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Friday, December 16, 2011

Cómo un bloguero cubano logra romper el cerco y publicar su post

Cómo un bloguero cubano logra romper el cerco y publicar su post

Un solo cubano con acceso a la red, de forma clandestina o legal -en su
centro de trabajo, por ejemplo- es un distribuidor en potencia.

Ernesto Morales/ Especial para martinoticias.com 16 de diciembre de 2011

La pregunta que más veces he debido responder desde mi llegada a los
Estados Unidos es muy simple: "¿Cómo actualizan los blogueros
independientes de la Isla sus páginas, sin tener acceso a Internet?". Se
trata de un crucigrama indescifrable para quienes asumen la conexión
como una necesidad vital, sin la cual ya les sería impensable la existencia.

Y lo primero que respondo es: "Jamás pregunten eso mismo a un bloguero
independiente dentro de Cuba, porque no les dirá nada que valga la
pena". Claudia Cadelo, autora de "Octavo Cerco", tiene lista su frase
cada vez que un periodista extranjero le hace la pregunta: "Si te digo
las vías que utilizo, automáticamente tendría que buscarme otras".

Cada cual un escamoteador de oportunidades, un rebelde digital,
escurridizo, emplean sus propios métodos sin revelarlos a veces ni al
colega más afín, porque en esa revelación podría radicar el paso en falso.

A pesar de ello, algunas tretas sí salen a flote, las hacen públicas por
indetenibles: los blogueros saben que declararlas no ponen en peligro el
mecanismo, y echan algo de luz sobre el misterio que ellos mismos han
edificado.

¿A quién, en el mundo moderno, se le ocurriría imaginar el siguiente
procedimiento para mantener una página personal?:

Un bloguero escribe su post, y procura que este no ocupe más de una
pantalla en el ordenador. Luego, presiona el "Print Screen" de su
teclado, hace una imagen digital que guarda en su celular, y la envía
como MMS un colaborador distante que deberá descargar la foto,
transcribir el texto y subirlo a la red.

Para otros autores contestatarios con mayor precariedad económica
(mantener un celular en Cuba es un acto de fe), el procedimiento es más
simple: dictan sus textos telefónicamente a alguien que, lejos de la
ciudad o lejos del país, lo publicará a su nombre.

Pero más sorprendente aún es el mecanismo social a través del cual los
cubanos consumen y promueven estos materiales proscritos. El viejo
apotegma mosquetero se ha convertido en ley: "Uno para todos, y todos
para uno".

Un solo cubano con acceso a la red, de forma clandestina o legal -en su
centro de trabajo, por ejemplo- es un distribuidor en potencia.
Descargar un artículo, almacenarlo en un flash memory, y pasárselo a
cuantas personas tenga en su círculo de amistades, es la norma vigente.
A veces, incluso, se imprimen sigilosamente con las impresoras del Estado.

La mayor parte de los cubanos tiene hoy acceso a una computadora. Las
maneras en que se la procuran son dignas de otra epopeya. Pero lo cierto
es que el mercadeo solidario entre desconectados y privilegiados
funciona mejor que los métodos coercitivos de los guardianes de la
Verdad Única. La Seguridad del Estado necesitaría requisarle a cada
cubano su dispositivo USB, su computadora armada a pedazos, su DVD
comprado en black market, y, estoy seguro, otra vía surrealista
terminaría por aparecer.

De igual forma, los cubanos de hoy casi sin proponérselo han derribado
el monopolio informativo de la televisión y la programación audiovisual.
Desde hace mucho lo que consumen dejó de tener exclusiva factura nacional.

Recuerdo, por ejemplo, que en el 2005 los capítulos de la exitosa serie
de Fox, "Prison Break", los vi uno por uno en mi Bayamo remoto casi a la
misma vez que un amigo residente en Ontario. Tardaban en circular un par
de horas: el tiempo que necesitaban mis coterráneos angloparlantes para
colocarles el subtítulo. El mismo día que era emitido el capítulo en la
televisión americana, una legión de antenas parabólicas ilegales,
camuflajeadas lo mismo con una mata de uvas que bajo un alero cómplice,
lo capturaban para el mercado cubano.

No existe operativo policial capaz de desarticular una práctica que ya
forma parte de la cotidianidad del cubano, de su modus vivendi. Por cada
parabólica que descubren y confiscan, se están fabricando otras diez en
talleres secretísimos, y hay veinte compradores interesados.

En la capital del país reside un pintoresco personaje que entrega
tarjetas con su e-mail y número telefónico a los clientes, y firma con
un alias de guerra: "El NETFLIX de Centro Habana". Desde cualquier parte
de Cuba se le puede llamar, encargarle una serie documental, la
filmografía de Al Pacino o las últimas grabaciones de Rita Montaner, y
el pirata caribeño, por un buen pago, la hará llegar al destino acordado.

Otro tanto sucede con las conexiones clandestinas a Internet.

En ciudades medianamente cosmopolitas del territorio nacional, es un
acto de espionaje sostenido encontrar quién te facilite una cuenta de
Internet. Nadie confía en nadie. Pero una vez ganada la confianza de los
"proveedores", navegar es cosa de dinero, y de estrategia.

Dinero: por lo general se cotizan entre dos y tres pesos convertibles la
hora. Son sumas astronómicas para ciudadanos que ganan como promedio 12
al mes. Estrategia: una bloguera amiga actualizó su página volátil
durante algún tiempo, gracias a la cuenta de un periodista oficial de
los más recalcitrantes en su proyección política. Como tantos otros,
había hecho de la hipocresía un método de subsistencia.

http://www.martinoticias.com/noticias/Anarquia-Digital-Made-in-Cuba-135738563.html

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