Todos con Raúl
Armando Añel
Seguramente se habrán dado situaciones similares a lo largo de la
historia, ya sea latinoamericana u occidental, pero es innegable que el
espaldarazo internacional a la sucesión castrista, particularmente al
ascenso de Raúl Castro como hombre fuerte en Cuba, es cuando menos digno
de figurar en un manual de curiosidades políticas. Claro, si realmente
fuera éste un mundo racional, o consecuente en su discurso.
Lamentablemente, ocurre todo lo contrario.
Tuvieron una oportunidad histórica de apoyar al pueblo cubano –de darle
voz a los sin voz-, pero la echaron por la borda. Todos se fueron con
Raúl. Nunca se ha hecho tan patente la orfandad ética y/o política de la
comunidad internacional, expresada en su respaldo casi unánime, o su
silenciosa aquiescencia, a la sucesión cubana. En este sentido, cabe
volver sobre una reciente afirmación del presidente George W. Bush: "la
lista de países que apoyan al pueblo cubano es demasiado corta, y las
democracias ausentes de esa lista son demasiado notables". El
espaldarazo a la sucesión, transcurridos casi dos años de la muerte
política de Fidel Castro, es sintomático. Salvo algunos casos aislados,
poco o nada puede esperarse de las democracias establecidas, a las que
en la práctica hay que identificar como sostenedoras del castrismo.
Todo comenzó en 2004, cuando el ejecutivo de José Luis Rodríguez
Zapatero inició sus políticas de acercamiento al régimen. Su primera
medida, a petición de la dirigencia castrista, fue interrumpir la
participación de los opositores cubanos en la celebración de las fiestas
nacionales españolas, celebradas en su embajada en La Habana. Luego,
tras irrumpir en el escenario la enfermedad que inhabilitaría al máximo
responsable de la tragedia nacional, la expectativa exacerbada de
algunos gobiernos sirvió de coartada a otros para refocilarse en su doblez.
El canciller español, Miguel Angel Moratinos, visitó la Isla a finales
de 2007, pero sin dignarse a recibir a la disidencia interna. El
subsecretario de Relaciones Exteriores italiano, Donato Di Santo,
declaró por esas mismas fechas que vistas las "novedades" que se estaban
registrando en Cuba resultaba oportuno superar las sanciones europeas e
instaurar un "diálogo constructivo" con la dictadura. Otro tanto ha
hecho el secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, quien
durante su reciente estancia en La Habana se atrevió incluso a
rectificar a Juan Pablo II: no es tanto que Cuba se abra al mundo, es
"sobre todo que el mundo se abra a Cuba" (la acepción de Bertone calca
el concepto oficialista, esto es, Cuba y castrismo también son sinónimos
para el cardenal).
Más de lo mismo aportó el pasado fin de semana Louis Michel, comisario
de Desarrollo y Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea. Según su
delegación, las sanciones aprobadas a propósito de los sucesos de la
Primavera Negra –vigentes, pero congeladas- constituyen un gran error
político. Y la tapa al pomo la puso este jueves el gobierno mexicano,
quien oficializó en La Habana su regreso a los años oscuros del priísmo,
cuando éste temblaba ante la posibilidad de que el castrismo recreara
sus hábitos injerencistas en México.
En lugar de asimilar las experiencias y consejos de países como Polonia,
República Checa o Eslovaquia, cuyo pasado totalitario los habilitaba
para entender en profundidad el problema cubano, la Unión Europea acabó
dejándose llevar por los cantos de sirena de Madrid. Y ni hablar de la
postura latinoamericana. Las consecuencias para la población de la Isla,
como no podía ser de otra manera, están a la vista: la oposición sigue
siendo acosada, los presos políticos continúan abarrotando las mazmorras
castristas, la vieja guardia conservadora –la de los Machado Ventura y
Casas Regueiro- cierra el primer anillo de poder y las "reformas" por
tanto tiempo esperadas comienzan a parecerse a la última "reforma":
aquella en la que Fidel Castro puso en circulación miles de ollas
arroceras tras enseñarle a las amas de casa criollas cómo hacer los
frijoles negros.
Y es que ya se nos echa encima la primera de las medidas insinuadas por
la nomenklatura: se levantan las prohibiciones para comprar ordenadores
–sin que ello signifique acceso a Internet, por supuesto-, hornos
microondas y algunos otros electrodomésticos, todo en moneda convertible
y a precios superiores a los corrientes en cualquier país desarrollado.
Pero lo que precisa con urgencia la ciudadanía no son bienes de consumo,
sino libertades, entre otras cosas porque el orden de la variable "a más
libertad más bienes de consumo" no puede ser impunemente alterado. Esas
mismas libertades que disfrutan, pero no comparten, la Unión Europea y/o
la comunidad internacional.
letrademolde@letrademolde.com
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