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Monday, March 20, 2006

El cartel del Hiram Bithorn

Sociedad
El cartel del Hiram Bithorn

¿Puede el gobierno extender los mítines de repudio y violar la libertad
de expresión también fuera de Cuba?

Eva González, Ciudad de La Habana
lunes 20 de marzo de 2006

En la noche del 9 de marzo, durante el partido de béisbol en el que se
enfrentaron los equipos de Cuba y Holanda, en el marco de la celebración
del Clásico Mundial de ese deporte en Puerto Rico, miles de cubanos que
seguían el juego vieron en las pantallas de sus televisores a un
individuo que abría intermitentemente un cartel en el que se leía "Abajo
Fidel".

El diario puertorriqueño Primera Hora aludió a la presencia de dos
individuos no identificados que "desplegaron pancartas en contra de
Cuba", según reportó el periódico oficialista Granma en un artículo de
su escuálida página deportiva. Salta a la vista la primera distorsión:
la pancarta no rezaba "Abajo Cuba", de manera que las mencionadas
inscripciones no estaban dirigidas precisamente contra la nación.

Sin embargo, obviando lo trivial que puede resultar el hecho de que un
sujeto desconocido despliegue un cartel donde se exprese su falta de
simpatía por un político, no es una novedad este tipo de incidentes que,
al margen de contaminar ciertos espectáculos que debieran ser puramente
deportivos, sirven de munición al régimen para lanzar sus fastidiosos
mítines en áreas aledañas a la SINA; esta vez en el "protestódromo"
erigido recientemente, en tiempo récord, y oficialmente bautizado como
Monte de las Banderas.

En realidad, es el gobierno quien se ha empeñado en politizar cada
aspecto de la vida de los ciudadanos de la Isla. El deporte es uno de
los principales bastiones de difusión de la pretendida eficacia del
régimen para desarrollar programas de cultura física y de la "vigorosa
salud" del deporte aficionado, "derecho de todos".

Profesionales mal pagados

La propaganda política divulga la falacia de la masividad de la práctica
deportiva, en un país en el que las instalaciones especializadas
—gimnasios, estadios, canchas, piscinas, etcétera—casi no existen, y las
que todavía prestan algún servicio se encuentran en deplorable estado de
mantenimiento y sus implementos exhiben un lamentable deterioro.

El número de cubanos que tiene acceso a la práctica deportiva es
verdaderamente ínfimo. En cuanto al tema de la superioridad del deporte
"aficionado" en relación con el profesional de los países capitalistas,
que "mercantilizan" la cultura física, basta recordar que en el béisbol,
deporte nacional en Cuba, se mantiene a un nutrido grupo de atletas en
activo durante todo el año —tanto en eventos nacionales como en el
extranjero— y sujetos a duros e intensos programas de entrenamiento.

No hay ningún pelotero del equipo Cuba que perciba un salario como
mecánico, soldador o médico, ejerza alguna de estas funciones y
practique el béisbol en su tiempo libre. Son, sin duda, profesionales
del deporte "aficionado", aunque —en justicia— se diferencian
sustantivamente del deporte rentado de otras partes del mundo por el
monto de sus ingresos.

No resulta tan raro entonces que alguna persona contraria al gobierno de
la Isla, pagado o no por el "imperio" o por líderes del exilio,
considerara oportuno utilizar el estadio Hiram Bithorn de Puerto Rico
como escenario adecuado para declarar su postura política, sabiendo que
un significativo sector de la población cubana —muy apegada al deporte
nacional— seguía atentamente el juego, lo que multiplicaba el efecto del
mensaje de las pancartas de referencia.

Para los cubanos de adentro, no habituados a presenciar la manifestación
pública de tamaña irreverencia con el Líder, fue más que elocuente el
silencio por parte de los narradores deportivos (Héctor Rodríguez y Eddy
Martin), fieles lacayos del régimen, quienes parecieron enmudecer
durante los primeros momentos de la exhibición del cartelito: a todas
luces esperaban instrucciones de sus superiores acerca de cómo reaccionar.

Y, en efecto, después de un breve titubeo, con sus comentarios
patrioteros acusaron a las autoridades puertorriqueñas de incumplir sus
compromisos con la delegación cubana, que había "puesto como condiciones
que no ocurrieran incidentes como este", y que, pese a esto, la policía
había "protegido" a los provocadores.

Poco después anunciaron que se suspendía la rueda de prensa y que el
equipo cubano se retiraría a su alojamiento después del juego, sin
explicar a los espectadores qué relación podía existir entre un
encuentro con la prensa internacional y un simple cartel que no mostraba
los mejores deseos para con el gobernante cubano.

Violencia versus opinión

Granma se quejó de que Adalberto Mercado, comisionado de Seguridad de la
capital de Puerto Rico, le explicó al diario Primera Hora que "por
motivos de seguridad fue necesario remover al oficial de la delegación
(cubana), Ángel Iglesias, del área de las gradas, detrás del plato,
donde se encontraban los manifestantes…".

En el artículo de Granma se añadieron unas declaraciones de Mercado que
parecen esclarecer suficientemente la actuación de las autoridades en el
estadio. Dijo así el comisionado: "La cosa se puso un poco tensa porque
había personas a favor y en contra de lo que estaban reclamando y, por
seguridad, decidimos ponerle un oficial de policía a los fanáticos, para
evitar que se tornara peor y retirar del lugar a los oficiales cubanos".

Lo que no aclaró Granma es qué fueron a hacer los cubanos Ángel Iglesias
y Germán Mesa a las gradas del estadio. Los "provocadores" no habían
descendido al terreno del juego ni al banco de los cubanos y, con
independencia de considerar correcta o no su actitud, estaban ejerciendo
el derecho a emitir una opinión, sin alterar el orden en el estadio.

Con toda seguridad, estos dos "oficiales" cubanos fueron la fuerza de
choque de la revolución y respondieron con "justa indignación" (léase,
"con violencia") a los dos atrevidos que alteraron la plácida
contemplación del juego por el Comandante. Al parecer, La Habana
considera lícito extender los mítines de repudio fuera del territorio
nacional, sin respetar las libertades de los ciudadanos de otros puntos
de la geografía mundial. Y no tolera que se lo impidan.

Es posible, para los espectadores del pequeño incidente, inferir las
intenciones violentas de los servidores del régimen al acceder a las
gradas, lo que también sugiere un cuestionamiento: si tal es el proceder
de los asalariados de Castro en tierra extranjera, ¿cuál sería el precio
que pagaría un cubano si se atreviese a levantar en La Habana un cartel
semejante? No es un asunto baladí el tópico de la libertad de expresión
en Cuba.

En todo caso, la indigestión a nivel de la alta cúpula debe haber sido
seria, a juzgar por la manifestación organizada en la tarde del 10 de
marzo, para que sus fieles (y otros muchos que fingen serlo) se
reunieran a leer sus tediosos comunicados y corear huecas consignas
entre las astas que se alzan frente a la SINA: cualquier pretexto es
bueno para tratar de elevar el deprimido entusiasmo ideológico de las
masas, aunque se trate de una reacción desmedida con respecto al hecho
que la provocó.

En dicho acto, Randy Alonso, uno de los más virulentos altavoces
entrenados para la arenga "revolucionaria", aseguró que la respuesta de
la delegación cubana en Puerto Rico sería una lluvia de jonrones. El
triunfalismo patriotero alcanzó allí niveles fascistoides: "los
peloteros cubanos son invencibles, inclaudicables, aguerridos, dignos,
etcétera".

¿Quién politiza?

En otro pobre artículo de Granma, que bajo el título de "Dignidad"
subscribió Alfonso Nacianceno, se consideró que la "contundente
respuesta" del equipo de béisbol cubano ante la ofensa fue "una
apabullante derrota de 11-2 sobre Holanda". ¡Vaya una victoria pírrica!

Si el cartel "Abajo Fidel" coadyuvó a la victoria de los
experimentadísimos peloteros cubanos —sobre un equipo tradicionalmente
mucho más débil que, sin embargo, fue capaz de jugar todas las
entradas—, el equipo Cuba hubiese necesitado varios cartelitos similares
en la noche del día 10, cuando perdieron por nocaut frente a la
selección de Puerto Rico, en uno de los desempeños más deslucidos que
recuerda el más popular de nuestros deportes.

En la mañana del día 11 no se hablaba de otra cosa en La Habana. Algunos
conciudadanos sospechan que los peloteros del equipo Cuba son sometidos
a una excesiva presión por parte del gobierno, que, por otra parte, se
atribuye el derecho de decidir qué destino dar a los ingresos de un
eventual triunfo, mientras ofrece unas pobres migajas a los atletas.

No sería oportuno censurar al equipo cubano por su pobre actuación de la
noche del 10 de marzo: se les ha hecho creer que el terreno deportivo es
un campo de batalla donde se defienden la independencia de la patria y
la política del gobierno (que son en Cuba una misma cosa).

En todo caso, para Randy Alonso y para los que se encuentran más arriba
que él en la cadena de depredadores de la Isla, la jornada que debió ser
la "respuesta de la dignidad" ante la "cínica provocación del Imperio",
se convirtió en un verdadero fiasco. Nada, que el esfuerzo de las
autoridades de La Habana por hacer del incidente un acontecimiento
trascendental, no encontró respuesta adecuada entre sus atletas.
Evidentemente, no era para tanto.

URL:
http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro_en_la_red/cuba/articulos/el_cartel_del_hiram_bithorn

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