De regreso al infierno
Un hombre de sueños ha visto apagarse su porvenir entre la furia del
cañaveral y la desgracia del agua salada.
Luis Felipe Rojas, Holguín
viernes 13 de julio de 2007 4:00:00
"Donde yo nací no llueve / el pan no tiene sabor, / le han cambiado el
nombre al alba / yo no sé por qué razón".
Quizás sea este el estribillo que dé razón a la verdad de Yosvanis
Hechavarría Romero, joven cubano que decidió lanzarse hace sólo unas
semanas al mar, isla afuera, mar adentro.
Cuenta Yosvanis de su desventura como joven, como hombre de sueños que
ha visto apagarse su porvenir entre la furia del cañaveral y la
desgracia del agua salada. Por eso canta a cada momento, por eso escribe
canciones con estribillos como el que antecede a esta narración.
Tres días con sus noches atravesando el monte y los manglares para salir
a los canales de agua que los llevaran desde las costas pinareñas al
Estrecho de Yucatán. El sol. Los mosquitos. Las galletas que se acaban.
El bote al que se le abre la quilla como si fuera un sorbeto. La mar
picada. El bote que se raja y hay que virar y dejar la carga humana,
(éramos dieciséis, dice Yosvanis) en un cayo sin nombre ni ubicación. La
radio que no deja de poner a Polo Montañez cada hora. La noche que se
nos viene encima. Las esquelas de los santos, mojadas. Una mujer que
grita. Volver a los canales a reparar la barcaza.
Caminar a través del mangle, el pantano cenagoso, apunta Yosvanis, más
que una odisea, parece cosa del demonio. Cuando volvimos a ver a los que
habíamos dejado en el cayo, barbudos y las mujeres despeinadas, las
caras sucias y grasientas, recordé a San Germán, a mis vecinos de la
calle 31, a mi madre, que una vez cocinó con leña. Pensé en la muerte.
El viaje
A Yosvanis le sudan las manos mientras habla. Un vendedor ocasional está
tocando a la puerta. Hablan, se despiden y continúa contando. Estábamos
a varios kilómetros de la salida cuando decidimos erróneamente apagar el
motor, cerca de algunos cayos, y aunque pasaron unos pescadores, no les
interesamos mucho. La desgracia fue esa, el motor no se volvió a encender.
Fueron seis días a la deriva, horas del hambre más grande del mundo. La
desesperanza. Las broncas. A Sergito lo querían matar porque había
cazado un pato, pura superstición, porque cuando apretó el hambre y lo
cocinó, todos comieron sin miramientos. Una muchacha botaba sus
almohadillas sanitarias por la borda y los tiburones no tardaron en
llegar. Después el Patrón me dijo que los había visto, pero no quiso
alarmarnos. Tres mujeres hacen una oración a la virgen, a las vírgenes:
de Guadalupe, de la Caridad, del Loreto… se acaban los nombres. El mar y
el agua salada, San Germán y el agua salada. Me duermo. Me despierto.
La retención
Me duermo. Me despierto. Los flashes de las cámaras alumbran sobre
nosotros. El crucero turístico nos recibe. Por fin comemos como
personas. Yo por lo menos lo hago por vez primera en muchos años.
Segunda vez que tomo té negro, primera vez que estoy en una ceremonia
del té, negro, de la India. En la mañana casi todos están aliviados.
Cuando el Capitán me dice, vaya, no lograste el sueño americano, pero
salvaste la vida, quise morirme o que me hubiera dicho la frase al
revés. Nos pasan de un barco a otro, del confort del crucero a la
estrechez del barco de guerra. Nos obligan a formar, se ponen guantes
para tocarnos, el alimento no pasa de unas pocas onzas de arroz y
frijoles. Requisas constantes, una pregunta, dos preguntas, un millón de
preguntas.
A Sergito se lo llevan aparte, ha puesto por delante su carné del
Partido Liberal de Cuba. El oficial de inmigración le sonríe. Sergito
parece que sonríe. Pinar del Río se acerca, se aleja. La Habana, Casa
Blanca alumbra como en una postal. Villa Marista nos recibe hasta que
nos llevan a otro cuartel. Nos queman las pertenencias. Un ómnibus
Yutong nos espera. Holguín no alumbra como La Habana.
Volver… con la frente marchita
Mi madre me espera, me abraza. El oficial del G-2 me inspecciona con la
mirada de arriba abajo. Los vecinos vienen y saludan. Radio Martí repite
lo que he dicho. Un periodista independiente me espera. ¿Por Maisí o por
San Antonio?, pregunta. Por Maisí o por San Antonio, respondo. La
cuestión es volverlo a intentar. Una canción que escribí hace tiempo,
ahora me revienta en el pecho: "Donde yo nací no llueve / yo no sé por
qué razón, /el polvo cubre las almas / la yerba y el callejón".
http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro-en-la-red/cuba/articulos/de-regreso-al-infierno/(gnews)/1184292000
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