Posted on Wed, Feb. 08, 2006
Cristo, Castro y Biscet
MARIA MARQUEZ
El cardenal Tarsicio Bertone acompañó a dos obispos genoveses destinados
por la Santa Sede a la diócesis de Santa Clara y aprovechó su estancia
en la isla para visitar a Castro con motivo del septuagésimo aniversario
de las relaciones diplomáticas. Conversó dos horas con el dictador e
intercambiaron regalos, como es costumbre. El dictador aprovechó para
pedir al purpurado un favor especial: la ayuda de la Iglesia para frenar
la cada vez más creciente plaga de abortos en la isla. Según Castro, los
abortos y la baja natalidad de la población se deben al turismo sexual.
El cardenal Bertone, al arribar a Roma, concedió una entrevista al
diario La Stampa. Siguió a la misma un huracán --para usar el
vocabulario del momento-- de comentarios. Bertone reconoció con
vergüenza que sus compatriotas participaban del turismo sexual, que
tanto duele a Castro, y señaló que el dictador está preocupado y la
Iglesia lo ayudará. Quedó claro para los lectores de La Stampa, que el
cardenal --supuestamente enterado de lo que sucede en Cuba después de
más de cuatro décadas de amplia información-- ignoraba cómo funciona el
régimen y se hacía imprescindible ponerlo al día, dado que el Vaticano
no puede ni debe andar caminando por la propaganda castrista. Y como
escapamos a creer que la ingenuidad y el desconocimiento pueden ser
maliciosos, se hace palpable que cualquier cubano tiene la obligación de
informar al desinformado cardenal.
El purpurado tiene que conocer que todo en Cuba está ordenado y
programado por Castro. Incluyendo, por supuesto, la instauración y
explotación del turismo sexual. Me niego a creer que el cardenal ignore
que el aborto ha sido una aberración anterior al turismo sexual y que
desconozca que el propio dictador se sintió orgulloso de sus jineteras,
de las que habló en Europa hace años, diciendo que eran universitarias,
cultas y gozaban de excelente salud. También antes de otra parte del
boom sexual, que comprende a los jóvenes varones.
Bertone ha reconocido a un Castro interesado en los problemas de la
Iglesia y la salud del nuevo Papa Benedicto XVI, a quien desea invitar a
Cuba, señalando que le gusta y es buena persona y tiene rostro de ángel.
Pero se le ha escapado a la propuesta de invitación, señalando problemas
de salud.
Claro que el dictador no habló de los equipos situados en la estancia
del Papa Juan Pablo Segundo cuando intentó comprometerlo en sabe Dios
qué tema cuando fue invitado también. Ni mencionó el robo del edificio
de Villa Marista a la orden del mismo nombre, convertido desde hace más
de cuarenta años en la sede del cuerpo de represión y tortura del
régimen. Ni comentó sobre la expulsión de los sacerdotes y las monjas.
Ni de los que pasaron por las cárceles tenebrosas.
Castro desea que el nuevo Papa muerda el anzuelo y se deje fotografiar a
su lado en la tierra que más sangre inocente ha derramado en los últimos
cuarenta y seis años. Castro guardó silencio cuando el cardenal Tarsicio
Bertone bendijo al pueblo. No le interesó. Creo que sería prudente
hacerle llegar al cardenal la historia del doctor Oscar Elías Biscet,
con dos condenas en sus espaldas por defender la vida, siguiendo la
filosofía del Vaticano: la palabra y la acción de Jesús, Hijo de Dios.
¡Qué ironía! El doctor Biscet, de quien no habló Castro y al que hoy
hace cumplir su segunda condena con refinada crueldad. Informarle al
purpurado que este médico negro descubrió una noche al terminar su turno
de trabajo, que el régimen engañaba a niñas y jóvenes que daban a luz a
sus bebás, sanos y vivos, y les informaba, posteriormente, que habían
nacido muertos, con el fin de utilizar los fetos en experimentos médicos
con los que obtenían divisas, especialmente en el campo de la cirugía
plástica, de los pacientes extranjeros que acudían a sus elegantes
clínicas turísticas. No sólo advirtió a sus colegas del método Rivanol
empleado para tal monstruosidad, sino que envió una carta denuncia al
propio tirano Castro, señalando que, como médico y creyente en Dios, se
oponía a todo tipo de muerte que ejecutara el hombre: aborto, eutanasia,
asesinato o sentencia judicial. Las dos condenas del doctor Elías
Biscet, la primera de 3 años, que cumplió, y la actual de 25 años, se
basan en el odio de Castro a la vida. Este rey de la destrucción y la
muerte intenta destruir con rabia al hombre que lo confronta por estar
seguro de que sólo Dios, que da vida, puede quitarla.
Estoy convencida de que el cardenal Tarsicio Bertone agradecerá la
información que podamos ofrecerle y hará buen uso de la misma.
http://www.miami.com/mld/elnuevo/news/opinion/13814967.htm
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