¿Belén o Burundi?
Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - La marginalidad forma parte de mi
existencia. La veo a través de la ventana, en mis largas caminatas, en
unos sueños que periódicamente terminan en pesadillas.
Tiene casi la omnipotencia del sol y se desenvuelve en el registro del
crepúsculo. Lo sé porque me quema las neuronas y puedo dictar una
conferencia sobre sus sombras. Sí, el color de la sordidez, las manchas
del abandono, las neblinas de la supervivencia y el tono pálido de la
incertidumbre.
De algún apartamento, un perro me dispara a matar. Lo hace a diario. Su
arma es de grueso calibre y se activa con una simple compresión de sus
vísceras. En tropel unas flatulencias de olores demoníacos. Unas ráfagas
que me obligan a un repliegue urgente. No me atrevo a preguntar de qué
se alimenta el animal. El dueño podría interpretarlo como una afrenta.
Son los códigos dentro de estas fronteras que delinean un territorio
emparentado con la jungla.
Una colecta monetaria nos salva de los excrementos en las escaleras y el
orine seco esparciendo su néctar. Dos vías para sacar las lágrimas de
los inquilinos a partir de la exposición eterna de los desechos. Ahora
hay una puerta de hierro, aunque la limpieza sigue en el orden de los
deseos.
Nunca se supo nada de los responsables de las evacuaciones. Ahora es
solo orine de vez en cuando o los rastros de basura que embadurnan los
escalones. Hace unos días alguien dejó unas huellas insoportables. Era
un líquido amelcochado y negruzco.
La pestilencia duró casi una semana. Aún se desconoce quién regó la
sustancia. Hubo crispación, protestas individuales y finalmente un
acuerdo entre algunos vecinos para sanear el ambiente.
Por estas tierras, las groserías florecen con una vitalidad primaveral.
La gama de frases y palabras intemperantes no tienen parangón. Escucho
de todo, a cualquier hora y en voz de niños y adultos. Son exorcismos,
dibujos orales del aquelarre, palabrotas que hubieran matado a mi abuela
del susto. Lo temible es que ese es el lenguaje al uso. Amas de casa,
profesionales, infantes, adolescentes. Casi nadie se sale del guión. La
mayoría sigue las pautas que dicta el vivir en la zozobra, la mugre y el
desconcierto.
Dentro de la parafernalia sonora, se inserta la música. El "reguetón"
hace vibrar mis paredes, un bolero de Omara Portuondo amenaza con
convertir en polvo los tímpanos. En el cóctel viene también el último
disco del puertorriqueño Marc Anthony, que desembarca en el apartamento
con fuerza de tornado. Tengo de visita a un amigo y apenas podemos
hablar. A gritos logramos la conversación. No existen otras formas.
Son tiempos difíciles que obligan a adaptarse o simplemente a tomar el
camino del suicidio. La civilidad no es compatible con el socialismo, al
menos con el que me ha tocado vivir.
Tengo evidencias de que sobrevivo en medio de un mundo enajenado y
complejo. Los patrones éticos y educativos son piezas de museo, la
decencia un término en extinción. En, fin Cuba es una gran feria donde
la magia es kafkiana y las fieras andan en cualquier esquina.
Lo humano se pierde con cada versión del desastre. Puedo emplear esta
palabra con conocimiento de causa. Pues soy oriundo de Belén, un barrio
del capitalino municipio Habana Vieja plagado de cuarterías, edificios
apuntalados, gentes con plena capacidad para ejercer la violencia como
respuesta a su interminable ciclo de penas.
Hace 46 años (mi edad) que doy vueltas en el vórtice de una debacle. Me
lo subraya la perpetuidad de los basurales en las esquinas, las broncas
entre vecinos surgidas al calor del alcoholismo y la droga, y desde hace
poco la falta de agua. El baño ya entró en la categoría de los lujos.
Para concretarlo debo salir con un recipiente a la calle, comprar tan
siquiera un par de cubetas o conseguir que algún conocido no haya caído
en la misma desgracia para pedirle ayuda.
En cada lucha por la sobre vivencia, creo que Belén es un protectorado
de Burundi. No es un delirio, simplemente experiencias, intensidades
dramáticas reciclables, tragedias cotidianas que rozan la ficción. Entre
ese cruce de turbulencias puedo alzar aún mi diestra y ser objetivo.
Algo que me es posible lograr sin mucho esfuerzo. Las historias del
inframundo son duras, espesas, interminables, muy reales.
No comments:
Post a Comment