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Monday, February 06, 2006

Las nuevas izquierdas, Espana y Cuba

TRIBUNA: RAFAEL ROJAS
Las nuevas izquierdas, España y Cuba
RAFAEL ROJAS
EL PAÍS - Opinión - 06-02-2006

Durante los dos últimos años se ha debatido con intensidad la llegada al
poder, en América Latina, de partidos y líderes de izquierdas. Ese
ascenso, previsible desde fines de la década de los noventa, podría
reconfigurar el mapa político de la región en el transcurso de este año.
Aunque candidaturas rivales, como las de Lourdes Flores, en Perú, y
Felipe Calderón Hinojosa, en México, son fuertes, si la izquierda gana
en el país andino, con Ollanta Humala, y en la gran nación fronteriza de
Estados Unidos, con Andrés Manuel López Obrador, entonces estaremos en
presencia de una América Latina mayoritariamente regida por
organizaciones nacionalistas, populistas o socialistas.

Los estudiosos más serenos de la región, empeñados en calmar los ánimos,
insisten en que la diversidad de esas izquierdas hace virtualmente
imposible la conformación de un bloque subcontinental contra la
hegemonía de Estados Unidos y, mucho menos, contra la democracia
representativa y la economía de mercado: dos plataformas institucionales
que la mayoría de esos partidos y líderes comparte. Piensan que si
políticos como Lula, en Brasil; Bachelet, en Chile, y López Obrador, en
México, se alinean a una izquierda moderada, dispuesta a preservar las
instituciones de la democracia y el mercado y a negociar respetuosamente
la vecindad con Estados Unidos, arrastrarían hacia esa corriente a otros
gobiernos, como los de Kirchner, en Argentina; Vázquez, en Uruguay, o
Torrijos, en Panamá, y contendrían al polo más radical y
desestabilizador, personificado por Castro, Chávez, Morales y,
eventualmente, Humala.

En Washington, por candidez o espíritu de wishful thinking, parece
predominar esta visión optimista. El Gobierno de George W. Bush, tan
odiado en las sociedades de la región y tan criticado por el descuido de
su política hacia América Latina, ha profundizado, en los dos últimos
años, el intercambio diplomático con Brasil, Chile y México, dañado por
la oposición de esos países a la guerra de Irak. Además de tolerar las
bravuconadas de Chávez, Bush puso buena cara en la Cumbre de las
Américas de Mar del Plata y el Departamento de Estado, por medio del
subsecretario para América Latina, Thomas Shannon, ha manifestado
interés en dialogar con el Gobierno de Evo Morales para mantener los
programas de lucha contra el narcotráfico acordados con las anteriores
administraciones bolivianas.

Esta disposición a dejar atrás la lógica de la Guerra Fría en las
relaciones interamericanas tiene como trasfondo la certeza de que la
diversidad ideológica de América Latina puede preservar el equilibrio en
la región y que las nuevas izquierdas, aunque retomen valores y
prácticas de los viejos populismos, restablezcan la centralidad del
Estado en áreas estratégicas, incrementen el gasto público y hasta
ejerzan proteccionismos y subsidios, no regresarán al modelo de
sustitución de importaciones ni degenerarán hacia la economía
planificada del comunismo. Como vaticinara Jorge G. Castañeda en La
utopía desarmada (1993), la izquierda postcomunista, en América Latina,
vuelve al redil de la tradición del nacionalismo populista de Vargas,
Cárdenas y Perón, y se aparta del estatismo bolchevique de Lenin, Mao y
Castro.

El diagnóstico, a pesar de su benevolencia, puede ser acertado en las
políticas internas de esa nueva izquierda. Si el antecedente de Chávez,
quien manipuló la Constitución democrática de su país para perpetuarse
en el poder, no se difunde demasiado, en unos cinco años esos gobiernos
serán sustituidos por líderes y partidos de otra orientación ideológica.
Sin embargo, en la política internacional, las nuevas izquierdas
latinoamericanas pueden jugar un papel retardatario en la
universalización de la democracia y el respeto a los derechos humanos.
Especialmente en un punto, el de la persistencia del totalitarismo
cubano, esas izquierdas parecen estar negadas a expresar públicamente,
siquiera, sus discordancias con un régimen de partido único, como el que
desde hace 47 años subsiste en la isla, que encarcela a opositores
pacíficos y penaliza la libertad de asociación y expresión.

Una de las mayores expectativas suscitadas por los nuevos liderazgos
latinoamericanos fue su posible contribución a un cambio democrático en
Cuba. Pero, por lo visto, ninguno de esos gobiernos quiere arriesgarse a
perder el respaldo de una parte de su electorado, posicionándose frente
a la dictadura cubana. A lo sumo llegarán a la neutralidad de un Lula,
pero ni siquiera críticas a La Habana, como las de un Ricardo Lagos, se
escucharán con la misma intensidad en el nuevo Gobierno de Michelle
Bachelet. En los tres últimos años, el antiamericanismo ha crecido en la
región hasta sus puntos más altos, después de la caída del Muro de
Berlín, y esas izquierdas todavía son incapaces de desligar el rechazo
que sienten, pero no expresan, a la ausencia de libertades en Cuba, y la
oposición a ciertas políticas regionales de Estados Unidos.

Lejos de cualquier avance en la democratización de la isla, el efecto
perverso de ese ascenso de la izquierda latinoamericana, en Cuba, está a
la vista de quien quiera ver. Eufórico por el respaldo económico y
simbólico de Chávez, Fidel Castro ha dado marcha atrás a las tímidas
reformas emprendidas a mediados de los noventa, limitando el "trabajo
por cuenta propia", clausurando paladares, combatiendo las remesas de la
emigración como fuente prioritaria de ingreso, neutralizando la
formación de una clase media, asociada a las firmas o empresas mixtas,
defenestrando a políticos aperturistas e ideologizando a la ciudadanía,
en ridícula versión de la Revolución Cultural china, por medio de la
llamada "Batalla de Ideas". Así, mientras la nueva izquierda
latinoamericana redescubre sus raíces populistas, el castrismo se aferra
cada vez más a su matriz totalitaria y comunista.

Es fácil predecir que, en los próximos años, el tema de Cuba provocará
amplios desencuentros entre Estados Unidos y América Latina. La
discordancia entre esas regiones en cuanto al embargo norteamericano es
conocida. Pero lo poco

que se avanzó, desde principios de los noventa, en la denuncia de
violaciones a los derechos humanos en la isla y en las presiones
diplomáticas a favor de la democracia cubana, puede revertirse a partir
de ahora. La contención del neopopulismo radical que, en la primera
mitad de la década, ejercieron líderes como Ricardo Lagos, Vicente Fox,
Álvaro Uribe y Alejandro Toledo, seguramente será echada de menos en lo
que queda del decenio. En este sentido, el papel de la Unión Europea, y
en especial de España, puede ser decisivo.

Si el socialismo español, que es la izquierda más moderna y menos
proclive al chantaje del antiamericanismo en Iberoamérica, asume un rol
moderador de los nuevos populismos en América Latina y no oculta sus
críticas al totalitarismo cubano, tal vez las nuevas izquierdas de la
región se animen a contribuir a la transición democrática en Cuba, sin
miedo a las consabidas vendettas de Castro. Para los socialismos
españoles se abre la oportunidad de confirmar su arraigo, como referente
simbólico, en las nuevas democracias latinoamericanas, evitando
convertirse en caja de resonancia del odio a Estados Unidos, que enferma
la cultura política de estos países, y respaldando la negociación de
estrategias económicas y sociales que no sacrifiquen la libertad en
nombre de la justicia.

Rafael Rojas es escritor y ensayista cubano, codirector de la revista
Encuentro.

http://www.elpais.es/articulo/elpporint/20060206elpepiopi_6/Tes/opinion/nuevas/izquierdas/Espana/Cuba

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