Censuras asimétricas
Los documentales 'El Mégano' y 'PM': Ejemplos de la intromisión política
en el campo de la cultura.
Joaquín Gálvez, Miami
jueves 22 de noviembre de 2007 6:00:00
Los documentales El Mégano y PM representan dos ejemplos de censura en
la historia del cine cubano. Sin embargo, ambos cortometrajes tienen la
singularidad de haber sido censurados por razones diametralmente
opuestas, asimétricas. Con la realización de El Mégano se inicia el
llamado cine revolucionario. Sin dudas, el mismo es una vislumbre del
rumbo que tomaría la industria cinematográfica con el triunfo de la
Revolución, en 1959.
Entonces, no debe extrañar de que El Mégano cuente, en su equipo de
realización, con figuras claves del cine postrevolucionario, tales como
Julio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Alfredo Guevara y José
Massip: todos ellos pioneros del ICAIC (Instituto Cubano de Arte e
Industria Cinematográficos).
Tras una etapa de aprendizaje en el Centro Sperimentale di
Cinematografía de Roma, los codirectores de El Mégano, Julio García
Espinosa y Tomás Gutiérrez Alea, regresan a la Isla imbuidos por la
impronta que en ellos dejó el neorrealismo italiano. Estética que, por
su enfoque sociopolítico, estos realizadores consideraban la apropiada
para reflejar la realidad cubana a finales de la década del cincuenta,
dada la tensa situación política que vivía el país durante esos años de
la dictadura de Fulgencio Batista.
El escenario de realización de este documental es esa zona que
constituía la otra cara de la moneda en la Cuba republicana: el campo
cubano. Si existía una zona verdaderamente desatendida y que daba claras
muestras de desigualdad social era, sin dudas, la zona rural. Por eso,
el rodaje de este cortometraje se produce a plena luz del día,
iluminando los rostros mugrientos de los carboneros de la Ciénaga de
Zapata, sus protagonistas.
Por otra parte, corren los primeros años del triunfo de la Revolución.
En 1961, tras la invasión de Bahía de Cochinos, los discursos
incendiarios y kilométricos de Fidel Castro pretenden mantener en vilo
al pueblo, alertando sobre una invasión norteamericana. No obstante, dos
jóvenes cineastas salen a la calle con su cámara y, al mejor estilo del
Free Cinema, captan lo ya acostumbrado: el jolgorio nocturno en plena
urbanidad habanera.
En circunstancias aparentemente hostiles, Sabá Cabrera Infante y Orlando
Jiménez Leal recuerdan en PM que una inminente guerra no era escollo
para frenar la tradición ni el espíritu alegre del cubano, y menos aún a
esa hora en que la luna es una exhortación carnavalesca. PM es otro
homenaje a la noche cubana, al sentido hedonista de la cubanidad, que
seguía aflorando, a pesar de la atmósfera caldeada por truenos beligerantes.
Como mismo lo plasmó Guillermo Cabrera Infante en sus Tres tristes
tigres, en tiempos de luchas clandestinas y huelgas estudiantiles en La
Habana prerrevolucionaria, ahora también lo hacían con sus lentes
cinematográficos su hermano Sabá y su colega Jiménez Leal. No en vano,
Jean Paul Sartre, en su visita a Cuba por aquel entonces, se preguntó:
¿No sé si a esto se le puede llamar efervescencia revolucionaria o
cumbancheo revolucionario?
La pobreza rural y la noche habanera
El Mégano tiene la virtud del lenguaje visual. Las imágenes hablan por
sí solas. La pobreza en una zona rural cubana. El trabajo arduo
reflejado en los rostros tiznados y sudorosos de los carboneros. La niña
que carga en sus brazos una rústica muñeca, mientras que su infancia
transcurre al cuidado de los hornos. Cuando se acercan los capataces o
patrones, la música trasmite toda la tensión del momento.
La cámara revela, en las expresiones de los carboneros y patrones, el
antagonismo existente. Y, por supuesto, nunca faltan los que llegan a
estos lares exóticos por puro esparcimiento ocioso o turístico, como
esos que atraviesan en bote la ciénaga desde el lado cómodo de la vida y
saludan a prudencial distancia a sus harapientos y desdentados
residentes, como otra especie rara de este hábitat, que, al menos, les
despierta cierta curiosidad. Ya es la hora de recibir el mísero salario
y, de repente, vocifera un carbonero: "Hay que acabar con esto". Pero se
acuerda que deben regresar al horno, porque allí se encuentra la niña
cuyo mundo de fantasías es muy alto para descender al subsuelo de los
rigores de esta dura realidad. Así lo sentencia el rostro final del
carbonero.
Ya es de noche. Comienza PM. La lancha atraca en el muelle de luz. Allí
están los bares del puerto habanero, y, por tanto, el ron, la música y
esos cuerpos que son puro movimiento. La noche invita a unos tragos que
se mezclan con el humo del habano y las palabras al borde de una barra.
Pasan mujeres de zigzagueantes caderas y hombres de tumbao rumbero. Los
músicos se adentran en la noche; sus rostros sudorosos son la prueba del
intenso goce nocturno. Mientras tanto, las caderas zigzagueantes de las
mujeres se acoplan en un guaguancó y una rumba con el tumbao de los hombres.
Los tambores, los timbales, las trompetas, son las estrellas
emblemáticas de esta noche. De esa noche que ya comenzaba a ser
cuestionada, espiada, absurdamente censurada, sin que lo supieran aún
esa gente de pueblo, esos trabajadores portuarios que ya abordaban la
lanchita de Regla —ese ultramarino pueblo habanero— para regresar
exhaustos de goce a sus hogares, como siempre lo dictaba la usanza
capitalina. Ninguna guerra, ninguna movilización revolucionaria podía
enlutar el corazón cumbanchero del cubano. La cámara de Sabá y Jiménez
Leal hace un paneo definitivo sobre la aguas nocturnas de la Bahía de La
Habana, acaso presagiando que la noche cubana será traicionada.
Castro y Batista
Al convertirnos en espectadores de estos dos documentales, con la
distancia y la consiguiente frialdad que otorga el tiempo, podemos
constatar otra de las torpezas en la historia de Cuba: la intromisión
política en el campo de la cultura, hasta convertirse en un obstáculo
para su libre gestación. La censura de ambos documentales lo corrobora.
El Mégano fue censurado por dar testimonio de las condiciones
paupérrimas en que vivían los carboneros de la Ciénaga de Zapata, y PM,
por reflejar el espíritu alegre y festivo de los habaneros, sin
importarles las prioridades revolucionarias y patrióticas.
Por eso, esa otra realidad, retratada en PM, con raíces profundas e
imperecederas —no la realidad coyuntural y efímera de las pancartas
propagandísticas—, fue blanco de ataque por parte de Alfredo Guevara y
sus acólitos ideológicos del ICAIC, dando al traste con la proscripción
del documental y el cierre del semanario cultural Lunes de Revolución.
El revanchismo de este grupo, que encabezaba Guevara, contra el de
intelectuales de una línea más liberal, como Cabrera Infante y Carlos
Franqui, se hizo evidente en este episodio oscuro de inicios del régimen
castrista.
El Mégano constituyó la primera censura al tema revolucionario, a
diferencia de PM, que fue la primera censura al tema
contrarrevolucionario, calificativo éste que sólo podía tener cabida en
la interpretación ortodoxa y mal intencionada de sus censores. Ambos
documentales son paradigmas de circunstancias diametralmente opuestas
cuyo modus operandi resultó ser el mismo: la imagen de la pobreza rural,
censurada por la dictadura de Batista; la imagen del placer nocturno en
la ciudad, censurada por la dictadura de Castro.
http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro-en-la-red/cultura/articulos/censuras-asimetricas/(gnews)/1195707600
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