La situación vivida por la neurocirujana Hilda Molina para poder viajar
a la Argentina constituye sólo un ejemplo de lo que viven a diario miles
de ciudadanos cubanos que tienen conculcados sus derechos. Una situación
inaceptable, que obliga a la comunidad internacional a ejercer las
acciones necesarias para que el gobierno cubano genere un cambio en
favor del respeto a las libertades y al Estado de derecho.
jueves, 18 de junio de 2009
El caso de la neurocirujana Hilda Molina, es sólo uno de los miles que
existen en Cuba, un país cuyos habitantes han perdido sus derechos y
deben contar con el "favor" del gobierno para poder abandonar la isla.
Fueron muchos los factores que influyeron para que el régimen castrista
aceptara que la científica pudiera viajar a la Argentina a fin de
reunirse con su madre -que se encuentra en grave estado de salud- con su
hijo y con sus nietos.
Por un lado la gestión de nuestro gobierno nacional y por el otro, la
presión ejercida por la Iglesia Católica cubana. La propia Hilda Molina
se vio obligada a enviarle una carta personal a Raúl Castro, en la que
hacía el juramento de que retornaría a Cuba una vez que se reuniera con
su madre y observara su estado de salud.
Se trata de situaciones incomprensibles en un mundo globalizado, donde
los derechos individuales se respetan también en aquellos países que
hasta no hace mucho tiempo se encontraban bajo la órbita del comunismo.
La caída del Muro de Berlín cambió la situación del mundo y hasta la
China produjo un cambio positivo.
Una situación que no se vive en Cuba, aún cuando su principal "enemigo",
Estados Unidos, va modificando su actitud hacia la isla, al anunciar que
levantará su base en Guantánamo, que flexibilizará el bloqueo económico
que mantuvo por décadas y que hasta brindó el apoyo para que la OEA
abriera las puertas para que ese país retorne a la organización.
Al gobierno cubano se le van agotando las excusas para mantener una
estructura absolutamente criticable respecto de los derechos de sus
habitantes y cada vez son más las presiones que exigen una apertura
democrática, situación en la que se encuentran también aquellos que
defendieron en reiteradas oportunidades la posición cubana ante los
organismos internacionales.
Hilda Molina tiene una historia singular. Científica brillante, realizó
en 1988 un trasplante de tejido cerebral en un feto recién abortado, a
un enfermo de Parkinson. Fue la primera operación de ese tipo que se
realizó en Cuba y la tercera en el mundo.
Fue una ferviente defensora de la revolución y resultó elegida diputada
por sus buenas relaciones con Fidel Castro. En ese marco, fundó el
Centro Internacional de Restauración Neurológica, una institución de
vanguardia para su especialidad en el mundo, pero ese fue también el
motivo de su alejamiento del "comandante" y de sus vicisitudes posteriores.
Molina era partidaria de que los quirófanos de su centro estuvieran a
disposición de los pacientes cubanos, mientras el régimen castrista
estimaba que la atención de enfermos del exterior le serviría para hacer
importantes ingresos en dólares. Allí terminó todo.
Molina rompió su carnet del partido y Castro la declaró su enemiga. No
se puede hablar entonces de que Hilda Molina no coincidiera con los
principios de la revolución y sí se puede asegurar que su único pecado
fue simplemente decir no a una orden del comandante.
No es la única que sufre persecuciones o atropellos a su libertad. Son
miles los cubanos que esperan la ansiada "tarjeta blanca", que otorga el
gobierno, para poder salir de la isla. Para conseguirla, deben contar
con una carta de invitación legalizada del país al que desean viajar y,
para hacerlo, deben costearse trámites que superan los 400 dólares, lo
que les significa varios meses de trabajo. Peor aún, si el viajero
decide no volver, transcurridos once meses el Estado le confisca todas
sus propiedades.
Resulta admirable la valentía con que Hilda Molina denuncia la situación
por la que atraviesan los cubanos, valentía que se multiplica cuando se
conoce que volverá a la isla, ya que fue una promesa que le hizo el
gobierno cuando le otorgó la visa para salir del país. Es valiosa la
gestión que realizó la presidenta argentina y fundamental la que efectuó
la propia Iglesia Católica cubana.
Pero es hora de que la comunidad internacional, a través de sus
gobiernos, ejerza la presión necesaria para que se produzca un cambio en
aquel país y que se respeten -como solicitó públicamente Hilda Molina-
tres conceptos fundamentales: la unidad de la familia por ser base de la
sociedad, el respeto a la libertad y a los derechos de los ciudadanos
(incluyendo en éste el de elegir sus autoridades).
Sólo eso.
Nada más, ni nada menos.
diario Los Andes - El ejemplo de Hilda Molina (18 June 2009)
http://www.losandes.com.ar/notas/2009/6/18/editorial-430355.asp
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