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Wednesday, June 17, 2009

El turno del ofendido

TRIBUNA:
El turno del ofendido
Rafael Rojas 17/06/2009

La noticia de que el Gobierno cubano aceptó la invitación de Estados
Unidos a reabrir el diálogo migratorio llegó a la población de la isla
con varios días de retraso y no por medio de una nota de prensa, en la
que se expusieran abiertamente las razones de ese gesto, sino a través
de una "reflexión del compañero Fidel" a propósito de la toma de
posesión de Mauricio Funes, nuevo presidente de El Salvador.

El régimen cubano se niega a abandonar la visión de la guerra fría
porque es de lo poco que le queda

Castro dio la noticia, de pasada, para luego regañar al presidente
salvadoreño porque saludó a la señora Clinton antes que a Lula y medir
la cantidad de aplausos que el público dedicó a Cuba y a Estados Unidos.

Siempre ha habido una soberbia pueril en el estilo de Fidel que, en los
últimos años, con la ancianidad y la convalecencia, se exacerba.

Mientras gobernó, Castro podía manejar diversas formas de comunicación
en las que su tendencia al rencor y al golpe bajo eran compensadas por
el aura heroica que lo rodeaba. Al volverse un icono invisible, las
"reflexiones" se convierten en el mejor autorretrato moral e intelectual
del político cubano: es ahí, en esas pasiones escritas, saturadas de
calificativos y maniqueísmos, donde la mentalidad de quien gobernó Cuba
durante medio siglo queda fielmente plasmada.

La posición más frecuente en esa mentalidad es la de la víctima, la del
ofendido. Por eso, la noticia de la reapertura de negociaciones
migratorias debía darse acompañada de una reafirmación de Washington
como enemigo o verdugo, no sólo de Cuba, sino de toda América Latina.

Esa visión, propia de la guerra fría, y que ha sido abandonada por la
mayoría de las izquierdas del continente, no puede desaparecer del
discurso del régimen cubano porque de ella depende, en buena medida, la
poca obediencia política que le queda. El consentimiento de los
gobernados, en Cuba, se basa en el mito de que los gobernantes defienden
al pueblo de la "maldad del imperio".

Asumir el papel de la víctima o del ofendido va siempre acompañado de
una exhaustiva memoria de agravios. En el caso de Cuba, dicha historia
tiene un trasfondo real: es cierto que, entre 1960 y 1992, Estados
Unidos impulsó o permitió todo tipo de acciones violentas contra el
Gobierno cubano.

El saldo de esa política de desestabilización suma miles de muertos que
no pueden ser entendidos, únicamente, como las bajas militares de una
guerra regular. Muchos de los que murieron en atentados, dentro y fuera
de la isla, eran civiles, sin responsabilidades de gobierno ni
historiales represivos.

Pero, como en todo conflicto bilateral, ésa es sólo una mitad de la
historia: también la oposición y el exilio cubanos cuentancon un copioso
memorial de agravios. La Cuba "socialista" se presenta como víctima para
no tener que reconocer su papel de agresor en la guerra fría, ni su
responsabilidad en la ineficiencia económica y el autoritarismo político
del último medio siglo.

Trascender la polaridad de aquel conflicto, por medio de la admisión de
los cambios operados en el mundo, es un acto de responsabilidad,
inconcebible para La Habana, toda vez que supone la aceptación de que no
todos los costes económicos y políticos del socialismo cubano han sido
daños colaterales en la "lucha contra el imperio".

Esos abusos de la memoria, propios del discurso de la víctima, son
perceptibles en la posición del Gobierno cubano frente al reingreso a la
OEA. Fidel Castro, que ha descalificado dicha institución como "vetusta"
e "indigna", por su pasado, y ha insistido en el rechazo de La Habana a
reincorporarse a la misma, siguió, sin embargo, minuto a minuto, los
incidentes de la reunión de Honduras. Él mismo definió como "batalla"
los esfuerzos de algunos Gobiernos latinoamericanos por lograr la vuelta
de Cuba a ese foro interamericano, sin condiciones. Pero ni siquiera el
importante desagravio del 3 de junio, en San Pedro Sula, será suficiente
para el ofendido.

El tipo de víctima que aparece en las "reflexiones" de Fidel es aquel
que produce una suspensión moral de su responsabilidad. Hannah Arendt
dedicó al tema algunos ensayos en los que exploraba la resistencia de
muchos nazis a aceptar su papel en la tragedia. En el titulado
Responsabilidad personal bajo una dictadura, Arendt retomaba el tema de
la "banalidad del mal", desarrollado en su libro sobre el proceso a
Eichmann, conectándolo con el problema de la responsabilidad política.
Recordaba que Napoleón, al llegar al poder, había declarado que "asumía
la responsabilidad por todo lo que Francia había hecho desde San Luis
hasta Robespierre".

Castro jamás habría dicho algo así, en enero de 1959, ya que su poder se
identificaba con la nación a partir de la ruptura con el pasado de la
isla. Pero tampoco Castro es capaz de asumir públicamente
responsabilidad alguna por lo que ha sucedido en Cuba en el último medio
siglo. El decrecimiento económico de la isla, según él, es obra del
"bloqueo imperialista", a pesar de las tres décadas de subsidio
soviético, y el autoritarismo político no es tal, ya que Cuba, a su
juicio, no es una dictadura sino la "democracia perfecta". Las pocas
veces que Castro echa un vistazo sobre la historia del último medio
siglo cubano es para exaltar los proyectos educativos y sanitarios de su
Gobierno y rendir culto a la "lucha contra el imperio".

La reticencia a aceptar responsabilidad por el pasado no es un problema
personal de Castro sino un principio ideológico del régimen cubano. El
mismo se manifiesta en la historia oficial cubana o en las incursiones
teóricas de funcionarios que leen, de manera unilateral y manipuladora,
las obras de historiadores profesionales, como el profesor de la
Universidad de Chapel Hill, en North Carolina, Louis A. Pérez Jr. Que
Estados Unidos es un imperio, cuya hegemonía hemisférica limitó la
soberanía nacional de la isla en la primera mitad del siglo XX es
innegable. Pero que el Estado socialista ha limitado los derechos
económicos, civiles y políticos de los cubanos en el último medio siglo
también lo es.

Tiene razón Granma, por esta vez, cuando afirma que América Latina ha
cambiado. Hoy, todos los países del continente son democráticos y la
mayoría de ellos está gobernada por partidos de izquierda. Para
comprobar que la región ha cambiado basta con observar el caso de El
Salvador, país que experimentó una de las más terribles polarizaciones
de la guerra fría centroamericana. Pero el cambio, en Centroamérica o el
Cono Sur, en los Andes o el Caribe, tiene que ver con el abandono de
discursos y prácticas autoritarias de la vieja derecha y de la vieja
izquierda. Fue la democracia y no el golpe o la revolución la que llevó
a Mauricio Funes a la presidencia de su país.

El turno del ofendido es, precisamente, el título de un poema y de un
cuaderno de poesía del escritor y guerrillero salvadoreño Roque Dalton,
editado en México en 1964. Buena prueba de que el cambio en El Salvador
no empieza con la llegada de Funes al poder es que el Consejo de Cultura
del Gobierno anterior, presidido por el demócrata liberal Elías Antonio
Saca, editó, entre 2005 y 2008, la poesía completa de Dalton. Por
razones evidentes, es difícil imaginar al Gobierno de Raúl editando la
poesía completa de Heberto Padilla o la narrativa completa de Reinaldo
Arenas.

En aquel poema, Dalton escribía: "Ahora es la hora de mi turno / el
turno del ofendido por años silencioso / a pesar de los gritos / Callad
/ callad / Oíd". Dalton imaginaba el desquite de la víctima como la
humilde recuperación de una voz o como aquella aspirina del tamaño del
sol que aliviaría, al fin, los dolores de cabeza del comunismo. Pero el
turno de Castro, como ofendido, ha durado demasiado y ha producido
tantas o más víctimas que las que su Revolución se propuso redimir hace
medio siglo.

Rafael Rojas es historiador cubano exiliado en México. Acaba de publicar
El estante vacío. Literatura y política en Cuba (Anagrama).

El turno del ofendido · ELPAÍS.com (17 June 2009)
http://www.elpais.com/articulo/opinion/turno/ofendido/elpepuopi/20090617elpepiopi_4/Tes

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