La muerte del muy beatifico y perverso hacedor de revoluciones
Me niego a recordar, me niego a hacerlo parte de mi vida, me lo arranco
si es que puedo de este corazón traspasado, exiliado y noble
Eloy A. González, Fort Worth | 01/12/2016 5:11 pm
Resulta que el sátrapa cubano ha muerto. Esta es la noticia y con ella
la confusión dentro y fuera de la Isla, que como isla al fin está a
merced de la maldita circunstancia del agua por todas partes; es la
confusión, es el terror, el algo más que no alcanzo a entender porque se
habla de purificación colectiva y la palaba me estremece. Nos sorprende
a todos. La muerte del dictador nos lanza sin quererlo en esa eterna
miseria que es el acto de recordar y desnudar toda muestra vida, la que
alcanzó y aun alcanza el tirano. El mismo que fue por tanto tiempo
pueblo, nación e historia, la da cada uno, y esto sin que no los
propusiéramos. Todos con el rencoroso trabajo de recordar. Me niego a
recordar, me niego a hacerlo parte de mi vida, me lo arranco si es que
puedo de este corazón traspasado, exiliado y noble.
Todo un pueblo puede morir de historia, de engaños y desesperanzas.
Podemos asomarnos al desconcierto ante la muerte esperada y real del
tirano, la celebración y el enojo. Pero no podemos dejar a un lado la
cruel realidad de ser parte de un pueblo que se hace y se deshace, como
nosotros mismos.
"Cuando los impíos perecen hay fiesta"[1], como ha ocurrido con el
deceso de aquel al que le entregamos nuestra conciencia colectiva. Hay
celebración e inquina, abundante adjetivación y obvia especulación de
legado y sombras. Del muerto hoy dicen que fue desde un líder luminoso
hasta una cucaracha, porque no faltan ditirambos y descalificaciones,
estas últimas para muchos bien merecidas.
También hay alabanzas, esas inclusos que vienen de los hijos de Dios que
siempre buscan palabras para elevar, sin proponérselos, a los impíos a
los altares. Hay la intención de encomendar al finado a Jesucristo a ver
qué puede hacer. Difícil prodigar este cuidado a alguien que, victorioso
y entrando a La Habana como reedición de la entrada a Jerusalén, con una
población exultante que ya le había prodigado todos los honores en
prolongado viaje desde el origen del país a la capital, se hacía dios
hacedor y ejecutante del poder. Decimos difícil porque al llegar al
poder, o hacerse de él, no faltaron voces que consideraron al sátrapa
cubano en los tempranos años de la revolución como "un instrumento en
las manos de Dios para el establecimiento de su reino entre los
hombres". Solo que escogió a nuestra isla toda en peso y necesitó de
casi seis décadas para dejarla. Dejando un legatus, como ahora dicen
tantos, para que su reino se consolide y de qué forma.
Cuando el sátrapa cubano llegó a La Habana (1959) nunca le faltaron
lisonjas, pero esto de que era un instrumento en las manos de Dios, el
todopoderoso, nos ponía a todos los cubanos en condiciones muy
desfavorables, si no lo aceptábamos pues era como desafiar a Dios. Del
muerto, en su momento se dijo: "…está logrando en Cuba hoy —y que
fecundará toda la América Latina— es precisamente aquello que Dios
quiere para estos pueblos olvidados: una oportunidad nueva para vivir
decentemente y con dignidad. Un Dios de amor —de un amor sin fronteras,
como es el Dios de los cristianos— no puede desear menos que eso para
sus hijos. Pero él requiere de "instrumentos" de "siervos", para la
realización de tan sublime tarea"[2]. De que nos convirtió en
instrumentos y en siervos no cabe la más mínima duda.
Astuto, manipulador y amigo de la noche, el déspota, viejo y
probablemente enfermo…, como preocupado, invitó, tal vez sorprendido por
lóbregas reflexiones escatológicas, a un grupo de teólogos de visita en
La Habana. No sabemos si lo escatológico sea en el sentido teologal o
excrementicio, pues ambas definiciones se tocan. Fue entonces que el
ladino personaje, inclinado sin duda a la "vaciladera" y el
despropósito, les pregunto a los teólogos ¿cómo entendían el Libro de
las Revelaciones o Apocalipsis? También les preguntó sobre los derechos
humanos —siempre preocupado el autócrata sobre ellos— y sobre la
destrucción del medio, esto, quien dio cuenta de buena parte de la Isla
destruyéndola.
El teólogo allí presente pudo presentarle una síntesis de lo que
significa el Libro de las Revelaciones al absolutista. Pero este, como
era usual, trajo a colación su ego desmedido y su inclinación por el
choteo para asegurar "que los jesuitas le habían enseñado mal", esta, la
palabra revelada. En la tardía pero animada tertulia beatífica y a la
altura de tan elevados conceptos del amor de Dios, la fe, la vida y la
justicia; conceptos que para el dictador tienen significados muy
especiales como parece…, es entonces que el cierre le tocaba al taimado
contertulio que dijo: "la fe es un asunto personal que tiene que nacer
de la conciencia de cada persona. Pero el ateísmo no debe ser una
bandera"[3]. Esto dicho por el canallesco personaje que tanto pisoteó la
libertad de conciencia e hizo del ateísmo una de sus banderas en la ya
malograda revolución.
Hombre así, líder por antonomasia, venerado por tantos y merecedor de
consideración en tanto que es guía de muchos; excelencia de elevados
propósitos y motivador de ideas y cometidos políticos de tantos.
Habiendo incluso consideraciones de elevada mística en el personaje,
atribuido por igual de creyentes en un Dios e incrédulos comedidos; es
que me asalta la duda si debamos elevar a los altares al desalmado o
dejarlo entre los mortales aun muerto.
¿Qué cómo son los negocios del déspota con Dios ahora que ha muerto? Es
una pregunta que asalta a un prelado, quien, dedicado a temas tan
complejos como el demonio, el exorcismo, la posesión y el infierno, se
encarga de analizar lo que significa la muerte de tan infausto dictador
y su andar de ignominias; y dice bien que "porque el juicio será sin
misericordia para el que no ha mostrado misericordia" (Santiago 2, 13).
Dice el prelado, quien en su certero y elegiaco artículo parece
exorcizar al demonio que fue, "que al pernicioso líder Dios le dio 90
años a su alma para cambiar, para entender, para pedir perdón" y no lo
hizo. "Él, que hizo un infierno de la vida de muchos, si ha entrado en
el infierno, ahora sufre con los ojos abiertos. Él que siempre tuvo los
ojos de su conciencia cerrados ahora ve. En el infierno o en las
espantosas moradas de la purificación destinadas a monstruos como él,
ahora ve, sufriendo... pero, por fin, ve".[4]
Acusado por algunos de haber condenado al muerto al infierno, el
sacerdote tiene que volver a esgrimir argumentos que tratan de poner en
contexto sus palabras; parece que a la progresía no le gusto que su
héroe de mil batallas fuera situado a un paso del infierno. En un
segundo artículo el autor bien dice:
"Jamás he afirmado que esté en el infierno. Ni lo he dicho ni lo he
escrito ni lo pienso. Solo digo que, después de toda una vida repleta de
acciones gravísimas, acciones que llevan a la condenación eterna, sin
que nos conste su arrepentimiento en ningún momento de su larga vejez,
ha afrontado el juicio inapelable y riguroso de Dios".
Como algunos se preguntan dónde está el difundo que más que su cuerpo ya
en cenizas ahora va en andas por toda la isla en un acto de constricción
de una nación en vilo. El exorcista, que debe ser, señala lo siguiente:
"¿Dónde está ahora? Os lo voy a decir, porque os aseguro que lo sé: o
está en el lugar donde hará penitencia y no saldrá hasta pagar incluso
la última pequeña moneda (Lucas 12, 59), o está en el lugar donde ya no
tiene que hacer ninguna penitencia, porque la sangre de Cristo no fue
derramada por él y su nombre no se encontró en el Libro de la Vida".[5]
Para completar la traída relación entre lo religioso y el eximio
difunto; viene a cuenta la afirmación de que este era la encarnación del
espíritu del anticristo. Bueno no el anticristo sino algunos de los
muchos anticristos que el autor del Libro de las Revelaciones asegura
que aparecerán en la última hora[6].
Una opinión da cuenta y afirma que gracias a Dios se murió y que hay "un
anticristo menos". Agrega:
"Lo cierto es que con la muerte…, desaparece otro de los anticristos de
turno, y con este hecho comienza a desaparecer su influjo maldito sobre
nuestra sufrida isla. Tiempos de luz, libertad y prosperidad terminarán
por imponerse a las densas tinieblas que con estos delincuentes en el
poder tuvimos que sufrir por demasiadas décadas ya, con el valor añadido
de extender los tentáculos de nuestra maldición sobre otras tierras…"[7].
Esta rara deidad, tirano de enlodadas banderas, se nos hizo realidad
prolongada en nuestra nación y en nuestras vidas. Como costra maloliente
está apegada a nuestras conciencias y será muy difícil quitarnos esta
maléfica impronta. El perverso personaje se nos metía debajo de la piel;
su influencia y Gobierno fue una dedicación perniciosa de la nación toda.
Pero no hay razón para tanta demonización, ni hay razón para que una
nación toda eche mano a la culpabilidad y la flagelación. El sátrapa ha
muerto, algo que era esperado; lo que aumenta las expectativas es el
confuso panorama de una nación, aparentemente desecha en un impreciso
escenario internacional; que viéndose visitada por la muerte del líder,
se aferra a una persistencia construida por el más prolongado oprobio;
como nunca se ha visto en una nación moderna.
Hace una década cuando la noticia falsa de la muerte del tirano
sorprendió a todos escribí lo siguiente…, ahora cada palabra adquiere
validez y actualidad:
"Para los que piensas que la muerte del sátrapa promoverá cambios en
Cuba, les digo que se equivocan. Los mensajes son claros y no hay
contradicción en ellos. Ya se ha producido un proceso de sucesión
ordenada, la continuidad de la dictadura y la ideología que le sirve de
sustento está garantizada. Los principales funcionarios del régimen lo
han declarado: hay y habrá continuidad, no transición. Las libertades
que nos merecemos los cubanos, una vez más, han sido aplazadas".[8]
Todos miran el momento de elevados vuelos, ventilando ideas, análisis,
llamamientos y esperanzas. Limitémonos al buen hacer de enterrar al
sátrapa de una vez; olvido sanador resuelto y exorcizar el entramado
social de la isla y del exilio. Comenzar por enterrar en todo el sentido
del término el déspota que fue, des construir la revolución hasta que de
ella solo queden las obligadas referencias en los tratados de historia.
Para todos los cubanos, siempre que sea posible; superar la desesperanza
y el abandono y caminar por los nobles senderos del combate y el consuelo.
No, no habrá el propósito de "una tierra nueva y un nuevo cielo", …solo
una patria digna donde podamos andar con entereza.
[1] La Isla en peso. Virgilio Piñera (1912-1979).
[2] Cepeda, R. (2014, August 29). Fidel Castro y el Reino de Dios.
Retrieved November 30, 2016, from
http://religionrevolucion.blogspot.com/2014/08/fidel-castro-y-el-reino-de-dios.html
Bohemia, año 52, no. 29, La Habana, 17 de julio de 1960.
[3] Stam, J. (2016, November 26). La noche que ensené el Apocalipsis a
Fidel Castro. Retrieved November 30, 2016, from
http://protestantedigital.com/sociedad/40867/La_noche_que_a_Fidel_Castro_le_predicaron_el_Evangelio
La noche que ensené el Apocalipsis a Fidel Castro, 2002.
[4] Fortea, J. A. (2016, November 28). Elegía a Fidel Castro (I parte):
Salve, thane de Cadwor. Retrieved November 30, 2016, from
http://blogdelpadrefortea.blogspot.com/2016/11/elegia-fidel-castro.html
[5] Fortea, J. A. (2016, November 29). Elegía a Fidel Castro (II parte):
Cuando el Destino nos alcance. Retrieved November 30, 2016, from
http://blogdelpadrefortea.blogspot.com/2016/11/elegia-fidel-castro-ii-parte-cuando-el.html
[6] La Isla en peso. Virgilio Piñera (1912-1979).
[7] Lleonart, M. F., Pbro. (2016, November 27). ¡Gracias a Dios se murió
Fidel Castro! ¡Un anticristo menos! Retrieved November 30, 2016, from
http://cubanoconfesante.com/gracias-a-dios-se-murio-fidel-castro-un-anticristo-menos/
[8] González, E. A. (2006). A la Patria de una vez. Retrieved November
29, 2016, from http://www.cubademocraciayvida.org/web/print.asp?artID=3942
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