Miércoles, Diciembre 14, 2011 | Por Ernesto Santana Zaldívar
LA HABANA, Cuba, diciembre, www.cubanet.org -El temor y el aislamiento
llenan cada minuto de la vida diaria de Bonifacio Ruiz Almaguer. Ya no
encuentra ninguna salida. Es uno de los llamados "excluibles" y se
siente como un paria.
Había salido de Cuba durante el éxodo del Mariel, el 30 de abril de
1980, siendo menor de edad, después de haber entrado, como otros miles
de cubanos, en la embajada de Perú.
Tras ser procesado como refugiado en Miami, decidió irse a Houston,
Texas, pero allí le resultaba difícil encontrar trabajo por su extrema
juventud, y se fue a buscar empleo en una comunidad de cubanos en el
campo. Sin embargo, allí tampoco tuvo mejor fortuna y se marchó a Corpus
Christi, donde continuaron sus dificultades sobre todo a causa de que no
hablaba inglés.
Entonces la suerte cambió para él cuando encontró a un italiano que le
dio un pequeño empleo en una camioneta y lo ayudó a sacar la licencia de
conducción. Estuvo allí hasta el 14 de febrero de 1982, cuando su
destino volvió a cambiar, esta vez de manera drástica.
Ese día, mientras se encontraba bebiendo en un bar y, tras una
discusión, un hombre le disparó sin lograr alcanzarlo. Al responder son
su arma, Bonifacio le dio muerte de un balazo. Fue apresado, enjuiciado
y, finalmente, lo condenaron a diez años de prisión, la máxima pena por
el delito que había cometido. Tenía entonces veintidós de edad.
No había tenido ningún problema en el centro penitenciario e incluso
había vencido estudios de nivel medio cuando, ocho años después, iba a
ser liberado, pero las autoridades le anunciaron que sería retenido de
todas maneras durante dos años más y luego, sorpresivamente, le
anunciaron que sería enviado a Cuba.
De regreso en el país, fue trasladado a la prisión Combinado del Este y
le dijeron que durante cinco años tendría la condición de "excluible".
Del dinero que las autoridades norteamericanas le asignaron, las
autoridades cubanas solamente le entregaron cien pesos.
Lo liberaron al cabo de varios meses, pero siempre estaba bajo el
control de algún oficial de policía y, a dos años de su regreso, fue
condenado a dos años de prisión por "peligrosidad social". Aunque al
salir en libertad le resultaba difícil encontrar trabajo, siempre se las
agenció para hallar alguno y, aun así, fue sancionado a un año de
prisión domiciliaria, sin motivo.
Finalmente, ya no aspira a nada. Se pasa todo el tiempo en su casa por
temor a ser sancionado de nuevo con cualquier excusa. A pesar de que le
gusta la bebida, tiene que limitarse mucho. Además, le han prohibido
participar en los actos públicos del gobierno e incluso votar. Y en
realidad ya no se siente seguro ni siquiera dentro de su casa.
A veces piensa que sería preferible seguir encarcelado en Estados Unidos
que vivir aquí de esta manera. "Allá por lo menos tenía una iglesia en
la prisión, y la posibilidad de estudiar, de entretenerme y alimentarme
bien", asegura. Y añade: "Aquí no puedo expresarme con ninguna libertad…
¡Y mira esto!", exclama, abriendo el refrigerador para mostrar la
carencia de provisiones.
Mientras Bonifacio carga a su mascota, un cachorro de perro salchicha
que parece ser su único amigo, su madre, muy anciana, cierra la puerta
del refrigerador con lástima y con temor.
No comments:
Post a Comment