesa.

Llegaron a La Habana hace un par de años, y en las afueras, bordeando la
Autopista Nacional, montaron su rancho. Típicas favelas locales
conocidas como "llega y pon", pobladas por escuálidas personas, por lo
general negros y mestizos sin futuro. Como la familia de Pedro, que en
un santiamén arman un techo para dormir.

En la capital, la familia de Pedro se las apaña como puede. Emelina, la
madre, con su pequeño pomo plástico repleto de ron casero, lo mismo
vende jabas de nailon a peso, que en los alrededores de una panadería,
de forma discreta, oferta mantequilla o queso crema de confección artesanal.

-Al final de la jornada me busco 30 o 40 pesos, no más, señala Emelina,
señora de gruesa papada que dice tener 48 años, pero aparenta casi 70.

El resto de sus hijos, una hembra y tres varones, a duras penas
terminaron la secundaria. Maritza, 17 años, se dedica a la prostitución.
Suele pararse y sacar la mano a los vehículos que a más de 100 km/por
hora circulan por la Autopista. Si alguien por su cuerpo delgado y tetas
provocativas, se detiene, entonces se hace el negocio. 40 pesos por una
mamada y 80 porque la penetren.

Ella sueña con otro tipo de vida. Comer caliente todos los días y un
marido bueno y decente que la recoja al buen vivir. Mientras llega su
buena estrella, todas las noches sale a "resolver".

-Soy puta para no morirme de hambre, dice con voz tenue, mientras
distraída mira sus largas uñas, pintadas con la bandera de Estados Unidos.

Los otros dos hermanos de la familia son algo retraídos, pero
trabajadores. Suben hasta 20 metros de altura para desmochar palmas. En
los caseríos de los arrabales habaneros, las hojas de yagua de las
palmas son muy bien cotizadas.

-A veces se buscan hasta 500 pesos (20 cuc), señala la madre con aspaviento.

Para ellos es mucha plata. El ladrón es Pedro. Aprovecha las noches
cerradas para robar en un frigorífico estatal junto a otros amigos.
Entran por el techo de tejas de la instalación y roban cajas de pollo
congelado o sacos de papas.

Con el dinero del hurto, Pedro se compra ropa de marca y tenis Nike. Su
madre desconoce sus fechorías.

-Quisiera salir de la pobreza y tener una casa de cemento, que cuando
llueva no se moje por dentro. Poder ir a discotecas y tomar cerveza de
la buena.

Por ello, cuando cae la noche sin luna en los alrededores de la
Autopista Nacional, Pedro sabe que esa será una oscuridad provechosa
para intentar cambiar su destino. Aún no ha visitado la cárcel. Pero
está en camino.

Iván García

Marginales de arrabal « Desde La Habana (6 December 2009)
http://vocescubanas.com/desdelahabana/2009/12/06/marginales-de-arrabal/

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