Viernes 30 de Abril de 2010 17:42 Carlos Alberto Montaner, Madrid
En 1980, poco después de salir de Cuba en condiciones dramáticas, el 
estupendo escritor Reinaldo Arenas recogió en un libro una colección de 
sus artículos y ensayos políticos más combativos y lo tituló Necesidad 
de libertad.
Era un grito. Reinaldo sentía la necesidad de ser libre. Los seres 
humanos necesitan ser libres. Se ahogaba en Cuba. Vivía entristecido, 
atemorizado o indignado. Ninguna de esas tres emociones es agradable y a 
veces se le trenzaban en el pecho hasta la desesperación.
Cuando llegó al exilio, Reinaldo sintió un profundo alivio y dijo algo 
tremendo y doloroso: por primera vez había estrenado su verdadero 
rostro. Se había "desenmascarado" y sentía la cálida sensación de poder 
ser él mismo sin que ello le trajera castigos y marginaciones.
En las sociedades totalitarias la pena de no ser libre y de andar 
disfrazado se somatiza de diversas maneras: desde el nudo en la garganta 
hasta un malestar difuso que se expresa con distintos comportamientos 
neuróticos.
¿Qué es la libertad? Es la facultad que tenemos para tomar decisiones 
basadas en nuestras creencias, convicciones e intereses individuales sin 
coacciones exteriores.
Libertad es elegir al dios que mejor se adapta a nuestras percepciones 
religiosas, o a ningún dios si no sentimos la necesidad espiritual de 
trascender.
Libertad es ofrecerles sin temor el afecto y la lealtad a las personas 
que amamos, o a las agrupaciones con las que sentimos afinidad.
Libertad es escoger sin interferencias lo que queremos estudiar, dónde y 
cómo deseamos vivir, las ideas que mejor se adaptan a nuestra visión de 
los problemas sociales o las que mejor parecen explicarlos.
Libertad es seleccionar las manifestaciones artísticas que más nos 
complacen y, por la otra punta, rechazar sin consecuencias las que 
repelemos.
Libertad es poder emprender o poder renunciar a una actividad económica 
sin darle cuentas a nadie más allá de las formalidades que establezca la 
ley.
Libertad es gastar nuestro dinero como nos parezca, adquirir los bienes 
que nos satisfacen y disponer de nuestras propiedades legítimas. Sin 
libertad, la creación de riqueza se debilita hasta la miseria.
José Martí, el periodista ilustre que gestó la independencia de Cuba, 
aportó otra definición lateral: "Libertad es el derecho que todo hombre 
tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía".
Las tiranías nos arrebatan el derecho a ser honrados cuando nos obligan 
a aplaudir lo que detestamos o a rechazar lo que secretamente admiramos.
Cuando los cubanos desfilan gritando consignas que no sienten, no son 
honrados. Cuando aplauden al líder que aborrecen o ríen las sandeces que 
suele decir, no son honrados.
Esa simulación nos crea una incómoda disonancia psicológica. Cuando 
sacrificamos nuestra honradez, cuando renunciamos a nuestra coherencia 
interna para evitar un daño o para conseguir un privilegio, nos sentimos 
"sucios" e internamente avergonzados. Ser hipócrita es una conducta que 
hiere al que la práctica y repugna al que la sufre.
Pero hay mucho más: en algún punto de la evolución, cuando los seres 
humanos abandonaron el reino de los instintos y comenzaron a guiarse por 
la razón, descubrieron el agónico proceso de tomar decisiones barajando 
constantemente los valores morales prevalecientes, los intereses 
materiales y los impulsos psicológicos.
Para tomar esas decisiones era menester informarse. La violencia 
totalitaria trata de impedir que las personas puedan informarse. ¿Para 
qué necesitan informarse si todas las decisiones las toma el Estado y 
todas las verdades ya han sido descubiertas?
En Cuba hay numerosas brigadas de la policía dedicadas a arrancar 
antenas parabólicas, descubrir teléfonos satelitales, confiscar libros 
prohibidos y negarle el acceso a Internet a cualquier persona 
mínimamente independiente. No se me ocurre una actividad más miserable 
que ésa.
Cuando el socialista español Fernando de los Ríos le preguntó a Lenin 
cuándo iba a instaurar un régimen de libertades en la naciente URSS, el 
bolchevique le respondió con una pregunta cargada de cinismo: "¿Libertad 
para qué?".
La respuesta es múltiple: libertad para investigar, para generar 
riquezas, para buscar la felicidad, para reafirmar el ego individual en 
medio de la marea humana, tareas todas que dependen de nuestra capacidad 
de tomar decisiones.
La historia de Occidente es la de sociedades que han ido ampliando 
progresivamente el ámbito de las personas libres.
Poco a poco les arrancaron a los monarcas y a las oligarquías religiosas 
y económicas las facultades exclusivas que tenían de decidir en nombre 
del conjunto. Los pobres y los extranjeros alcanzaron sus derechos. Lo 
mismo sucedió con las razas consideradas inferiores, con las mujeres, 
con las personas marginadas por sus preferencias sexuales. La 
esclavitud, finalmente, fue erradicada.
Es posible contar el largo recorrido histórico de los seres humanos como 
la aventura constante de nuestra especie en procura de ampliar 
progresivamente el número de las personas dotadas del derecho a tomar 
sus propias decisiones.
A veces el ejercicio de esa facultad toma dimensiones heroicas. Hace 
unas semanas el preso político cubano Orlando Zapata Tamayo decidió 
morirse de hambre y sed para protestar contra las injusticias y los 
atropellos de la dictadura. Sólo le quedaba la vida para defender su 
dignidad de ser humano y la entregó. A él, a su memoria dolorosa, muy 
conmovido, le dedico estas palabras.
* Palabras del autor en la recepción del Premio Juan de Mariana a una 
trayectoria ejemplar en defensa de la libertad. Madrid, 30 de abril de 
2010."
http://www.diariodecuba.net/opinion/58-opinion/1423-ilibertar-para-que.html
 
 
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