Color local
By ALEJANDRO ARMENGOL
En un nivel elemental, el recién concluido debate sobre Cuba y la OEA
daba la impresión de una discusión estéril. Cuba ha dicho una y otra
vez, y en alta voz, que no quiere volver a la organización. Sin embargo,
a un nivel más profundo la reunión sirvió para demostrar tanto el poder
alcanzado por la izquierda, tras su resurgimiento en Latinoamérica, como
los límites que enfrenta la tendencia más tradicional de este
movimiento. En este sentido, el gobierno de Barack Obama demostró ser la
pieza clave para definir estos límites.
Cuando el caso cubano se plantea en términos que intentan ir más allá de
la socorrida condena, lanzada desde la tranquilidad de Miami, vale la
pena preguntarse el papel que desempeñan los congresistas
cubanoamericanos y sus seguidores, en este complejo ajedrez donde aún
están por definirse los posibles vínculos que puedan lograr Washington y
La Habana.
Una primera impresión es que la oposición de estos legisladores a
cualquier cambio que signifique una nueva política hacia Cuba
dificultará la puesta en práctica de las necesarias transformaciones que
requiere una óptica obsoleta. Pero en realidad lo que si acaso éstos
pueden lograr es una demora en determinados aspectos muy específicos. Es
decir, su función ha sido reducida a aportar el color local que siempre
buscan los periodistas al tratar un tema.
El color local se refiere a las características, las costumbres y hasta
la forma peculiar de hablar en una zona específica. Existe tanto en la
literatura como en el periodismo. Y, por supuesto, en una prensa local
puede ser la información que se destaque. Pero ese simple hecho no
convierte a lo que se habla y escribe en un factor determinante. Por el
contrario, lo destaca como ejemplo de fetichismo de periodista de café
con leche.
No porque a un sector de la comunidad le guste, o le brinde tranquilidad
emocional, escuchar o leer sólo un enfoque provinciano de las noticias,
la realidad cambia. Este trueque de prioridades no transforma a lo local
en factor determinante. Acudir a esta forma de pensamiento mágico sólo
evidencia un comportamiento primitivo, fácil de manipular.
La reunión de la OEA sirvió para enfatizar los retos que Obama enfrenta,
a la hora de intentar definir una nueva relación con Latinoamérica. La
discusión sobre Cuba sirvió para que nuevos y viejos líderes
izquierdistas de la región asumieran una posición de independencia
frente a Estados Unidos. En ocasiones, resultaba difícil diferenciar si
estaban dirigiendo sus quejas sólo a la exclusión de Cuba o también a
otros resentimientos contra Washington. El oportunismo se mezcló con
viejos conceptos y vale la pena preguntarse también por qué no se le
dedicó más tiempo a cuestiones muy importantes, como la crisis económica
que afecta la región. Sin embargo, la exclusión de Cuba era una
asignatura pendiente que la OEA tenía que resolver.
La solución fue en primer lugar una victoria estratégica de Washington,
que no sólo logró que se incluyera un segundo párrafo que describe el
proceso mediante el cual Cuba buscaría la readmisión sino demostró que
el discurso de Obama en Trinidad y Tobago fue una definición de objetivo
y no sólo un buen discurso.
Washington logró un consenso imposible de imaginar en la época de George
W. Bush, y hoy parece más difícil la creación de un organismo de países
latinoamericanos que excluya a Estados Unidos y Canadá.
Por lo tanto, no fue poco lo logrado por la Casa Blanca. Y a siete
legisladores, republicanos y demócratas, no se les ocurre nada mejor que
presentar un proyecto de ley para suspender el aporte financiero
norteamericano a la OEA, si Cuba es readmitida como país miembro. Es
decir, una vuelta a la ``política del garrote y la zanahoria''.
El proyecto fue presentado en la Cámara de Representantes por el
legislador republicano por la Florida Connie Mack, junto con Albio Sires
(demócrata), Ileana Ros-Lehtinen (republicana), Lincoln Diaz-Balart
(republicano), Dan Burton (republicano), Mario Diaz-Balart
(republicano), y Paul Broun (republicano.
Se trata de una medida de difícil aprobación. El propio legislador
Lincoln Diaz-Balart lo ha admitido, en declaración publicada el 5 de
junio en El Nuevo Herald:
''Aunque yo la apoyo, no voy a prometer mucho en cuanto a sus
resultados'', dijo Diaz-Balart, señalando que es difícil privar de
fondos a organizaciones internacionales con las que los miembros del
Congreso están en desacuerdo.
Por su parte, el senador demócrata por Nueva Jersey, Robert Menéndez, no
ha dicho si apoyaría o no semejante propuesta, pero ha declarado que si
la OEA permitía el regreso de Cuba a sus filas, sin que el gobierno de
La Habana demostrara comprometerse a promover la democracia, ``entonces
yo tendría que cuestionarme seriamente por qué el gobierno de EEUU
querría pagar el 60 por ciento de una organización que no se compromete
con la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho''.
No sólo hay pocas esperanzas de que una medida de este tipo se apruebe.
El posible regreso de Cuba a la OEA sigue siendo, en lo fundamental, un
tema para la especulación.
El presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, Ricardo Alarcón, dijo
tras conocerse la nueva resolución de la OEA que Cuba no tiene planes
todavía de solicitar de nuevo su entrada en el grupo.
Basta consultar el lenguaje de ambas resoluciones de la OEA, la de la
exclusión de 1962, durante la reunión de Punta del Este, y la que hecha
abajo dicha medida, en el recién concluido encuentro en Honduras, para
percatarse de que Latinoamérica ha cambiado, tanto para Estados Unidos
como para Cuba. Aferrarse al pasado, como hacen los congresistas
norteamericanos que piden el corte de los fondos, no es más que un
indicador de ceguera histórica.
ALEJANDRO ARMENGOL: Color local - Opinión - El Nuevo Herald (8 June 2009)
http://www.elnuevoherald.com/opinion/v-fullstory/story/469744.html
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