Con la iglesia hemos topado
[12-04-2012]
Carlos Alberto Montaner
Periodista, escritor, político
(www.miscelaneasdecuba.net).- Escribí un breve artículo, Vaticano Inc. 
(Con perdón), que puede leerse en www.elblogdemontaner.com, y he 
recibido algunas críticas negativas de viejos y queridos amigos. Una de 
ellas la redactó Alberto Muller. Voy a responderle por párrafos.
Dice Alberto:
Ocurre con frecuencia que cuando el Pontífice de la Iglesia Católica 
visita países o hace declaraciones morales o de corte social que 
impactan a millones de creyentes y no creyentes, surja más de un 
supuesto experto vaticanista a increparlo, enmendarlo o aconsejarlo.
Curiosa observación. ¿Para hablar de México hay que ser un mexicanista? 
¿No tienen derecho los papas alemanes a hablar de Cuba porque no son 
cubanólogos? No me parecería justo. Pero, por la otra punta, ¿por qué, 
si el papa, un alemán, y el nuncio, un italiano, hablan de Cuba y juzgan 
la actuación de los cubanos, no puedo yo hablar del papa y del Vaticano?
Me sorprende que Carlos Alberto Montaner, al cual respeto con hondura y 
con el cual comparto dolores y sueños de Patria libre y de un mundo 
mejor, haya caído en la tentación mediática de convertirse en otro 
vaticanista de ocasión.
'Vaticano Inc, (con perdón)' -así titula la nota Carlos Alberto- es un 
análisis demasiado apresurado y por momentos errático para resumir los 
DOS MIL AÑOS de una Iglesia Católica que ha cometido, como era de 
esperar múltiples errores humanos en su largo camino, pero que carga con 
un mensaje apostólico de amor, de salvación, de perdón humano, de 
justicia social, de liberación y de obras humanitarias en beneficio de 
los más pobres en todos los rincones del mundo, que hasta los más 
acérrimos adversarios del catolicismo no ignoran.
No pongo en duda absolutamente nada de esto. Lo matizaría agregando que 
el aporte cultural e histórico del cristianismo, pese a las barbaridades 
cometidas por la Iglesia Católica, es mucho más positivo que negativo. 
No hay nada, pues, en mi breve artículo que contradiga la esencia de 
cuanto afirma Alberto. No soy anticatólico ni anticlerical.
Comparto con Carlos Alberto que en Cuba y en México hubo personas 
defraudadas porque el Papa no se haya reunido con las víctimas de 
ciertos atropellos conocidos, pero nadie puede dudar y esto debería 
decirlo Montaner por respeto con lo acontecido, que en sus homilías en 
ambos países, el Santo Padre tuvo el coraje de defender públicamente a 
los desheredados, a los pobres, a los presos, a los exiliados, a los 
inmigrantes, a los niños, a la libertad, a la verdad, a la familia y no 
dudo en señalar los males del narcotráfico, la violencia y el fanatismo 
político que suprime la libertad y no permite la opinión ajena.
Todo eso está muy bien, y la semana anterior había escrito una columna 
favorable al papa que hasta la publicaron en Roma en italiano, pero el 
punto de partida de este otro artículo era que había personas 
disgustadas con el Santo Padre, como las Damas de Blanco, porque no 
había encontrado un minuto para consolarlas. ¿Dónde está el agravio en 
esa observación?
Me parece injusto con el pueblo de Dios, que Montaner afirme que los 
servicios que brinda la Iglesia Católica a los pobres y a los 
desheredados, se realicen por una razón de convivencia. Los servicios de 
la Iglesia Católica, desde los confines del continente africano hasta 
Haití, pasando por Argelia y los rincones más pobres del planeta, 
incluyendo Cuba, representan una visión liberadora de amor verdadero con 
el ser humano y con toda la comunidad de enfermos, necesitados  y 
marginados del mundo.
Me temo que Alberto no entendió lo que yo escribí. Voy a repetirlo: 
"Desde esa perspectiva [la de Vaticano Inc.], la Iglesia Católica es una 
enorme empresa de servicios espirituales y asistencia social. Los 
servicios espirituales, esencialmente, consisten en sostener y propagar 
una forma de convivencia derivadas de las prédicas atribuidas a Jesús de 
Nazaret,  basada en el amor y el perdón que, de acuerdo con las 
creencias del grupo, permiten alcanzar una placentera vida eterna tras 
la inevitable muerte física".
Francamente, no entiendo el disgusto. Desde sus inicios, y de manera 
creciente, el cristianismo, para su gloria, fue una enorme empresa 
dedicada a diversas variantes del asistencialismo, comenzando por 
enterrar a los muertos y consolar a los dolientes, hasta, 
posteriormente, consagrarse a la enseñanza y al auxilio a los pobres, lo 
que, en su momento, los hizo tan populares que hasta algunos obispos se 
transformaron en tribunos de la plebe (Christopher Dawson).
Tampoco es falso o inexacto que el cristianismo predica una fórmula de 
convivencia que, de acuerdo con las creencias del grupo, conduce a la 
salvación eterna del alma, presumiblemente en el cielo. Para los 
católicos, ¿no es verdad que quien vive de acuerdo con la doctrina de 
amor y perdón atribuida a Jesús por los evangelistas se salvará e irá al 
cielo? ¿Dónde está la ofensa?
Carlos Alberto cae en un bache histórico como vaticanista novato, cuando 
hace una alusión crítica a la oración del Credo, promulgado en el 
Concilio de Nicea (año 325) y modificado en el Concilio de 
Constantinopla (año 381) y cuya principal finalidad fue fundamentar y 
enmarcar las creencias religiosas ante el bautismo. Nunca el Credo tuvo 
la misión de proclamar la justicia humana del reino de Dios.
En rigor, ni siquiera soy un vaticanista novato, (no paso de ser un 
amateur, esto es, alguien que ama el asunto) pero cualquier persona 
interesada en la historia de las religiones, como es mi caso, sabe que 
existió un Credo primitivo en el siglo II, basado en las epístolas de 
San Pablo, hasta que fue sustituido con algunas variantes por el texto 
promulgado en Nicea en el siglo IV. ¿Cómo cree Alberto que 
transcurrieron los tres siglos que van desde la muerte de Jesús hasta 
325? ¿A partir de qué supone Alberto que los teólogos reunidos en Nicea 
fijaron un texto que reunía las creencias del grupo?
Sin embargo, pasa por alto Montaner que la oración principal del 
cristianismo por naturaleza teológica, no es el Credo, sino el Padre 
Nuestro, que tiene como antecedente abarcador el maravilloso y 
visionario Sermón de la Montaña, que según el evangelista Mateo y el 
apóstol Pablo, unido a otros teólogos e historiadores consagrados, lo 
consideran la piedra angular para entender el mesianismo y la justicia 
del reino de Dios que Jesús se encargó de proclamar.
No tengo idea de dónde saca Alberto que la oración principal del 
cristianismo es el Padre Nuestro y no el Credo, texto que codifica las 
creencias que convierten en católica a una persona, cuando el Padre 
Nuestro parece ser una adaptación libre de una oración hebrea, Abinu 
Malkena, algo perfectamente razonable tratándose de una religión 
derivada del judaísmo que comenzó a predicarse y discutirse en las 
sinagogas.
Le recomendaría a Carlos Alberto que se leyera 'Jesús de Nazaret' de 
Benedicto XVI, para que pueda valorar en todo su sentido moral, no 
solamente el valor de la justicia implícito en las Bienaventuranzas del 
Sermón de la Montaña y de la Iglesia Católica, sino el significado 
teológico del Padre Nuestro, porque en ese 'nosotros' dirigido al Dios 
misericordioso que está en el Cielo, está la inclusión salvífica tanto 
del pecador creyente, como del no creyente.
Con mucho gusto leeré esa obra, porque no creo en prohibir libros, y me 
interesan los puntos de vista de todos, especialmente de quienes no 
piensan lo mismo que yo,  pero me temo que seré immune a la parte 
teológica. Como agnóstico, no tengo la menor idea sobre la existencia de 
Dios o de una vida más allá de la muerte. No se me ocurre negar esas 
posibilidades (ojalá se confirmaran), pero tampoco me es dable 
suscribirlas porque carezco del don de la fe. Creo, sin embargo, que si 
Dios existiera con las características que con tan sorprendente certeza 
le atribuyen los católicos, cualquier cosa sería posible.
Después Montaner se entretiene en explicar que el Vaticano es una 
empresa incorporada, con un ejecutivo de Cardenales y otros 
Administradores que sirven a mil millones de feligreses en todo el mundo 
y cuyo gerente general es el Papa, con la ayuda de 740 mil abnegadas 
monjas, cuyo objetivo principal es 'salvar almas, en competencia con 
otras compañías que ofrecen servicios parecidos'.
¿Cuál es el problema? La Iglesia Católica, además de creencias, tiene 
una estructura y unas reglas. Es fondo y forma. Esa estructura y esas 
reglas, como se trata de una institución romana, tienen la impronta del 
mundillo pagano donde surgió. Se divide en diócesis y provincias porque 
así se organizaba Roma. Su jefe es el Sumo Pontífice –el que tira 
puentes entre Dios y los hombres--, porque así se denominaban los 
máximos sacerdotes en los ritos paganos. Y resulta que esa estructura 
está bastante cerca de las empresas multinacionales actuales porque es 
tremendamente simple y funcional.
Así de simple Carlos Alberto define a la Iglesia Católica, sin detenerse 
en la gigantesca obra humana de la institución y sin tomar en cuenta la 
importancia histórica y la bondad humana de la Virgen María en la 
encarnación amorosa de Jesús, por sólo mencionar dos coordenadas 
salvíficas de la Iglesia Católica.
Me parece -con el mayor respeto y afecto que profeso a Montaner- un poco 
atrevida esta comparación del Vaticano como una empresa incorporada. El 
Vaticano definitivamente es algo más.
Nada de eso se pone en duda en mi texto. No se me ocurriría examinar 
esos temas, absolutamente ajenos y lejanos. Quienes tienen una visión 
diferente de María o de Jesús –en lo que no entro-- son otros cristianos 
protestantes, y seis de cada siete personas de cuantas pueblan el 
planeta que, sencillamente, no son cristianas. En todo caso, aunque 
resulte poco frecuente analizar a la Iglesia como una empresa, es 
perfectamente válido hacerlo. Al fin y al cabo, es una organización que 
tiene ingresos y gastos, y que lucha por aumentar su cuota de mercado y 
su presupuesto de operación. También tiene empleados, es decir, personas 
que devengan salarios y reciben beneficios de la institución. ¿No es 
perfectamente válido analizar a la Cruz Roja como una empresa de 
servicios sin fines de lucro? En nuestros días, ¿no tienen que rendir 
declaraciones de impuestos los religiosos, aunque cuenten con algunas 
exenciones? Desde la perspectiva económica, incluido el aspecto fiscal, 
la Iglesia Católica (y todas las Iglesias) no son otra cosa que empresas 
de servicios.
Solamente en Estados Unidos, la Iglesia Católica gasta más de 10 mil 
millones de dólares anuales en educar a 2.6 millones de estudiantes 
norteamericanos, y uno de cada cinco estadounidense atendido en 
hospitales, acude a un Hospital Católico.
Eso me parece muy bien. Lo aplaudo. Es un buen servicio. Como me parece 
bien que recogiera los saberes del mundo antiguo y creara las primeras 
universidades en Occidente. Como me parece excelente que alentara en 
Oxford, en la Edad Media, el surgimiento de la primera manifestación de 
la Ilustración.
Otro bache histórico de Montaner es cuando analiza como negativo el 
Pacto de Letrán de Pío XI con el Rey Victor Manuel III y su primer 
ministro Benito Mussolini, que finalmente dio soberanía al territorio 
Vaticano y que para muchos historiadores resolvió satisfactoriamente los 
sensibles problemas territoriales entre el Estado italiano y la Iglesia 
Católica durante la reunificación italiana.
Esa es una interpretación sesgada de lo que dije. En esencia, escribí 
algo bastante obvio: que una Iglesia tan vieja, amplia y poderosa, una 
multinacional italiana (de los 265 papas 212 han sido italianos), 
constantemente tuvo y tiene que hacer concesiones contrarias al código 
ético que predica. Puse tres ejemplos, pero puedo poner tres mil. A cada 
uno de ellos Alberto puede alegar que los hombres se equivocan, pero esa 
respuesta es demasiado elemental para satisfacer un análisis de cierto 
calado que incluya la pregunta clave: ¿por qué se equivocan? Basta tomar 
la historia de los concordatos para comprender la enorme cantidad de 
concesiones que ha hecho la Iglesia para mantener o ampliar sus poderes 
terrenales. Estoy seguro de que Alberto coincide conmigo en que 
Concordatos como los sostenidos por el Vaticano con el Tercer Reich de 
Hitler o con la República Dominicana de Trujillo (que establece que "el 
Vaticano es una sociedad perfecta") no son acciones de las que la 
Iglesia puede estar orgullosa. Como Alberto conoce la historia de la 
Iglesia Católica, y como trajo a colación el Tratado de Letrán, 
seguramente no ignora que la reclamación de un territorio soberano en 
Italia –el Vaticano—está fundada sobre un remoto fraude monumental: la 
supuesta Donación de Constantino (que nunca existió) del territorio de 
Roma a la Iglesia Católica.
Pero no sigo con el historicismo anticatólico de la nota, porque todo es 
un poco más de lo mismo. Claro que la Iglesia Católica ha cometido 
errores durante su historia y es bueno que se señalen, ya que toda 
institución humana los comete.
Sin embargo, cuando estos señalamientos omiten la faceta salvífica y 
pastoral de la Iglesia Católica, entonces tienden a perder credibilidad 
y balance, como le pasa a esta nota que comentamos.
Alberto, como buen periodista, sabe que los artículos de opinión no 
deben exceder las 750 palabras. La Iglesia Católica no necesita que yo 
la defienda. La defiende la historia de Occidente, que no puede 
entenderse sin ponderar el papel que ha jugado. Lo que le conviene a la 
Iglesia, en cambio, es que se examine con ojo crítico sus acciones para 
mejorar humildemente aquello que pueda mejorarse, si es que encuentra 
algo valioso en los comentarios de quienes se ocupan ocasionalmente de 
sus cosas. Lo que la perjudica es que los católicos, laicos o 
religiosos, se sientan agredidos cuando se señalan errores u horrores 
cometidos por la institución.
Según Carlos Alberto los veinte siglos de existencia de la Iglesia 
Católica se explican por 'incómodas concesiones para sobrevivir', en 
lugar de por los signos de solidaridad humana con los más pobres, con 
los enfermos y con los pecadores, como divulgara Jesús en su doctrina 
mesiánica y salvífica.
Es cuestión de matices. Alberto piensa que la supervivencia de la 
Iglesia Católica se explica mejor por su magnífica historia 
asistencialista que por su capacidad de adaptación a la realidad, lo que 
en muchas oportunidades la ha llevado a concesiones y actuaciones poco 
recomendables. Tal vez sea una combinación de ambos factores. No lo 
descarto. Tampoco lo sé a ciencia cierta porque se trata de un tema 
abierto y sujeto a opiniones subjetivas.
De todas formas, una de las facetas más admirables de la Iglesia 
Católica y de la cristología contemporánea, que enmarcan con singular 
genialidad pensadores y teólogos como Jacques Maritain, Teilhard de 
Chardin y Benedicto XVI, es que todos, creyentes como no creyentes, 
tienen su puesto en la historia de la salvación por la Gracia de Dios.
Eso me complace escucharlo, pero me lleva a hacer una confesión final: 
cuando, de adolescente, leí al padre Teilhard de Chardin (El fenómeno 
humano) y me pareció encontrar una forma creíble de aunar la fe y la 
razón (el Punto Omega), no tardé en descubrir que la Iglesia Católica 
había prohibido sus libros. Eso acabó de liquidar mi fe en la 
institución desde el punto de vista intelectual.
Me tranquiliza pensar que amigos como Carlos Alberto y hasta adversarios 
connotados, puedan salvar sus almas por la misericordia de Dios. 
Demasiado inteligente y buena persona Montaner, para no compartir con él 
en el otro tiempo histórico infinito y eterno que llegará.
Esto me alegra sobremanera.
Y más me alegra a mí, querido Alberto. Sería una grata sorpresa 
descubrir que hay un "más allá" y que, además, está lleno de buenos 
amigos para continuar debatiendo. Si sucede, te aseguro que abandonaré 
el agnosticismo. Siempre he sido débil ante la realidad.
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