2007-02-03
José Vilasuso
La batalla final se librará entre los que fueron y los que queden. César
Vilar.
El nombre de Jorge Masetti encarna la tradición revolucionaria más
rancia del siglo que ha terminado. Su padre fundó de Agencia de Noticias
Prensa Latina y murió como guerrillero en los años sesenta. Jorge heredó
los impulsos de los tiempos duros y más que citar escenarios, nos
preguntamos, dónde no operó con su rifle en ristre.
Italia, Argentina, Panamá, Nicaragua, Guatemala etc. Aunque más
importante y de admirar son las conclusiones a que, en plena juventud,
arribó para escribir uno de los libros de mayor veracidad e impacto que
el vasto tema comprende a fines de milenio. "El Furor y el Delirio."
(Tusquets.)
Desde sus primeras páginas, queda al descubierto el influjo del medio
para determinar su conducta ideológica. Masetti no tenía otra
alternativa dado que no conocía otro mundo. Había nacido políticamente,
en el foco marxista leninista del momento. Cuando tiene que dejar a
Cuba, para comenzar desde el principio en Argentina, su cuna biológica,
no lo ve cual cuesta arriba, sino el nuevo deber asignado, que acomete
con su acostumbrado denuedo. En el derrotero largo, se suceden los
acontecimientos que conocimos por las noticias internacionales, pero
casi nunca testimoniadas por protagonistas de primera fila.
La clandestinidad es verdaderamente un mundo aparte por el que cualquier
idealista se deja deslizar y algunos periodistas ensayan buenos
materiales de lectura. Esa experiencia posee todos los elementos de lo
extraordinario y fuera de factura. El guerrillero arquetipo, es especie
de religioso entregado a una causa sagrada en la que no se escatiman
sacrificios y, si es menester, se dejará a la vida. Las prisiones,
torturas, secretos, venganzas, deshonras y muertes de camaradas y
enemigos, lo atan cada vez más a los objetivos finales del Partido, cual
cadena y candado cerrado, para que no entren los reptiles.
Todo lo cual confirma que - en definitiva - cada hombre se labra su
destino; pero nunca es ajeno a influencias, medios y ambientes capaces
de reducir su ámbito de opciones en no poca magnitud. Somos libres
conforme a principios generales, pero no todos encajan en la libertad.
El militante consagrado nunca descansa y debe vivir alerta a toda
tentación alternativa. He ahí el cuidado escrupuloso de la dirigencia
ante el menor atisbo de incertidumbre, y honda preocupación por la duda
permanentemente al acecho.
Un cuadro que pregunta demasiado debe corregirse el defecto. Incluso un
fogueado hermano mayor, puede ser designado su consejero permanente.
Esta tarea primordial - por pura carambola y a distancia - corresponde
en la obra al Comandante Manuel Piñeiro, Jefe del Departamento América,
órgano del Ministerio del Interior en el gobierno cubano durante
aquellos años. La figura de Piñeiro fría y calculadora, contrasta con el
idealismo y ardores del protagonista. Es el personaje que persigue
objetivos en los que los ímpetus juveniles quedan reducidos a mero
instrumento. Para todo neófito en el oficio, el encuentro con altos
dirigentes en el poder provoca un choque. Nunca demuestran lo esperado.
La lejanía de sus recomendaciones acaba por sugerir la ambivalencia,
luego por decepcionar. Pero el proceso requiere tiempo y tropiezos. En
la mayoría jamás se adoba, suele quedarse en otro nirvana. Una y otra
vez, Jorge Masetti encara al poderoso ministro, mientras el lector
digiere este contraste de caracteres, que involuntariamente tejen la
telaraña de intrigas envolventes a donde se encamina el revolucionario.
Algo similar ocurre en "Persona no Grata," de Jorge Edwars, quien dibuja
a Manuel Piñeiro con un pincel descriptivo de gemela factura.
Así las cosas, un día, al regreso a casa, Jorge y su esposa Ileana,
descubren que en su ausencia, allí tuvo lugar un registro. Conclusión
costosa; pues implica el tambaleo de un tinglado en el que se cree
firmemente. Las dudas asaltan. Se apagan las luces. Los escozores
registran el vientre. Comienza una retrospección espaciada, lenta, hacia
los orígenes. Hay que tomar medidas de precaución y como avezados de
casta, conocen el procedimiento y contra quiénes va dirigido. Ahora se
ven desde el sitio opuesto. En el sótano en vez del tope. Pero no hay
tiempo que perder.
Ellos tienen relaciones a la mano y saben a quién dirigirse. Se les
recibe amablemente. Aunque ya no es lo mismo. Aflora la duplicidad y se
esconde el cinismo. Es que se penetra a una nueva fase de la revolución.
De cara a su reverso. Aquello que antes se vio aplicar al enemigo, mejor
dicho al contrario; se les acerca sugerentemente. El consejo es la
calma. Es el espíritu conservador, que esconde la garra con guante de
seda. "No tienen nada que temer," se les dice. De ustedes quién puede
desconfiar.
Ha caído el telón. A la vista el trasfondo jamás sospechado. Se trata
del proceso del General Arnaldo Ochoa y los hermanos Tony y Patricio De
la Guardia, padre el primero de Iliana. La historia aporta cada día,
nuevos datos y componentes de balance, a este acontecimiento revelador
de la naturaleza intrínseca del régimen cubano. Masetti, junto con su
esposa registran en carne propia, la confirmación de precedentes
insalvables rubricados por Ignazio Silone, Jorge Semprún, Regis Debray,
Carlos Franqui, César Vilar, Carlos Pellecer, Arthur London y miríadas
al sol, u ocultas a la luna, de disidentes y disidentes. Los que fueron
y dejaron de serlo.
Aquellos que colocaron su individualidad por encima del Partido. Tal vez
los únicos con verdadera autoridad para hablar del asunto. Aquellos a
quienes debía de consultarse al respecto, para evitar las bagatelas
poligráficas que tanto agobian, y los infantiles pronunciamientos de la
Universidad John Hopkins. En el expediente de revisión, hay más tiempo
para la reflexión y encuentro consigo mismo. El material se agolpa ante
los ojos del matrimonio formando tongas y tongas de casos, personas,
secretos, pistas que tocan al techo del apartamento. Masetti guarda
recuerdos recientes que se funden con el historial posteriormente
acumulado en La Florida. De sus conclusiones, se entresaca la memoria de
Ernesto Che Guevara. Era el colofón, pues, tras la operación boliviana;
de haber salido éste con vida, no sería de extrañarse que hoy engrosara
la legión de los disidentes.
La obra de Masseti contiene el valor de todo testimonio auténtico.
Responde a la madurez del hombre que en definitiva integra la meta
indispensable a la hora de hacer la revolución, en otras palabras, una
idea y como tal apreciable. Su nudo ensarta frente al perenne
interrogante: ¿cómo?
El Furor y el Delirio es recomendable sólo para quienes se puedan
despojar de sus efluvios ilusorios y descubran que los cantos de sirena
se vienen escuchando desde mucho antes.
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