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Thursday, May 19, 2016

Reglas para impedir el debate

Reglas para impedir el debate
MIRIAM CELAYA, La Habana | Mayo 18, 2016

Una pequeña caravana de protesta y una reclamación por parte de un grupo
de bicitaxistas en la Plaza de la Revolución; indignación y estupor
entre productores y comerciantes por el cierre arbitrario y no anunciado
del único mercado mayorista de productos del agro en la capital;
irritación de varios ciudadanos que arremetieron verbalmente contra la
policía ante el atropello que ésta pretendía cometer contra un mendigo,
ciego e indefenso, en el Centro Comercial Carlos III; una huelga de
brazos caídos protagonizada por los trabajadores de una fábrica de
tabaco en la provincia de Holguín por cuestiones salariales... Estos son
algunos de los eventos que demuestran a la vez el estado de
inconformidad y frustración que van tomando cuerpo en la población de la
Isla, el despunte de un sentimiento de cuestionamiento del sistema y la
incipiente rebeldía frente al poder y a las autoridades que lo representan.

Es, sin duda, una buena noticia. La mala es que en una sociedad donde
los derechos y la prosperidad han sido proscritos, donde las
instituciones responden totalmente a los intereses del poder parásito,
donde cualquier oposición al Gobierno es ilegal y no existe el debate
público ni el diálogo entre ese poder y los "gobernados", el equilibrio
social se torna peligrosamente frágil.

A medida que la crispación social crece y el Gobierno aumenta las
trabas, mayor es la incertidumbre sobre la manera en que podría
desatarse un conflicto que escaparía al control de las instituciones.

Parece que los hechos antes citados resultan insignificantes y aislados
en medio de la aquiescencia general de los cubanos con respecto a su
Gobierno. Sin embargo, tales eventos eran inconcebibles apenas un lustro
atrás. Menos aún lo eran durante el período anterior al 30 julio de
2006, fecha en que se hizo pública la "Proclama" que anunció el
supuestamente temporal retiro de Fidel Castro de la poltrona
presidencial, que él pretendía fuese vitalicia, dando inicio a un breve
período de esperanzas populares sobre una mejoría de sus condiciones de
vida.

Si la casta del poder no padeciera una ceguera tan colosal como su
proverbial arrogancia, tendría suficiente lucidez como para interpretar
los signos actuales. En especial cuando los todavía puntuales conatos de
protestas populares se están produciendo pocas semanas después de la
celebración del último Congreso del Partido Comunista de Cuba, donde
presumiblemente quedaron trazadas las estrategias económicas y
sociopolíticas de la nación al menos hasta el año 2030. Un Gobierno
medianamente perspicaz tendría al menos la percepción de que la
aceptación social de su eterno monólogo terminó y que las urgencias de
la realidad nacional superan ampliamente los límites temporales y
estratégicos establecidos por los Lineamientos.

Les guste o no, los señores del poder deben comprender que la crisis
cubana demanda cambios dictados desde los reclamos sociales, no desde el
Palacio de la Revolución, y que dichos cambios deberán producirse por
las buenas –es decir, iniciándose a partir de un verdadero debate
nacional de donde surja un pacto transicional–, o por las malas –al
producirse un estallido social indeseable debido al indetenible
deterioro de las condiciones de vida de la población, con consecuencias
impredecibles.

Pero resulta que las autocracias no están diseñadas para el
cuestionamiento público. Lejos de abrir un diálogo nacional que en
principio actuaría como válvula de salida a las frustraciones, la página
final del periódico Granma, del martes 17 de mayo de 2016 muestra un
artículo que constituye la negación absoluta de esta posibilidad. Reglas
para el debate o cuestión de principios, se titula un texto suscrito por
un (llamémosle como les gusta) "intelectual revolucionario" de nombre
Rafael Cruz Ramos, que establece dos simples "reglas" para un debate
imaginario que –dicho sea de paso– el lector nunca alcanza a vislumbrar.

Resumiendo una enjundiosa prosapia verbal que llena toda una plana con
lo que podría haberse dicho en un par de párrafos, el señor Cruz intenta
–sin éxito– enunciar una primera regla, destinada a establecer, no las
bases o los temas para ese inexistente debate-monólogo suyo, sino lo que
no será incluido en éste, bajo ningún concepto.

No se debatirá jamás con "quienes llegan hasta nosotros portando una
granada de fragmentación lista para hacerla estallar en el seno de la
nación, de la República, de la patria, con el fin de destruir el sistema
socialista en construcción y reponer el arcaico y desgastado sistema
capitalista", asegura Cruz Ramos, aunque nadie sabe qué autoridad o
poder supranacional tiene este sujeto desconocido para dictar tan
rotundas pautas.

La segunda regla también se establece desde la negación, y validando los
mismos repetidos sonsonetes castristas: "No nos entenderemos con quien
venga financiado, respaldado, apoyado, por el dinero anticubano
terrorista de Miami o de cualquier otra nación, incluidas las de la
vieja Europa". Porque en Cuba, ya lo sabemos, todo dinero está maldito,
salvo que sea bendecido y administrado por los jerarcas de la
castrocracia, quienes luego reparten algunas monedas u otros premios
entre sus servidores más fieles. Quizá es el caso del señor Cruz Ramos.

El texto es extremadamente emotivo y –tal vez por ello– sumamente
impreciso. No se alcanza a entender a quiénes se alude con "nosotros",
qué temas estarían sujetos a debate, quiénes participarían, quiénes
portarían la peligrosa "granada de fragmentación" o en qué consiste
ésta. En cambio se puede suponer que no habrá debate con quien no se
alinee del lado del poder político. Por tanto, desde ese principio se
anula toda posibilidad de debate, Cruz Ramos pudo ahorrarse el esfuerzo.
Porque si se trata de un debate, sería una discusión entre dos o más
personas, grupos, etc., sobre temas o problemas de interés público, en
el que participa además un moderador y el público. Puede ser oral,
escrito o tener lugar en un foro de internet, pero en todos los casos
debe observar ciertas normas y recomendaciones que permitan el
desarrollo de la discusión y, en el mejor de los casos, la toma de
acuerdos. Normas y recomendaciones éstas que son universales e
ineludibles para el desarrollo de todo debate y consisten en la
observación de principios tan elementales como la no imposición de
puntos de vista personales, convencer a través de la argumentación y la
contra-argumentación, escuchar atentamente al otro sin interrumpirlo ni
subestimar sus criterios, ser breve y conciso, respetar las diferencias,
hablar con libertad, expresarse con claridad, utilizar un vocabulario
adecuado, evitar los ataques verbales o físicos así como las burlas y
otras conductas que tiendan a la descalificación del antagonista, entre
otras.

Pero Cruz Ramos viola todas y cada una de estas normas al caer
exactamente en lo contrario: descalifica a priori al potencial
antagonista, se niega a escuchar otros argumentos que los propios, no
argumenta sino que arguye, critica en abstracto sin ofrecer propuestas
en concreto, se extiende innecesariamente sin lograr explicarse ni
hacerse entender con claridad. Cruz Ramos no propone un debate, sino la
adhesión total de los cubanos al Gobierno.

Por otra parte, su enrevesado discurso mezcla disímiles temas y
referencias descontextualizadas, tergiversando datos, historia,
personajes y realidades propias y ajenas. Una aparente incoherencia que,
sin embargo, es perfectamente coherente con el sistema que defiende. Por
eso refutar todos y cada uno de los pasionales renglones de Reglas para
el debate... sería tan extenso como estéril, en especial cuando se hace
obvio que esa es la intención: distraer la atención de la esencia, que
es el fracaso del sistema sociopolítico impuesto a los cubanos hace más
de medio siglo.

Pero, al menos, resulta útil para constatar lo inocultable de la
conjunción de dos grandes temores de la cúpula de Gobierno: la
posibilidad real de que se generalicen las protestas populares –que no
es lo mismo ni tendría el igual costo político golpear a las
manifestaciones de disidentes que reprimir a la gente humilde para la
cual, de jure, se hizo la Revolución más de medio siglo atrás–, y la
imposibilidad de seguir aplazando sin consecuencias un debate amplio e
incluyente sobre los destinos de Cuba.

Queda claro que si el castrismo no se siente capaz de soportar la prueba
de un debate nacional, entonces su debilidad es tan grande como su
soberbia. Pero si, además, si los mejores de sus tanques pensantes para
enfrentar esa eventualidad portan igual bagaje teórico-argumental que
Rafael Cruz Ramos, ya puede dar el debate por perdido.

Source: Reglas para impedir el debate -
http://www.14ymedio.com/opinion/Reglas-impedir-debate_0_2000799902.html

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