Por Sissi Arencibia
Pica Pica es el mote con que se conoce en la región de San Juan y
Martínez al ganadero Raúl Hernández Luaces, cuya aspiración es extender
la cría de vacas enanas mediante el cruce de ejemplares de tamaño
inferior al normal.
Aunque no pasa de ser un experimento empírico, las reses de su rebaño
tienen menos de un metro de altura para curiosidad de todo el que se
acerca a la finca Santa Isabela, ubicada a un costado de las
mundialmente famosas vegas de tabaco Hoyo de Monterrey.
Nadie se va de ese poblado sin constatar la experiencia de Pica Pica,
quien desarrolló ese biotipo en los vacunos para entusiasmar a los
dueños de animales de baja talla a establecer un pie de cría de rápida
generalización.
Mansas, resistentes, productoras de siete u ocho litros de leche,
comedoras de pastos naturales, las vacas enanas son resultado de tres
cruces entre un extinto semental al que llamaban Lucero y Princesa y
Tojosa, base del rebaño actual.
Unas 15 cabezas, cuyo tamaño no sobrepasa las extremidades de una res de
porte normal, pacen en Santa Isabela desde hace nueve años en que el
ganadero las cuida con el objetivo de que alcancen la adultez con una
altura de medio metro.
Se trata de una extensión de 60 hectáreas de bosques donde conviven los
curiosos ejemplares –con una vida reproductiva estimada en siete años-,
alimentados de semilla de marabú y guarecidos en cobertizos para el
ganado ovino.
La intención es poder donar dos de ellos al Zoológico para que la
tradición de los vacunos enanos se mantenga viva, comentó el autor de
esa experiencia, única en Cuba y presumiblemente en el mundo.
Su afición por las reses de bajo porte data de la década de los años
1960, cuando se fijó en una especie de reducida talla, odiada por los
jinetes de la granja donde laboraba como ganadero.
Un ejemplar así exige menos techo y forraje y es más manuable a la hora
del ordeño que uno normal, indicó al evocar los tiempos en que pensaba
en un ganado económicamente viable para las granjas agropecuarias bajo
su dirección.
La crucé con un toro pequeño que respondía al nombre de Lucero, con un
tamaño de 1.10 metros, inferior al normal –que es de 1.50 m- para lograr
una especie semienana, relató, y así fui logrando ejemplares curiosos.
Comentó que con el paso del tiempo se fue percatando de lo viable de
aparear animales del mismo nivel de consanguinidad.
Así de esa forma, ha desarrollado su vida este ganadero de 76 años que
trasladó las vacas enanas, resultado del cruce, a este lugar, donde
recibió la finca al amparo del programa de los seis cordeles para la
entrega de tierras en usufructo.
Unos tres kilómetros separan la casa donde vive Pica Pica de Santa
Isabela, adonde va diariamente a velar su ganado, el cual logró sin
proponérselo un buen día, según refirió, aunque después de su retiro
comenzara la verdadera carrera por lograr exponentes enanos.
Unas 12 hembras y tres machos conforman el hato, el cual se renovó con
el tiempo hasta contar con un semental que responde al nombre de
Caramelo y una novilla de cuatro meses de nacida, en la que el campesino
tiene cifradas sus esperanzas.
Cuando esté en capacidad de procrear (al año), la novilla Tojosa dará un
ejemplar de fenotipo mucho más chico que el de ella en la actualidad
(unos 25 cm), aseguró el fiel cuidador de ese tipo de vacunos, una
tradición en esta demarcación.
Pica Pica procede de una familia longeva y creativa que se reúne una vez
al año en su casa de San Juan y Martínez para la llamada cena del
linaje. La parentela de 180 miembros cumple así una tradición iniciada
por su padre siete décadas atrás.
http://www.telepinar.co.cu/paginas/todasnoticias.asp?categoria=agricultura&id=3136
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