08-04-2011.
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- Es difícil comprender cómo hemos llegado
hasta aquí. Aunque en realidad, cabría decir que mucho de esto era más
que predecible.
La versión más inocente, dirá que los ciudadanos entendieron que algunas
tareas no podrían resolverlas sin la existencia de una institución
neutral, equidistante, objetiva. Así nacía la utopía estatal, ese
engendro que resolvería lo que los humanos no podíamos por nosotros
mismos. Debía ocuparse de las tareas encomendadas y para ello precisaría
fondos, esos que sólo podían financiarse con impuestos, es decir,
quitándoles a los ciudadanos, su dinero, es decir una parte del
resultado de su trabajo.
De aquel ingenuo comienzo a este presente hostil pasaron siglos, y en
ese camino, lo que se presentaba como un mal necesario, parece haberse
convertido mágicamente en la panacea, en el altar de las bondades.
Pero a las atrocidades del creciente desarrollo estatal, a la permanente
vocación por apropiarse de recursos y libertades ajenas, en nombre de
cuanta causa justa fuera capaz de crear, ahora se agrega la osadía del
ocultamiento del uso de los dineros obtenidos.
A medida que los gobiernos avanzaron, se sofisticaron, se complejizaron,
han inventado una maraña de normas, pérfidas ideas y extrañas
argumentaciones, que los exime misteriosamente de mostrar que hacen con
el dinero público, con ese que previamente le quitaron de forma
arbitraria y compulsiva a cada uno de los ciudadanos, a esos que les
gusta llamar "contribuyentes", para evitar el nombre adecuado, el de
saqueados.
Es que ya sabemos que cuando un particular le quita compulsivamente a
otro su dinero, eso se llama robo, pero que cuando el que se lo
arrebata, también por la fuerza, es el Estado, solo se llama "impuesto",
apelando a ese viejo eufemismo, moralmente aceptado.
Queda claro que la política y las corporaciones, han hecho un pacto de
impunidad, de silencio cómplice. Nadie parece tener demasiado interés en
revelar lo imprescindible, en hacer lo obvio, en plantear lo correcto.
Se trata de no transparentar esos recursos, de no contar como aplican
esos fondos.
El ocultamiento, la desinformación, la oscuridad en los números, les
permite trabajar sin frenos, disponer sin explicaciones, no rendir
cuentas y mucho más aun, utilizar esos dineros con criterios
discutibles, las más de las veces haciendo política, y en ocasiones
rozando lo delictual, cuando no lo ilegal.
Para ello, han generado una creativa batería de ardides, extraños
mecanismos, y retorcidos artificios para no enseñar nada, no divulgar
cifra alguna con claridad. Y cuando todo eso no resulta suficiente,
apelan a la especialidad de la casa, ignorar el reclamo popular hasta
que la comunidad se agote en su propia falta de perseverancia cívica.
Cuando se usan recursos ajenos, y mucho más aun, cuando se trata de los
que provienen de los bolsillos de los ciudadanos, esos que detrae de lo
conseguido con esfuerzo y trabajo por cada habitante, bajo el más cruel
mecanismo de la recaudación impositiva, lo menos que se puede esperar es
una cuota de seriedad y algo de responsabilidad.
Sobre todo si tenemos en cuenta que quienes lo gastan, lo hacen en
nombre de otros, y no a titulo propio. Son meros administradores y no
propietarios de esos recursos. Deberían comportarse como tales.
Muchos dirán que el presupuesto aprobado por los cuerpos legislativos es
suficiente. No es sensato creer que con publicar algunos renglones,
cuyos conceptos son genéricos, ambiguos y difusos, puede alcanzar para
cumplir con los preceptos elementales de cualquier democracia sana. Sólo
son generalizaciones, tramposas por cierto, elegantemente presentadas,
disfrazadas de tecnicismos, que ocultan más que transparentan lo que
implica cada asignación.
Los ciudadanos tenemos derecho a conocer hasta el último detalle del
gasto de cada repartición, de cada oficina y funcionario del sector
público. Somos los legítimos propietarios de esos dineros, y lo menos
que podemos esperar es que quienes han sido elegidos para
administrarlos, no oculten nada.
No se trata de una pretensión exagerada, el ocultamiento, en todo caso,
implica un despropósito, una inmoralidad indefendible. Y no deberíamos
reclamarlo, tendría que estar publicado en lugares visibles, más aun en
estos tiempos de disponibilidad tecnológica casi ilimitada. El dinero de
todos no está para financiar propaganda de funcionarios, ni tampoco para
solventar elogios serviles a personajes contemporáneos de la política.
La austeridad republicana debería primar como criterio para el gasto
estatal, pero la visibilidad, la transparencia, la absoluta claridad de
la administración de esos recursos de todos, no puede ser siquiera
discutida.
Que los que usan el dinero ajeno sigan defendiendo eufemismos para
rotular las partidas presupuestarias, justifiquen gastos reservados, y
cierta cultura de seguridad pública para disponer a mansalva de lo
ajeno, no puede sorprender. El que gasta con lo de los demás, siempre
encuentra argumentos inteligentes para sostener su parodia.
Lo patológico, es que la ciudadanía, esa que es saqueada vía impuestos,
de esos directos, y de los otros, valide semejante atropello, y que ni
siquiera sea capaz de exigir el mínimo respeto cívico, ese que merecen
los miembros de una sociedad. Su derecho a la verdad, a estar informados
de donde esta cada centavo, de cómo se usa cada partida.
El esperpento estatal no sólo tiene defensores, los más de ellos, esos
que viven a sus costillas. Ahora la argumentación se ha perfeccionado,
parecen intentar convencernos que no sólo hay que gastar mucho, sino que
también corresponde no rendir cuentas, ocultar todo y jamás hacer lo
adecuado.
La política sigue abonando a su propio desprestigio, casi en caída
libre. Ni unos, ni otros, ni los que están, ni los que estuvieron, ni
siquiera los que mañana pretenden estar, se encuentran dispuestos a
prometer algo tan elemental y básico como la transparencia. No esperemos
milagros, sólo la sociedad civil puede exigir lo que la política no está
preparada para ofrecer. Deben tener sobrados motivos para no hacerlo.
Parece mejor no preguntar demasiado. Son hábiles, capaces de dilatar
respuestas comprometidas hasta el infinito. Son especialistas en jugar a
las escondidas.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=31891
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