El comunismo y la escalera
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba- Mayo (www.cubanet.org) - Cierta especie de comunismo,
no me refiero al del siglo XXI, que está por saberse cómo será, sino el
que se le impone a los cubanos a punta de pistola, se asemeja mucho a
una pintura de Agustín Bejerano, de finales de 2006. Una escalera con la
forma de nuestra isla, por donde sube un hombre encorvado, seguramente
viejo y cansado, con la vista clavada en sus zapatos, sosteniendo a
duras penas una bandera nacional descolorida. La escalera termina en el
vacío, un poco antes de llegar a las provincias de Villa Clara,
sugiriendo que el hombre no podrá avanzar más allá.
La escalera, tenebrosa, sin pasamanos, como suspendida en el aire por
escalones desiguales, soportada únicamente por una pared sucia y en su
otro borde una especie de abismo, es la viva estampa del desamparo de la
Cuba de hoy. Sin embargo, el pintor cubano explica, como si temiera a
esta interpretación, que se trata de un hombre construido con humildad y
sencillez por una nación que ha crecido más que sus propios sueños. Una
imagen muy poética que nada tiene que ver con la visión pictórica que
ofrece el artista. ¡Qué complicados y contradictorios son estos seres a
la hora de hablar!
¿Acaso ese hombre solitario del creador plástico es el símbolo de la
familia cubana? El comunismo ha resultado tan destructor -no olvidemos
que comenzó con Camilo Cienfuegos mandarria en mano demoliendo los muros
del campamento de Columbia en enero de 1959 y está terminando con La
Habana en ruinas-, que sobre todo la familia, ese conjunto de personas
que provienen de una misma sangre, no ha podido salvarse del holocausto.
En un principio se fraccionaron las que componían la burguesía, el
comercio y las más ilustres. Luego les siguieron las familias
proletarias. ¡Quién lo iba a decir! De las diez mil personas que
entraron en pocos días en la embajada de Perú en 1980 ninguna pertenecía
a la aristocracia habanera, ni era ex dueña de algo. Eran,
sencillamente, gente de pueblo huyendo del comunismo. Ya a partir del
triunfo revolucionario de 1959 las familias más humildes se habían
dividido por cuestiones ideológicas. Los que se han ido, de dos a tres
millones de cubanos, disfrutan de libertad; los que permanecen en la
Isla están condenados de por vida a prisión domiciliaria: del trabajo a
la casa y de la casa al trabajo. Otras opciones en este comunismo
tropical ya no existen. Hasta aquella numerosísima, interesante y
emprendedora población china que existió en Cuba durante largos años
desapareció a partir del triunfo castrista.
Baste saber, y ya esto es el colmo, que las familias de la elite
gubernamental viven rotas en pedazos. Por ejemplo, tanto odio engendran
las ideas comunistas que la prensa oficialista no se cansa de abrirle
fuego a la familia Díaz-Balart, radicada en Estados Unidos, precisamente
en línea directa materna con el hijo del máximo líder de Cuba. Se ve muy
feo cuando en las páginas de Granma, órgano del Partido Comunista, los
llaman rufianes, malvados, bandidos, etc. Incluso a los difuntos, sólo
porque han consagrado su vida a lograr la libertad y la democracia en
Cuba. ¡Interesantes lazos de familia destruidos gracias a la ideología
más destructiva del Universo!
Por suerte, con el comunismo ocurre lo mismo que con el globo de Matías
Pérez, audaz aeronauta del siglo XIX: desaparece en el mar y la tierra.
Ni siquiera se espera su regreso, porque sería esperar en vano. Hasta
los comunistas desaparecen. Como haría hoy el viejo Diógenes, hay que
buscarlos con lupa a la luz de un candil. Apenas se divisan de tanta
oscuridad. Sólo uno, como en el cuadro de Bejarano, se empeña en seguir
subiendo una lóbrega y extraña escalera sin final, contra los molinos de
viento.
No comments:
Post a Comment