Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - La obsesión más vieja que se
conoce en Cuba es la que padece el gobierno castrista con los yankis.
Data de una vieja carta enviada por Fidel Castro a su compañera de
luchas políticas Celia Sánchez, y escrita en las montañas orientales el
5 de junio de 1958.
El verdadero destino del líder cubano era y es estar en contra de cada
uno de los gobiernos que ha tenido Estados Unidos durante medio siglo.
Nunca ha podido alejar de su mente esa idea morbosa que de manera
constante irrumpe de forma imperativa e irreprimible en su conciencia y
que por suerte no se ha extendido a la población.
¿Será esa la génesis del rechazo, mezcla de odio, rabia y aborrecimiento
que siente el gobernante cubano ante cualquier movimiento opositor
surgido en la isla durante su mandato?
La realidad nos da la razón. Por estos días, y a pesar de haberse
firmado el Pacto Internacional de Derechos Humanos, el régimen castrista
flagela de nuevo a los líderes del Movimiento de Derechos Humanos de
Cuba. Anuncia vídeos de reuniones, llamadas telefónicas, correos
electrónicos, todo un entramado que pretende servir de soporte al
rechazo que hacen los dos hermanos en el poder a todo lo que huele a
disidencia.
Se le reclama a la Unión Europea, compuesta por países libres y
democráticos, una mayor cooperación con la segunda dictadura más vieja
del planeta, tomando como pretexto la pobreza en que vive, pobreza que
ha ocasionado una economía disparatada y obsoleta, dirigida por Fidel
Castro, muy similar, o tal vez peor que la dramática situación que vive
Haití y otros pueblos del Tercer Mundo.
La búsqueda de soluciones está al doblar de la esquina. Cuando en Cuba
se libere la economía y los cubanos tengan derecho a participar de ella
sin caer en ilegalidades aparecidas en un Código Penal atiborrado y
absurdo, no necesitaremos de la Unión Europea ni de ningún gobierno
estadounidense para desarrollarnos como Dios manda. Se abrirán las
cárceles entonces y de ella saldrán todos aquellos hombres y mujeres que
pretendieron, como en las comunidades primitivas, tener su propio
intercambio de bienes materiales.
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