2010-04-03.
Pedro Corzo, Escritor, Editor y Periodista
(www.miscelaneasdecuba.net).- Silvio Rodríguez ha sido un icono de la
revolución cubana, sólo comparado a Ernesto Guevara y el propio Fidel
Castro. Si se fuera a seleccionar un artista para simbolizar la
revolución, nueve de cada diez cubanos dirían, sin poner reparos, que
ese dudoso honor le corresponde a este trovador de notable talento que
entregó su alma al diablo del castrismo.
No cabe dudas que una cercana rival sería Alicia Alonso, pero Silvio por
practicar un arte más popular, que llega más directamente al pueblo y en
consecuencia se presta a una mayor politización, obtendría la victoria.
Otro cantautor notable es Pablo Milanés. El resto de los creadores del
castrismo independientemente a su vocación de servicio a la dictadura,
han logrado cierto relieve por la conjunción del talento y la inversión
política y económica que la dictadura hizo en ellos.
Valdría la pena un día investigar cuánto se ha gastado el castrismo en
promover figuras nacionales y extranjeras. Cuántos festivales, libros,
conferencias, seminarios, viajes, instituciones culturales de diferentes
tipos y conciertos, entre otras actividades, ha auspiciado el estado
mecenas cubano, que al final de cuentas le cobra bien caro la obediencia
a los artistas que distingue.
Silvio Rodríguez y Pablo Milanés han sido parte sustancial de la
historia del arte cubano, pero también de la política, en todos estos
años. El talento de uno y del otro le fue muy útil al castrismo.
Fueron los arquetipos de una juventud que se identificaba con el nuevo
orden. La irreverencia siempre prudente, como la que se aprecia en
¡Ojalá!, siempre fue excusada. Ellos le cantaban a la utopía, al hombre
nuevo, al nuevo mundo que se forjaría en la isla del doctor Castro.
En los tiempos duros. Cuando la censura se impuso y muchos artistas
conocieron el exilio, la cárcel y hasta la muerte por defender sus
convicciones, estos virtuosos de la trova en el mejor de los casos
practicaron un silencio cómplice, o explícito en el caso de Rodríguez,
que aceptó ser diputado a una Asamblea Nacional, que él, mejor que
muchos, sabía que no representaba al pueblo.
La ternura de la poesía de ambos y las melodías de sus composiciones
eran propicias por igual para un primer beso, una guardia en una
trinchera con el fango hasta el cuello o empuñar el fusil para ejecutar
un enemigo. El arte de los dos se prestaba mágicamente para engalanar la
épica revolucionaria, en particular para hacer hervir la sangre a
aquellos que están siempre dispuestos a soñar, aunque para ello haya que
matar al cordero.
La Nueva Trova marcó un hito en la historia de Cuba, y en la del mundo
de habla hispana. Silvio y Pablo, por mucho tiempo ambos, perdieron el
apellido consecuencia de la inmensa simpatía que le profesaban en la
isla y fuera de ella, recorrieron el mundo con un mensaje de amor,
justicia y paz, mientras en la isla de los dos, esos sentimientos y
conceptos estaban ausentes.
Con el tiempo la figura de los dos trovadores se agotó en el terruño que
les vio nacer. Sus admiradores, que siempre les asociaron al proceso, se
percataron que todos envejecían, pero no de igual manera.
Silvio y Pablo se enriquecieron, vestían y viajaban, poseían bienes con
los que sus compatriotas no podían soñar y junto a sus antiguos
patrocinadores seguían defendiendo un modelo político fracasado que sólo
había funcionado para quienes detentaban el poder, o para quienes
estaban dispuestos, a la sombra de la miserable vida de los otros,
brillar hasta el fin de los tiempos.
Silvio Rodríguez, regresando al titulo de estos apuntes, ha sido una
especie de Ernesto Guevara en lo que respecta a la promoción de la
cultura del castrismo en el exterior.
Si el guerrillero argentino-cubano personifica la violencia
revolucionaria, el odio como máquina selectiva para matar y es la
bandera de aquellos que quieren el cambio sin saber dónde les conduce,
el talentoso juglar, particularmente en Hispanoamérica, ha sido la
figura artística de Cuba que más identifican con la revolución, no
porque su público lo haya querido, sino porque él se ha prestado a dar
la imagen de un artista comprometido con la justicia y la igualdad que
supuestamente existen en la isla.
Silvio y Pablo han sido artistas plenamente identificados con la
dictadura. El presente es consecuencia del pasado que ellos ayudaron a
construir. Lo que ocurre hoy, también sucedió ayer.
Los vecinos de Dachau y Treblinka afirmaban que ellos nunca vieron el
humo ni sintieron el olor a carne quemada, pero los campos estaban allí,
y lo que ha sucedido en Cuba durante cincuenta y un años ha estado a la
vista y los oídos de estos notables trovadores, que a pesar de la
sensibilidad que les caracteriza, no han escuchado el clamor del
silencio que aplasta a sus compatriotas desde hace mucho tiempo.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=26934
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