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Thursday, June 18, 2009

A MARIELA CASTRO SE LE DIJO EN ESTOCOLMO: "¡VIVA CUBA LIBRE! ¡VIVA LA DEMOCRACIA! ¡ABAJO LA DICTADURA!"

A MARIELA CASTRO SE LE DIJO EN ESTOCOLMO: "¡VIVA CUBA LIBRE! ¡VIVA LA
DEMOCRACIA! ¡ABAJO LA DICTADURA!"
2009-06-18.
Alexis Gainza Solenzal, Director de Misceláneas de Cuba, Revista de
Asignaturas Cubanas

(www.miscelaneasdecuba.net).- El 16 de junio, según anunciara la pro
castrista Asociación Sueco-Cubana, Mariela Castro, Presidenta del Centro
Nacional de Educación Sexual en Cuba, CENESEX, ofrecería una charla en
las dependencias de ABF, la Asociación de Instrucción Obrera, sita en
Sveavägen 41, Estocolmo. Programada para las 6 de la tarde, hora local,
casi media hora antes de materializarse el evento, pasaba yo en mi auto
frente al susodicho edificio.

Como el semáforo me paró en rojo, aproveché para comentarle a quienes me
acompañaban: "¿Ustedes ven esas personas que están ahí reunidas en la
entrada? Lo más seguro es que me están esperando." Cual y habíamos
acordado de antemano, ninguno de mis acompañantes podía entrar a la par
de mí al recinto donde se daría la velada con la hija del mandatario
cubano Raúl Castro. La razón es más que obvia; el brazo armado del
castrato en Suecia ha experimentado en múltiples ocasiones que mi
presencia en actividades propagandísticas de esta índole, ha resultado
en rotundo fracaso a su proselitista labor.

Así las cosas, ya los míos accedieron al edificio. Quedo yo. ¿Lo
lograré? Me las juego toda porque en definitiva quienes me siguen están
sobre aviso: bajo ninguna circunstancia dejar de hacer lo que planeamos
–darle seguimiento periodístico al evento y hacer presencia cívica a
través del quehacer de nuestro medio informativo. Ni siquiera si no me
permitieran acceder al local, había marcha atrás.

Me voy acercando al umbral del ABF estocolmiano. Leo el mapa logístico:
por aquí, en la acera de la calle, unos cinco "muchachotes"
latinoamericanos parlotean animados; por allá, más adentro de la
embocadura al inmueble, tres mujeres, también del Nuevo Mundo, charlaban
entretenidas. ¿Factor sorpresa? Casi. Porque casi paso desapercibido
ante sus narices. Pero no. Las féminas me reconocen cuando les paso obra
de unos tres metros por delante. Empiezan a revolotear, como un
gallinero; a llamar la atención de los distraídos caballeros en el
andén, les llaman por sus nombres y me señalan nerviosas con sus
manecitas, indicándole claramente que ya yo había llegado. Pero es
tarde; el pórtico de ABF se cierra tras de mí. Al menos estoy en el
interior de la edificación, me halago. He vencido el primer cerco.

La cosa se ve difícil. Los muchachotes me alcanzan ya yo en el
vestíbulo. No les presto la más mínima atención. Sigo con paso firme,
seguro de mí. Por sms ya me habían avisado el nombre de la sala del
conversatorio: Katasalen. ¿Tomar el elevador? No. Si se logran meter ahí
conmigo, me matan impunemente. Tomo rápido la escalera; ellos pisándome
los talones. Por suerte, solamente un piso más arriba se encuentra la
mencionada sala. Una multitud a la espera de que se abran las puertas de
la pieza, se me muestra cual salvación humana. Los tipejos conmigo, pero
se sienten neutralizados ante la anónima muchedumbre. Empieza el juego a
la desmoralización de los agentes amateurs. Me muevo de un lugar a otro;
y ellos conmigo, como mocos pegados. Le mando un sms a los míos; para
que vean los que me siguen. Me muevo una vez más adrede,
intencionalmente. Quiero que tomen nota. Lo cosa se ve difícil, repito;
ya no la posibilidad de entrar a la saleta, sino la de salir ileso de la
masa que me dirige miradas diabólicas, en gran medida de impotencia.

Nunca en mi vida me había sentido tan sereno, tan ecuánime, pues sabía
que sin o con mi presencia se iba a cumplir el cometido que nos habíamos
propuesto. Ellos concentrando todos sus esfuerzos y fuerzas en mí; los
pobres. Pero, ¿podré entrar? Eso sería sobrecumplir el plan de
producción, para utilizar la jerga con que crecí. Se acerca el minuto de
la verdad; Katasalen tiene una puerta de dos alas; se abre tan solo una,
dejando un espacio estrecho para que accedan los visitantes.

Estoy justamente en el mismísimo corazón del gentío, rodeado
–literalmente- de la guardia pretoriana del castrismo en la Tierra de
los Nobel. Cuando tan solo hago el primer paso hacia delante, empujado
por la inercia de la cola, me halan por la chaqueta los inciviles
guardianes, me empiezan a empujar y con la misma a decirme que yo no
podía entrar, que yo no estaba invitado, que no era bienvenido. Claro,
hablaban en español, con su propia locuela. En fin, la provocación
estaba servida en bandeja de plata. De aquí difícilmente salga indemne,
pensé. ¿Qué hacer? ¿Cómo actuar sin perder la lucidez, tanto menos la
firmeza?

La palabra, antídoto de la violencia, es no tanto mi mejor arma como la
única que tengo en mi poder. Y hago uso de ella, porque es la más temida
por los partidarios del totalitarismo. Pero, muy a pesar de lo que mis
agresores desean, hablo, una y otra vez, con voz firme y clara, en
sueco: Estoy aquí para escuchar a Mariela Castro y estoy en mi derecho
humano de hacerlo. El careo está en marcha. Me manifiesto siempre en
sueco, porque no es con ello, los buscapleitos, con quien hablo ni a
ellos hacia quien me dirijo. Mi blanco es la aglomeración de personas,
entre ellas suecas, que ya se han virado hacia los provocadores y mí y
observan lo que está sucediendo.

Uno de los activistas que me acompañaba, al que se le había encargado
dejar evidencia gráfica de la charla, reacciona por lo visto como un
verdadero papparazzi y logra captar para la posteridad como me enfrento
verbalmente a los acólitos del régimen de los Castro. Allí se oye
nítidamente cuando le digo con resolución a mis oponentes que se trataba
de una conferencia abierta al público, y que el ABF era casa del pueblo.
Ellos por su parte, no solamente me contradecían sino que encima me
confirmaban que sí, que era abierto pero no para mí. Ni idea tenía de
cuál sería el desenlace de este encontronazo; todas las salidas eran
posibles...

Yo estaba entonces convencido, y lo estoy igualmente hoy, que cuando
toda la fuerza de los lacayos de los Castro recae sobre mi persona, no
es ni remotamente por llevar el nombre que llevo, y ni siquiera ventilar
públicamente las ideas que ventilo; sino porque estas últimas se han
convertido en hechos concretos y manifiestos que socavan los cimientos
del absolutismo insular. En el momento en que mis perseguidores, vuelcan
su ira y frustración en mi persona, como hubiera sido en cualquiera otro
de los que me han seguido, están declarando a Misceláneas de Cuba el
Enemigo Público No. 1 del castrato en este país escandinavo, cosa que,
huelga decir, es explícito reconocimiento a nuestra infatigable faena.

Pero volvamos al encaramiento: los decibeles han subido ya bastante
cuando hacia mí se acerca un sueco que le lleva más de una cabeza a mi y
mis atacantes. Me dice que quiere hablar conmigo, por separado.
Mientras, noto que le cuelga en uno de sus oídos el audífono que
singulariza a cuidadores del orden público y guardaespaldas
profesionales. Sentí como si hubieran tirado la toalla en una pelea
donde mis chances eran mínimos, si acaso existentes. El vigilante para
en seco a los hispano castristas que nos seguían hasta una esquina del
pasillo: "Yo quiero hablar solamente con él."

Por apego a la verdad debo jurar que hasta en un momento me surcó por el
pensamiento la idea de que el hombre que me invitaba a un apartado
ángulo del corredor, bien podía ser un montaje de los castristas en
miras a neutralizarme. También en el cogote me pulsó como un relámpago
la impresión de que los fanfarrones habían logrado su objetivo; este
individuo sin duda alguna tenía toda la potestad para aislarme del
lugar, sino por que de verdad se creyera el cuento de que yo era un
provocador, por consideración a mi propia seguridad. "Yo soy policía",
me murmura mientras discretamente me abre el carné que lo acredita como
tal. Todo vestigio de sospecha en mí desaparece. "¿Por qué ellos te
tratan así?". Sé que en cada palabra que diga pesa la posibilidad de
encontrarme o no en este lugar; y no solamente eso, sino en cómo lo diga.

Mi presentación es diáfana: le digo mi nombre, mi condición de
periodista en calidad de director de una publicación de (re)nombre
Misceláneas de Cuba, le brindo incluso mi tarjeta, me enorgullezco de
haber escrito en los mayores periódicos de Suecia; tras lo cual le
detallo que la turba que ha intentado sonsacarme, simplemente busca no
permitir mi asistencia a un seminario abierto a la ciudadanía, puesto
que ellos son partidarios del régimen castrista y yo, oponente del mismo.

El policía vestido de civil me hace otras preguntas a las cuales
respondo desapasionadamente. Su última interrogante es: "¿tienes algo en
la bolsa?" Se refería a mi bolsa de mano que colgaba alrededor de mi
hombro. Se la abro de par en par y él, con un gesto de confianza, me
indica que no hace falta. Ni siquiera mis habituales aparejos
periodísticos tenía yo conmigo – mis inseparables cámara fotográfica y
mi grabadora digital... "Entonces yo te acompañaré. Debes estar cerca de
mí", me ordena finalmente el representante policial. Un enorme y
triunfal "¡Yes!" se desdibuja en mi fuero interno, pues ya tengo más de
media pierna dentro de Katasalen... "Y por cierto, me llamo Alex",
remata en son de confraternización a propósito de mi nombre. Para más
tocayo, o casi tocayo, me digo para mis adentros. Fuerzas supranaturales
tal parece despejan el camino.

Pienso en la angustia que deben haber sentido los míos, en el curso del
forcejeo con los testaferros castristas, cuando el vago espacio entre el
acaloramiento y la violencia se estrecha consecutiva y consecuentemente;
pienso asimismo en el grado de autocontrol que ejercieron sobre
sentimientos filiales y sentimentales para no intervenir en la
contienda, y no me queda más que expresarles mi admiración por el aplomo
que guardaron y el aliento que con ello en mi depositaron. Pero nada de
eso meditaba, ciertamente, cuando mi celador y yo nos abríamos paso
entre la afluencia que aún no había ingresado al salón; todavía quedaba
vencer el umbral de esa maldita puerta. ¿Y qué se podrán imaginar?

Con un policía a mis espaldas, dos latinoamericanos de los encargados
explícitamente de anularme me cortan el paso. Les digo tranquilamente
que voy a acceder al local, y me cruzan con sus ovaladas barrigas. Yo sé
a estas alturas que la última palabra en el asunto no la tengo ni yo ni
mucho menos los adlátares de los Castro; sino la voz de la justicia. Mas
no obstante, es sumamente curioso desvelar el argumento que el más viejo
de los obstaculizadores me expuso. Casi murmurándome en los oídos me
rechinó entre dientes: "Mira, imáginate que yo fuera a tu casa a
molestarte. Tú no me dejarías entrar."

Aquello sobrepasaba la ridiculez, así que no me quedó más que, en aire
de zumba, traducirle a mi cuidador lo que el secuaz decía. "No, no, no.
Él va a entrar", afirmó enérgico el policía, pero antes que yo siquiera
pudiera dar el siguiente paso, una mujer latina ubicada a un costado del
ala derecha de la entrada, me advirtió en castizo castellano: "¡Tú no
vas a hablar!", y yo le respondí, nuevamente en idioma vikingo: "Por
supuesto, hablaré." Las barrigas, cuales oblicuas compuertas, se
separaron involuntariamente, y mi presencia en la sala era un hecho
consumado: había vencido el segundo cerco.

¡Ah, como de derrotados se deben haber sentido los pro castristas y sus
quintacolumnas! La mueca de frustración era más que visible en los
rostros de los matones. En la sala imperaba una calma tensa tras la cual
se maldisimulaba un verdadero cotarro alborotado. Ya me habían
escanciado de insultos y tratado de querellarse, pero no les había
resultado. Mi entrada fue tan pronto sosegada como plácida; yo disfruté
plenamente el haberle echado por tierra las intenciones de cercenarme el
acceso al conversatorio.

Con la frente bien en alto, vencí el trayecto hasta la silla donde mi
protector me pidió tomara asiento. Ya en la corta andanada había
divisado la ubicación de los míos, celos de mi primera preocupación al
internarme en la audiencia. Los hinchas del castrato no estaban
sentados; esos guardaespaldas baratos que se querían granjear la gracia
de la anfitriona y la organización que la agasajaba, la mal llamada
Sueco Cubana, estaban apostado a ambos lados de la sala. El intercambio
de miraditas entre ellos era intermitente.

La presencia de Misceláneas de Cuba en la sala respondía, como se ha
dicho anteriormente, a dos acicates fundamentales. Uno de ellos era
darle cobertura periodística al evento de marras. Era deber publicístico
de nuestro medio informativo que, al no ser por fuerzas mayores,
debíamos a toda costa cumplimentar. La comparecencia en Suecia del más
alto personaje del andamiaje castrista que alguna vez haya pisado este
pedazo de la península escandinava, tenía un valor noticioso para los
lectores de nuestra publicación.

Y si hoy podemos ofrecerle la galería de fotos que acompaña a esta
pieza, es porque un activista allegado a nuestro medio, cuya identidad
mantenemos por razones obvias en el anonimato, se encargó valientemente
de esta parte de la muchas veces arriesgada labor informativa. De igual
manera, si ahora los internautas pueden escuchar algunas grabaciones de
la charla ofrecida por la hija del dictador cubano, es también porque
otro de nuestros allegados activistas asumió esta otra parte del
quehacer noticiario*, y cuyo nombre igualmente no tenemos porque exponer
en este espacio. Baste con decir, que con creces se remató esta tarea,
burlándose de por medio cualesquiera intentona de obstaculizar, a través
de las limitaciones impuestas a mi persona, la función ilustrativa de
Misceláneas de Cuba. A los activistas; las gracias por su corajuda
solidaridad.

La función está en marcha. Yo sé cabalmente que ahora el cerco que se
impone es el de la palabra. Todo está meticulosamente tramado para que
yo no pueda tener uso de la misma. Ellos tienen experiencia de mí, como
yo las tengo de ellos. Conocemos las circenses reglas del juego. Sé pues
a que atenerme, como también que no hay peor gestión que la que no se
hace. Ponerlos en evidencia es igualmente una manera de hacerles
oposición. Mi presencia en el local era asimismo un signo de resistencia
cívica.

Una joven funcionaria de ABF, seguramente comprometida con la reputación
de la asociación obrera y a sabiendas de que ya han ocurrido altercados
entre pro y anticastristas, advierte en términos de tolerancia las
normas de conducta y conducción. Genial. ABF se limpia las manos como
Poncio Pilato. Y hecho esto, le pasa el poder supremo a la archiconocida
Eva Björklund, la más veterana pro castrista de Suecia y del castrismo
organizado en Escandinavia, la por muchísimos años presidenta de la
Asociación Sueco Cubana. Ya ella me ha bloqueado el acercamiento al
micrófono en otros eventos, y hasta, para orgullo personal, me ha
llamado el más jodedor de Suecia, aludiendo clara y transparentemente a
mi activismo cívico. En fin, al habla ni remotamente tendré derecho por
la vía oficial, pues el mando está en manos del pro totalitarismo...

Acaba la charla, por cierto bien pero bien prolongada. (Rebobinando la
memoria, creo que se tomó una hora o más). Cierra, en fin, el primer
capítulo de la farsa. Se supone que ahora entraremos en la sección de
preguntas de los circunstantes. Pero Eva Björklund, en su habitual
estilo, se adjudica el "derecho de primera noche": ¿Pero yo quiero saber
sobre esos retos que ustedes tienen ante sí?, o algo semejante le indaga
a los panelistas para avivar la llama que se apagaba lentamente, pero
sobre todo para matar tiempo, dejar menos al descontrol. Bla, bla, bla.
Bla, bla, bla. Al menos unos minutos más se quemaron en eso. ¡Bravo,
Björklund!

Pero la moderadora está obligada de todas maneras a confrontar al
público, lo más seguro marcadamente de su bando, pero nadie sabe.
Informa que recogerá cinco preguntas de la audiencia y que luego los
conferenciantes responderán a las mismas. Mi mano derecha está desde ya
mucho izada. La moderadora va seleccionando a antojo y capricho. Yo
chasqueó intencionalmente el ambiente con mis dedos, no es para llamar
la atención de la Sra. Björklund porque ella perfectamente sabe dónde
estoy, parado como estoy, sino para dejar la evidencia nítida de mi
diligencia. En un momento su vista panea la parte de la sala donde yo me
encontraba, pero sus ojos eran meras bolas de cristal; no veían. Con
todo, pues, nada.

El sentido de la desproporción era rampante; a una simple pregunta los
panelistas respondían con extensas peroratas, ellos también interesados
por supuesto en tener el balón el mayor tiempo posible a sus pies. Lo
más cercano que pudo haber a debate en la sala fue un compatriota que
dijo llamarse Carlos y declararse homosexual pidiendo a la Castro
disculpas institucionales por el sufrimiento que él y otros muchos de su
inclinación sexual habían sufrido. Su resentimiento se sentía. Y cuando
empezó a hablar, a la Eva Björklund primero le cundió el pánico porque
pensó que su selectividad no había sido muy acertada. Por ello cuando el
cubano empezó a detallar el trasfondo de su interrogante, rápidamente lo
cortó diciéndole: "... La pregunta, ¿cuál es la pregunta?"

Lo cosa es que tanto Alberto Roque, el auxiliante de Mariela Castro como
esta misma, se echaron en el bolsillo, con su retórica aprendida y
entrenada, al resentido quien le envió a la hija de Raúl un airoso beso,
a pesar de que la respuesta a su incógnita fue en buen criollo: nananín
nananín, esto es, ni lo sueñes mientras haya castrismo en Cuba. Amen.
(Debo decir, que por coincidencia del destino al abandonar las
dependencias del ABF me topé con este coterráneo, entregándole una
tarjeta de presentación miscelánea).

Entra el papelito subversivo. El aviso de que, vaya cosa, a las 7:30 se
tiene que acabar el conversatorio. Es decir, ya no hay espacio para
nuevas preguntas tras tantas deyecciones iletradas. Cualquier esperanza
de hacer uso de la palabra es igual a cero. Se da pues por concluido el
evento. Mariela Castro, en claro gesto de arribismo político y de
impresionismo mediático, va en dirección a Carlos. Yo desde hace ya
minutos antes, luego de una aceptación por mirada con Alex, estoy en las
cercanías de la tribuna y del ingreso al local. Ella abraza profusamente
al homosexual coétnico exteriorizando lo que recién había argumentado;
que no esperara disculpas estatales, sino las interpersonales. La Castro
se disculpaba así a título personal, obviando las múltiples violaciones
que el régimen de los que portan su apellido ha infligido a quienes, a
su parecer, no tenían la inclinación sexual correcta.

Es en este lapso, cuando la mezcolanza entre las personas que quieren
conversar con la invitada y quienes desean fotografiarla, que Irina
Gainza Solenzal, mi esposa, tuvo a bien entregarle en mano a la hija de
Raúl Castro dos ejemplares de Misceláneas de Cuba, Revista de
Asignaturas Cubanas, apuntalándole que se trataba de una publicación
realizada por exiliados cubanos y que trataba sobre derechos humanos en
Cuba.

Gracias a la valentía y el decoro que demostró Irina, se ponía así en
manos de una consanguínea directa y cómplice cabal de quienes responden
por las violaciones a los derechos humanos en Cuba, impresos que
reflejan noblemente la inquebrantable voluntad del pueblo cubano de
deshacerse del trono de los Castro. A Irina, a quien no perdí de vista
un solo minuto por el aquello de por si acaso, mi más alta consideración
por su dignidad y entereza. Así las cosas, ya estaba consumado el
segundo motivo que nos había traído a presenciar a la agorera del
régimen parental; plantarle cara al castrismo haciendo valer la voz de
los miles y miles de cubanos intramurales que piden libertad, derechos
humanos y democracia.

Mas ahí no quedó todo: justamente cuando traspaso la tribuna en
dirección a mi esposa, se me presenta una oportunidad única para encarar
a Mariela Castro. Ella abraza en su pecho los ejemplares de Misceláneas
de Cuba que recién recibiera, y que sobresalen por sus policrómicas
portadas. La comitiva de aduladores, periodistas e interesados le siguen
mientras se acerca enfilada a la tribuna. Fue entonces cuando le dije
que me alegraba que tuviera Misceláneas de Cuba en sus manos... La hija
de Raúl Castro esbozó una sonrisa claramente abortada cuando sus ojos y
los míos se cruzaron. Pero dicho esto ya la masa latina me cerraba el
paso y yo le decía a ella, que como ve no nos permiten ni siquiera
hablar. Los testaferros ya me van empujando a un lado cuando finalmente
le voceó a Mariela Castro: "¡Viva Cuba Libre! ¡Viva la Democracia!
¡Abajo la Dictadura!" Con ello hasta el cerco de la palabra fue vencido.

A modo de epílogo

En el reportaje anterior, escrito deliberadamente en primera persona,
perseguimos constatar una vez más las prácticas antidemocráticas que
caracterizan a quienes en este caso en Suecia apoyan al castrismo. Ni
siquiera en una sociedad democrática como la imperante en este país
nórdico, los lacayos de los hermanos Castro se atreven a mantener un
debate abierto y civilizado contra quienes nos les oponemos
pacíficamente desde posiciones ideológicas y humanistas encontradas.

Pero más que evidenciar la esencia antidemocrática de los totalitarios,
valga la redundancia, queremos nuevamente dejar precisado que desde
Misceláneas de Cuba utilizaremos la más mínima posibilidad que nos
brinde la sociedad en que nos desenvolvemos, para confrontar a los
enemigos de la libertad, de los derechos humanos y de la democracia.
Siempre, siempre, siempre, ténganlo por seguro, les daremos frente y
burlaremos los cercos que nos tiendan.

A MARIELA CASTRO SE LE DIJO EN ESTOCOLMO: "¡VIVA CUBA LIBRE! ¡VIVA LA
DEMOCRACIA! ¡ABAJO LA DICTADURA!" - Misceláneas de Cuba (18 June 2009)
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=21252

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