09.06.2009 -
Calixto Alonso es abogado
Parece que entre los destinos de Cuba está el de ser una de las tierras
prometidas de los politólogos. Después de la jubilación de Fidel Castro,
asistimos a etapas de dudoso equilibrio entre el respeto a un pasado
construido sobre una ruptura histórica y la supuesta obligación de
inventar un futuro. Mas lo que se aprecia tras la figura de Raúl Castro
es la emergencia, dentro de la élite revolucionaria de una clase
política profesional, dispuesta a perpetuar su presencia en el poder y
garantizar su enriquecimiento.
Asistimos a una suerte de revolución de los intereses. Los beneficiarios
configuran un grupo con múltiples enlaces internos, y parece clara la
superposición entre lo institucional, lo familiar y los negocios. Esto
es lo que vincula, hoy, a la parte de la población que vive en Marianao
y Siboney y tiene altas responsabilidades en la política, en el ejército
y en las empresas que manejan divisas.
Se redefinen elementos de la vida diaria sin trastornos mayores para el
poder. Bajo la capa de una supuesta transición ha cuajado una clase que
monopoliza la era post-fidelista. Los anuncios de cambio del nuevo líder
han chocado con la fidelidad proclamada a la herencia del comandante en
jefe, repetida hasta la hartura por sus herederos atrincherados en el
poder. La posibilidad de adquirir a precios de delirio computadoras,
teléfonos móviles, electrodomésticos y accesos a los hoteles de turismo
han sido la bondadosa excusa para recoger divisas del mercado local.
Raúl Castro ha conseguido, con fundamental colaboración de España,
levantar las suaves sanciones de la Unión Europea, tomadas en 2003 tras
el encarcelamiento de Raúl Rivero y 74 opositores más. Y en esas, llegó
Obama, y su oferta de diálogo a Cuba, hasta ahora el parto de los montes.
Mientras delegaciones de Washington y La Habana mantenían encuentros
informales destinados a explorar posibilidades de negociación, Raúl
Castro, forzado por los artículos de prensa que firma en el veril de la
muerte su hermano mayor, ha tenido que matizar el camino a seguir.
Tras la cumbre de las América en Trinidad y Tobago, se ha retrocedido y
hay un regreso a la retórica tradicional de enfrentamiento.
Fidel llamó a Obama autosuficiente y soberbio, anticipándole un fracaso
si seguía hablando de derechos humanos, libertad de expresión y presos
políticos. De paso, le exigió que devolviera la base de Guantánamo. La
Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, afirmó, al tiempo,
que el «régimen de los Castro estaba acabado». De modo que Raúl Castro,
delante de la delegación de los Países no Alienados, hubo de sostener
que Cuba nunca negociaría sobre su soberanía y su sistema político y
social. Sigue, pues, la interminable partida de ajedrez. La Habana
continúa con su demanda de solicitud de derogación unilateral del
embargo. Ahí los Castro juegan con trampa, porque saben que atender a
tal demanda requiere el consenso legislativo en la capital federal.
El Congreso norteamericano sólo modificaría tal ley si se iniciase un
proceso comprobado de reformas en la isla, y el gobierno cubano no va a
pasar por eso. El embargo se ha demostrado ineficaz, pero exigir al
gobierno de EEUU que excluya de su diplomacia el tema de los derechos
humanos es tan ilusorio como pedir a los Castro que no hagan del fin del
embargo su principal arma. Y mientras, miles de cubanos hacen colas y
malabares en el consulado de España en La Habana, al pie de la calle
Cárcel, para acogerse a la conocida como ley de Nietos, una disposición
recogida en la ley de Memoria Histórica, aprobada por nuestras Cortes,
que permitirá adquirir la ciudadanía española a unos 150.000 cubanos
descendientes de emigrantes y exiliados españoles.
Por si acaso, Raúl Castro ha renovado en Moscú la vieja amistad
ruso-cubana. Ha firmado este año un acuerdo de cooperación estratégica
con Medvéded y ha confesado su nostalgia de la URSS con la frase «somos
amigos, nos hemos conocido en las buenas y en las malas». El pueblo
cubano ha despertado del efecto Obama como de un mal sueño.
Tarde o temprano, Cuba cambiará, pero a día de hoy los presos de la
primavera negra del 2003 padecen la bruma sofocante de la tiranía. Su
gobierno no reconoce su existencia, de modo que siguen bajo el clima
irrespirable y dogmático creado por un tortuoso delirio de
intransigencia e intolerancia. Washington y La Habana deberían acotar la
confianza necesaria para conversar después de tanta hostilidad. Pero las
letras en rojo mayúscula de la embajada americana en el Malecón siguen,
hoy, fijando mensajes que a duras penas ocultan las banderas negras
colocadas en su frente.
Se le exige a Obama que intente la promoción de la democracia en Cuba,
previo apoyo de la comunidad internacional. Mas Lula, Calderón,
Bachelet, etc., jamás le pedirían a La Habana que ponga su parte en la
danza de concesiones al gran vecino. No hay señal alguna de que tales
dirigentes vayan a aceptar que, del mismo modo que presionan a Obama
para levantar unilateralmente el embargo a Cuba, deben hacerlo con los
Castro para que se comprometan a permitir el establecimiento de un
régimen democrático en su Antilla. Y mientras sigue la partida. El
enjuto Granma arenga al pueblo cubano con 'Ahorro o muerte'. ¡Pobre
Cuba¡ Qué va a ahorrar el que no tiene nada.
La temperatura de la guerra fría. eldiariomontanes.es (9 June 2009)
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