'Muerto Stalin, ¿quién pensará por nosotros?'
ROGELIO FABIO HURTADO | La Habana | 1 de Diciembre de 2016 - 22:39 CET.
Las cenizas de Fidel Castro, transportadas hacia Santiago de Cuba. (AP)
El político que hizo de la muerte una consigna esencial y una
herramienta imprescindible de gobierno, acaba de encontrar la suya, no
con sus botas italianas puestas, ni a manos de sus enemigos jurados,
sino en su propio lecho familiar, a la selecta edad de 90 años.
Por su presencia, para bien y para mal en nuestras vidas, su
desaparición es un acontecimiento. Ahora, muchos cubanos pierden al
padre proveedor y modélico. Otros tantos, al culpable universal de
nuestras desgracias. Ambos roles le correspondieron y son insustituibles.
Para con sus aliados, fue siempre generoso y pródigo en milagros. Para
sus adversarios, un enemigo perpetuo y terrible. Los habituados a
acatarlo, se enfrentran ahora con la interrogante que refiere el poeta
Evtuchenko: "Muerto Stalin, ¿quién pensará por nosotros?"
Uno de sus biógrafos, el periodista norteamericano Tad Szulc (Fidel: un
retrato crítico, Grijalbo, 1987), se preguntó cómo había sido posible
que una personalidad tan liberal y creativa como la suya, hubiese
permitido que los soviéticos le convirtiesen "su revolución" en una
sociedad tan cerrada, tan totalitaria y aburrida. No recuerdo sus
respuestas. Ensayaré la mía.
Entró muy temprano en mi vida. Mi primo Héctor Pablo Rodríguez Gómez
hablaba maravillas de su amigo. Por sus vínculos con el líder ortodoxo
Eduardo Chibás, mi familia simpatizó con él. Estuve con mi tía Chela
entre la multitud de habaneros que lo vimos entrar triunfante en La
Habana, a bordo de un jeep militar, con su hijo Fidelito al lado. Los
norteamericanos del Hotel Havana Hilton despedazaron guías telefónicas
para arrojarlas como confeti a su paso por la calle 23.
Tras su triunfo de 1959, adolescente yo, lo seguí ciegamente. En una de
mis carpetas del Instituto de la Víbora, estampé aquella imagen suya,
erguido, con mochila y fusil, con la vegetación de la Sierra Maestra de
fondo y aquella consigna: "Comandante en Jefe, ordene".
No dudé en levantar la mano para integrarme a las Tropas Coheteriles
Antiéreas en abril de 1963. Cuando salí bajo certificado psiquiátrico
dos años después, ya era otra persona. Desde entonces fui alejándome
cada vez más de su prédica y, sobre todo, de su práctica.
Desde hace muchos años me considero un izquierdista por cuenta propia,
que juzgo críticamente al sistema establecido en Cuba por los Castros.
Son innegables sus capacidades y su consagración absoluta al quehacer
político. Las brillantes cualidades personales suyas, que impresionaron
tanto a Szulc como a muchas otras personalidades internacionales,
tuvieron que ceder ante las exigencias del personaje político que
encarnó: un jefe poderoso y siempre ambicioso de más poder.
La concentración del poder totalitario en sus manos se le convirtió en
un hábito, al que se unía el hecho de estar siempre rodeado de
seguidores, incapaces de llevarle la contraria.
Como guerrero, fue implacable con sus enemigos y prolongó su guerra
personal con EEUU de manera insensata, anteponiéndola a los intereses
reales de nuestro país.
Comparado con Martí, careció siempre de la capacidad suprema para
cultivar la rosa blanca. Jamás aceptó el diálogo franco, y su reacción
respecto a las críticas fue siempre airada y tajante: "Con el enemigo no
se dialoga, al enemigo se le combate hasta la destrucción".
Ese fue el Fidel duro e implacable, que nunca vieron Szulc ni sus
admiradores cristianos, como Frei Betto o Ernesto Cardenal.
A partir de ahora, comienza su interminable y polémica posteridad. Ojalá
que su contienda personal con "el imperialismo yanqui"concluya con su
desaparición y que Cuba pueda finalmente salir adelante, con todos y
para el bien de todos.
Source: 'Muerto Stalin, ¿quién pensará por nosotros?' | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1480628362_27104.html
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