Cincuenta años cumplirá en Cuba la profesión de gobernante. Muchos más 
que en los países del Este, desde donde se importó.
Rafael Alcides, La Habana
viernes 11 de enero de 2008 6:00:00
La profesión de gobernante no existía en Cuba antes de 1959. Existía la 
del político profesional, lo cual parece igual pero no es lo mismo. Leal 
dentro de un partido, o cambiando de partido cuando las encuestas lo 
hagan aconsejable, el político profesional puede a lo largo de su vida 
gobernar una o más veces desde diferentes cargos, sin llegar a ser un 
gobernante profesional. Su carrera política depende del elector, y el 
elector es inconstante, veleidoso. Hoy lo favorece con su voto y mañana 
se lo niega.
Nadie puede asegurar que tan grande inseguridad sea la causa de que 
todavía, en algunos países, sea frecuente ver a algunos de estos 
personajes salir, al terminar su período de gobierno, con los bolsillos 
tan llenos que, ni aun viviendo a todo trapo, tendrían sus descendientes 
necesidad de trabajar en los próximos doscientos años.
Son venganzas, o quizá precauciones, que sólo excepcionalmente 
aparecerán en la palma de la mano del gobernante profesional.
Puesto que este hombre nuevo ha de gobernar de por vida, las curiosas 
menudencias que suelen agobiar a la persona común —vivienda entre ellas, 
automóvil, viajes al extranjero, y en el caso del narcisista (porque se 
puede ser persona común y también narcisista), la vanidad de verse en la 
televisión— no podrían mortificarle. Ni después a sus hijos, que usarán 
las relaciones de su padre.
Oriunda en su forma presente de la Unión Soviética (donde en cierto modo 
contaba con una tradición de ascendencia zarista), esta peculiar 
profesión se hizo venerar enseguida en Cuba. Y hoy, con desenfado y 
optimismo, dispuesta a imponer marcas olímpicas por lo que parece, está 
a medio camino de su cumpleaños número 50. Este dato obliga a tomarla en 
serio. Cincuenta años son muchos más que los que dicha profesión llegó a 
cumplir en los países del Este, que (habiéndola tomado en préstamo de la 
URSS, ellos también) venían practicándola en la época en que Cuba la 
adquiere.
Algo que es para siempre
Como toda profesión, tiene riesgos. Y muchos. Escalofriantes algunos de 
ellos. En ese sentido, las primeras cifras que al abrirse dejaron ver 
los anales de la fraterna, generosa e invencible Unión Soviética (hace 
rato desaparecida), desquiciaron a toda una generación de sovietólogos. 
También los ha experimentado en Cuba, aunque discretos. Y muy esporádicos.
El sistema de prevención cubano en esta materia es proverbial. Excepto 
en el caso de los desleales, si el gobernante profesional fracasa en un 
cargo, se le pone en otro (a veces, en uno superior), o en otro, o en 
otro. A ministros poderosos en otro tiempo, se les ha mandado a criar 
vacas, sin menoscabo de su alcurnia de gobernante profesional (eran 
vacas del Estado).
Nada más natural. Una vez que tan alta investidura se obtiene, 
funcionará como un título universitario, como la pertenencia a una raza. 
Algo que es para siempre, aunque sí podría —como todo en este mundo— 
pasar de repente del esplendor mañanero al más fúnebre ocaso, cosa nada 
grave, después de todo.
Es un imprevisto que el gobernante profesional cubano (eso que la masa 
—por simplificar o destacar que el gobernante en realidad es uno, sólo 
uno— nombra "cuadro" o "pincho") dejará solventado solicitando una 
reunión con sus superiores y haciéndose allí, delante de ellos, sin pena 
(ni espada ni nada de esas insensateces de los japoneses del pasado), 
una severa, descarnada, juiciosa, viril autocrítica que parta el 
corazón, que los conmueva.
Tan inteligente filosofía política le ha ahorrado al sistema mucho 
plomo. Y quién sabe cuántas conspiraciones, en las que la prensa 
sensacionalista del mundo se hubiera cebado durante semanas exagerando 
las menudencias de la sedición. O del magnicidio.
"Ahora por lo que oigo, unos locos sueltos que andan por ahí quieren 
cambiar todo eso", le oí decir quejoso a alguien el otro día.
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