La libertad contra la historia
No sentí nada a raíz del anuncio de la muerte de Fidel Castro
Miércoles, noviembre 30, 2016 | Jacobo Machover
PARIS, Francia.- No sentí nada a raíz del anuncio de la muerte de Fidel
Castro este 25 de noviembre de 2016, alrededor de la medianoche, hora de
Cuba.
Ninguna tristeza, por supuesto —les dejo ese sentimiento a los llorones
ignorantes que en París le rindieron un homenaje grotesco al dictador
ante la estatua del libertador venezolano Simón Bolívar quien, dicho sea
de paso, no tuvo ningún protagonismo en la lucha por la independencia de
la isla, cuyo símbolo es otro combatiente por la libertad, el poeta y
demócrata cubano José Martí. Martí escribía estos versos, que se adaptan
perfectamente a Fidel, quien ha intentado presentarse a sí mismo como su
discípulo:
"¿Del tirano? Del tirano
Di todo, ¡di más!, y clava
Con furia de mano esclava
Sobre su oprobio al tirano."
Ninguna alegría, tampoco: el anuncio tardó demasiado, al menos diez años
desde el 31 de julio de 2006, día en que Fidel, enfermo de gravedad, le
delegó el poder a su sucesor designado desde 1959, su medio hermano
Raúl, tan cruel como él. La gran discusión en Cuba siempre ha consistido
en saber cuál de los dos es peor. Entiendo el júbilo que pueden sentir
algunos de mis compatriotas exilados, que es más un sentimiento de
desahogo que de felicidad real. Pero el castrismo, aunque decrépito,
sigue vivo.
Pienso en todos aquellos que no le sobrevivieron al Comandante en Jefe,
al que tantos jefes de Estado celebran hoy día: los expresos políticos
que a menudo habían sido sus compañeros de lucha contra la dictadura de
Batista y luego pasaron veinte o treinta años en sus mazmorras antes de
ser desterrados, los fugitivos, principalmente los balseros que
intentaron cruzar el estrecho de Florida y murieron devorados por los
tiburones o asesinados por los guardacostas y otros esbirros del
régimen, al igual que las decenas de víctimas del remolcador 13 de
marzo, atacado con potentes chorros de agua en 1994. Están los
descendientes de los fusilados, por ejemplo los setenta y dos
ajusticiados por Raúl en Santiago de Cuba durante la noche del 12 al 13
de enero, cuyos cuerpos fueron enterrados en una fosa común y
desenterrados años más tarde para hacer desaparecer las huellas del
crimen en el mar. Y también los de la cárcel-fortaleza de La Cabaña en
La Habana, al mando de aquel guerrillero argentino atrozmente romántico,
Ernesto Che Guevara. Hubo tantas otras víctimas… como el valiente
disidente Oswaldo Payá, premio Sajárov para los derechos humanos, y su
compañero Harold Cepero, muertos en 2012 como consecuencia de un
"accidente" de tráfico, provocado sin duda alguna por un vehículo de la
la Seguridad del Estado, la siniestra policía política.
Hay que mencionar también a todos los escritores, artistas e
intelectuales muertos en el exilio, quienes designaron a Fidel Castro
como responsable de sus desgracias: Reinaldo Arenas, Heberto Padilla,
Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Néstor Almendros, Jorge
Camacho, Juan Arcocha… Los estoy oyendo gritar su odio, a veces con
cierto sarcasmo, y manifestar su desprecio hacia todos los que se
dedicaron a elogiar sin límites a los verdugos, como lo hicieron
Jean-Paul Sartre o Gabriel García Márquez. A esos exilados, lo mejor de
Cuba, los propagandistas y simpatizantes del castrismo los tildaron de
"gusanos". Todos nosotros tuvimos que enfrentar el ostracismo al que nos
quisieron condenar los que creían detener el monopolio del pensamiento
correcto, las instituciones culturales y académicas que prefieren
escuchar, por ejemplo, a un Ignacio Ramonet, biógrafo complaciente y
ramplón de Fidel Castro y de Hugo Chávez, más que a los opositores. Para
ellos, Fidel significaba la "resistencia" al "imperialismo" americano.
Están equivocados: los resistentes son los que tuvieron que aguantar su
ceguera culpable, su silencio cómplice ante la injusticia disfrazada de
utopía.
A todos los admiradores de los hermanos Castro y del Che Guevara, les es
grato exhibirse en público, sin reservas, como lo hicieron durante la
estancia de François Hollande en La Habana en mayo de 2015, cuando el
presidente francés posó ante los fotógrafos con una inmensa sonrisa al
lado de Fidel, o durante la recepción, a bombo y platillo, de Raúl en el
palacio del Elíseo en París, en febrero de 2016, en medio de doscientos
invitados, cantantes, empresarios, militantes comunistas y de extrema
izquierda, políticos cercanos al poder socialista o, incluso, a la
oposición de derecha. ¿Serán así de ingenuos en pensar que nadie se va a
atrever a criticarles sus genuflexiones ante un hombre que no es para
nada un demócrata?
Los dirigentes de los países occidentales, tanto de Estados Unidos como
de los países de la Unión Europea, que se prepara a levantar las
sanciones contra Cuba recogidas en la Posición común, que fueron
adoptadas porque el país no respetaba los derechos humanos, quieren
creer que Cuba se dirige hacia una vía más democrática. ¿Bajo la férula
de Raúl Castro o de sus vástagos que se preparan a tomar el relevo
cuando el hermano pequeño se vaya a juntar con el mayor en el más allá?
El acercamiento diplomático de Barack Obama con Cuba no es más que una
cortina de humo. En realidad, Obama legitimó a Raúl Castro ante la
comunidad internacional. Pero la represión no cesó en la isla. Más: se
agravó. Las Damas de blanco son apresadas cada domingo y soltadas lejos
de su domicilio después de haber sido hostigadas y maltratadas por los
hombres y las mujeres de la Seguridad del Estado, para impedir cualquier
manifestación contraria al régimen. Los cubanos siguen huyendo de su
isla en balsas o intentando, por decenas de miles, llegar a Estados
Unidos emprendiendo una peligrosa travesía de América latina, como todos
aquellos refugiados en otras zonas del mundo, como si ellos también
estuvieran en guerra. ¿Quién se digna en hablar de ello?
Seguimos orgullosamente solos. Los dirigentes de todo el planeta irán en
masa a los funerales oficiales de Fidel Castro, después de las
interminables procesiones a las que los cubanos de la isla tendrán que
asistir forzados, a regañadientes, ya que van a tener que rendirle
pleitesía al hombre que provocó la tragedia, la división familiar, la
escasez extrema, los encarcelamientos arbitrarios, el exilio, la muerte.
Fidel Castro, sin lugar a dudas, va a entrar en la Historia, que llevó a
tantos desastres causados por los totalitarismos del siglo 20 y
principios del siglo XXI. El presidente Obama, en un mensaje de pésame
que suena como una traición, se refiere al "juicio de la Historia".
Fidel, por su parte, ya había anticipado la sentencia cuando, en 1953,
dijo: "La Historia me absolverá". Si el pueblo hubiera tenido la
oportunidad de expresarse mediante verdaderas elecciones, sin Partido
único, sin prensa controlada, sin Líder supremo, hace mucho tiempo ya
que hubiera terminado en los estercoleros de esa terrible Historia.
Nosotros, los cubanos de la isla y del exilio, aspiramos sencillamente a
otra cosa: la Libertad.
Este artículo fue publicado originalmente en el periódico francés Le Monde.
Source: La libertad contra la historia | Cubanet -
https://www.cubanet.org/opiniones/la-libertad-contra-la-historia/
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