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Wednesday, June 04, 2008

Jorge Edwards: «En Cuba no le tengo miedo al palo; me da miedo el abrazo»

Jorge Edwards: «En Cuba no le tengo miedo al palo; me da miedo el abrazo»
POR ANTONIO ASTORGA.

Jorge Edwards acaricia las palabras como Elías Figueroa sacaba petróleo
de la mina chilena. Figueroa ha sido el mejor futbolista chileno de
todos los tiempos, un líbero irreductible; Edwards es un sublime
escritor: con ambos la elegancia estableció un pacto. A su edad,
prodigiosa y envidiable, después de haber escrito tanto, de haber
viajado tanto, de haber sufrido y amado tanto, el estímulo de un premio
como el Iberoamericano de Narrativa por «La Casa de Dostoievsky»
(Planeta-Casa América 2008) «nunca está de más», dice el premio
Cervantes. Le renueva la energía, y le carga las alcalinas de la ilusión
porque la literatura «es vocación».
«La Casa de Dostoievsky» le debe mucho al poeta Enrique Lihn, muy amigo
suyo, y hoy muy leído en Chile y en el resto de América del Sur, quien
puso el primer ladrillo. Lihn le contó a Edwards que vivía en una pieza,
un dormitorio alquilado, una casa vieja en la que fue acumulando trastos
inútiles: zapatos viejos, máquinas obsoletas, papeles... hasta que no
pudo abrir la puerta. Un día desesperó, salió por la ventana, dejó la
llave dentro, y no volvió. Edwards relató ese suceso en 70 páginas, pero
al releerlo se dio cuenta de que estaba ante una novela. Él había
ingresado en la literatura por la poesía.
Jorge Edwards vivía en un viejo sector del centro de Santiago de Chile,
donde el aire lo habitaban historias que todo el mundo contaba: el
vendedor de Prensa, su madre, su abuelo, los curas jesuitas... Publicó
«El patio», y de allí nunca salió «como otros no salieron jamás de la
casa de Dostoievsky». Así como leía a los existencialistas franceses, a
Sartre, adoraba a Chejov, a Gogol, a los rusos...
«La Casa de Dostoievsky» es el hogar de la Literatura: «Todos esos
autores eran críticos del sistema social, del orden establecido, pero
finalmente en este libro también se hace la crítica de la crítica». Los
personajes de la novela de Edwards llegan a Cuba, y al ver lo que es el
socialismo real hacen la crítica de la crítica: «Hay una oposición
continua en esos personajes -dice-. Una vez impresioné a mis amigos con
esta maravillosa frase de Balzac: «Pertenezco a la oposición que se
llama la vida». No es la oposición a la vida; es lo contrario: la vida
como oposición».
«Que le beque su papá»
La primera parte de la novela, en su versión anterior, se llamaba
«Materiales de demolición». Después Edwards lo cambió por «La espalda de
Teresita» -el amor del protagonista del relato: el Poeta, así en
mayúsculas- porque le parece que «ese baile en el que el chico le
revienta los botones a ella en su nerviosismo y pasión es determinante,
y Teresita llega hasta el final con él, en relaciones de conflicto,
etc... Teresita sí que es un invento, es una ficción en estado puro. Me
siento muy propietario de Teresita, pero siento que no es más que
fantasía».
El Poeta de Edwards es un lírico del asfalto, urbano, «citadino»:
«Cuando el tipo se va a una casa de la playa fracasa y no puede
escribir. La casa está rodeada de árboles inclinados, jorobados por el
viento. Donoso vivió ahí, y tampoco pudo escribir nada. Era demasiado
literario el paisaje. El exceso de literatura es peligroso».
Edwards confiesa que ha hecho muchas cosas en vida, algunas
extravagantes, pero su fidelidad ha sido a la escritura y a la lectura:
«He descubierto detalles sobre la muerte de Monataigne que son
fascinantes: políticos y amorosos. Escribiré «La muerte de Montaigne».
Pero es muy caro escribir, ¿sabe? Tengo que ir a París, a la Biblioteca,
y a Burdeos a visitar la torre, y quiero ver la Iglesia donde está
enterrado. Perderé dinero, pero no pediré becas. Yo pertenecía a la rama
pobre de una familia que era bastante rica en su tiempo. Y no podía
solicitar becas porque una vez lo hice y la comisión me dijo: «Que lo
beque su papá». Y mi papá no me podía dar becas porque era de los
Edwards pobres».
«Memorias de un niño viejo»
En «Persona non grata» Jorge Edwards desplegó confrontación y crítica
contra el régimen cubano, que le expulsó. En «La Casa de Dostoievsky»
está la gracia y la salsa cubano-popular: canción, bares, pianistas,
mulatas, mar, paisaje, y la política «un poco más lejos». «No he vuelto
a Cuba. ¿Sabe por qué? Yo no lo tengo miedo al palo. Esto me lo dijo
Neruda una vez a propósito de Franco. Le tengo miedo al abrazo, a que te
saquen en la foto». Sobre la situación política actual opina que «las
medidas que ha tomado Raúl Castro, aunque son menores y cautelosas, ya
inician una transición irreversible».
«¿Sabe usted lo que me gustaría hacer ahora?», nos pregunta Edwards.
Dispare, maestro: «Un libro de una memoria muy profunda, de infancia, de
personajes que conocí en los años 40, de lo que me contaban mis abuelos
y mis padres del Chile antiguo. Un libro muy literario, un poco sombrío,
pero con sus lados alegres. Porque yo en la infancia lo pasé mal. Fue
una infancia represiva, con mucha misa. Era monaguillo, ayudante del
cardenal de Santiago, llevé el incensario, y empecé a rejuvenecer de
viejo. Fui un niño viejo, y soy un viejo más joven. El título estaría
ahí: «Memorias de un niño viejo». Se me ocurre en este minuto
conversando con usted». Le damos al poeta un bolígrafo, de tinta verde
como la sangre literaria de Neruda, y lo apunta.

http://www.abc.es/20080604/cultura-libros/cuba-tengo-miedo-palo_200806040255.html

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