Publicado el 02-03-2007
Cuba: prisionero de la verdad
Por Armando
Alvarez Bravo
Nunca me cansaré de subrayar que uno de los más siniestros empeños del
totalitarismo castrista desde su toma del poder en el funesto 1959, ha
sido y es borrar la identidad cubana. Lo ha hecho y prosigue haciéndolo
para despojar al cubano de su esencia y valores. Para desarrollar sus
incalificables fines propagandísticos e imponer, tanto en la Isla como
internacionalmente, su agenda totalitaria. Los encargados de esa tarea
son sus ideólogos y policías culturales. Ellos han borrado nuestra
historia, cultura y tradiciones y los han sustituido por un cuerpo de
mentiras y falsedades.
Cuando Cuba sea libre, democrática y en ella impere la imprescindible
justicia, ese monstruoso engendro es algo que debemos borrar y, a su
vez, reivindicar lo que se nos arrebató. Esto no es otra cosa que un
impostergable acto de justicia y verdad. Esa justicia que tantos
castristas, castristas reciclados y sus cómplices a ambos lados del mar,
a los que sólo interesa el poder y sus beneficios, se empeñan incesantes
en evitar y desvirtuar con la infamia del "borrón y cuenta nueva" y con
"la amnesia", cara al futuro patrio. Un futuro, que siempre he llamado
la pendiente posibilidad cubana, y que sólo podrá convertirse en
realidad cuando tengamos el derecho de imponer un legítimo clima
jurídico que impida que esos nefastos elementos se salgan con la suya y
sigan sumiendo a nuestra patria en la infamia. Nunca está demás insistir
en que los pueblos que desconocen su historia, están condenados a
repetirla o a perpetuarla.
Ese rescate de nuestra historia, cultura y tradiciones ─una monolítica
entidad que garantiza el pleno ejercicio y dominio de nuestra identidad
y, con ella, de nuestro libérrimo destino─ es la primera y más esencial
misión que tenemos los cubanos de bien, cuando finalmente seamos el
factor, tan esencial como imprescindible e irrenunciable, de la
reconstrucción moral y material del horroroso desastre en todos los
órdenes, que nos aguardan en ese día en que prevalezcamos en una Cuba
libre y democrática, con nuestra entrega y desinterés. Con nuestra
voluntad de bien, servicio, progreso, desarrollo, bienestar y, de nuevo,
justicia. Cuando no se impongan tantas vigentes y copiosas agendas que
nos quieren arrebatar el pendiente y arduo mañana.
Al llegar ese día de plenitud, esa nueva era, es deber primero volcarnos
sobre la historia del presidio político cubano. Esa aberración genocida,
y no hay otra palabra para designarla, con su arbitrariedad, tortura,
sufrimiento y muerte; esa entidad funesta que hizo víctimas no sólo a
los presos políticos sino también de sus familias y quienes padecieron
su agonía y dolor.
Llegada esa hora, que parece nunca llega, uno de los testimonios más
definitivos de una época lo encontraremos en "Cuba: Prisionero de la
verdad", del periodista, ex preso político y luchador infatigable en el
exilio que es Arnaldo Ramos Yániz. Una obra tan minuciosa como enorme en
sus verdades, detalles y precisiones, que inevitablemente pueden borrar
los días. Un libro enorme, en todos los sentidos, cuya información puede
fatalmente devorar el paso del tiempo, porque tan sólo un protagonista
de ese horror puede dar integra cuenta de su realidad. Así, está obra es
un tan final como verídico e insoslayable testimonio del espanto y el
valor personal ante una aberración histórica. Es declaración de una
entereza que Ramos Yániz, afianzado en los más altos valores éticos y
patrios, ha salvado para el siempre en su "Cuba: Prisionero de la verdad".
Me honra la amistad de un hombre como Arnaldo Ramos Yániz. Encarna la
decencia, el patriotismo y la plenitud del cubano. No menos, de mi
oficio periodístico. En sus catorce años de prisión como "plantado", no
dejó de dar cuenta de los atrocidades del presido político histórico.
Ese hecho, por el que ha pagado lo imposible de decir con palabras,
otorga una dignidad mayor a su "Cuba: Prisionero de la verdad". De igual
suerte le confiere, por su objetividad, por el caudal de información que
se hubiese perdido de no haberse consagrado sin poner peros ni buscar
beneficio personal a su escritura, por el coraje de expresar sus juicios
y opiniones, un valor excepcional.
Creo que "Cuba: Prisionero de la verdad" es un libro fundamental cara a
nuestro tumultuoso presente y nuestro futuro y nuestro siempre. Y lo es,
por lo que salva para la historia a escribir cuando se pueda escribir
nuestra verdadera historia. Y a estas alturas, no puedo dejar de dar
cuenta, que esta copiosa y estremecedora obra por lo demasiado a lo que
nos enfrenta, no se ha escrito ni responde a ninguna bandería. Es un
testimonio tan múltiple y revelador como personal de una experiencia
vivida al máximo. Es un elogio, un historia verdadera (y enfatizo esa
precisión) y una elegía a las víctimas del presidio político cubano
histórico y sus ideales. Y es una denuncia definitiva del totalitarismo
castrista.
Al cabo de mi minuciosa y estremecedora lectura de "Cuba: Prisionero de
la verdad", ¿qué puedo decir de y a su autor, Arnaldo Ramos Yániz? Sólo
me queda expresarle mi inmensa gratitud por su valor, por su odisea, por
su decencia, por su objetividad, por su honestidad, por su resistencia
en la patria y en el exilio, por la entrega a su ideal de la Cuba que
soñamos ─que es ficción para cuántos─, por su modestia y por su patriotismo.
Sólo puedo darle gracias. Expresarle la gratitud que, por demasiado, le
debemos los cubanos
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