Libertad, estabilidad y disidencia
De producirse un estallido social en Cuba, el régimen lo reprimirá con 
firmeza. No hacerlo sería la negación de su esencia y su fin a corto plazo
Alejandro Armengol, Miami | 19/03/2015 12:33 pm
El elemento primordial, tanto en las guerras de independencia como en 
los movimientos de derechos civiles, es la búsqueda de la libertad por 
encima de cualquier actuación fundamentada en el mantenimiento de la 
estabilidad. Además de un concepto, estamos ante un plan de acción.
El concepto es que la libertad actúa como un valor fundamental de 
motivación en cualquier pueblo —con independencia de credo, cultura, 
historia y origen— mientras que el plan de acción se fundamenta en la 
estrategia para lograr que ese valor y esa motivación se encaminen al éxito.
De las declaraciones de los organizadores —que pueden ser más o menos 
fervorosas pero no siempre efectivas— al logro de la movilización 
ciudadana transita la posibilidad de triunfo de cualquier movimiento a 
favor de la libertad.
Una buena formulación del principio de valorar la libertad por encima de 
la estabilidad aparece en The Case For Democracy, de Natan Sharansky y 
Ron Dermer.
Sharansky, un disidente judíosoviético, dedica las trescientas páginas 
de su libro a explicar como en una época sólo los disidentes de la 
desaparecida Unión Soviética y los países de Europa del Este; unos pocos 
líderes mundiales —Margaret Thatcher y Ronald Reagan— y algunos 
legisladores —los senadores Henry "Scoop" Jackson (demócrata) y Charles 
Vanik (republicano)— fueron capaces de poner por delante de otros 
intereses el ideal libertario.
Para Sharansky, la lucha por la paz y la seguridad debe estar vinculada 
con promover la democracia. De lo contrario, solo se consigue posponer 
el problema.
Expresa que así ocurrió durante la guerra fría, con la política de la 
Détente, hasta la llegada de Thatcher y Reagan al poder en sus países 
respectivos, y de igual manera viene sucediendo en el Medio Oriente. La 
confrontación, no necesariamente bélica pero sin dar respiro al enemigo, 
sería la única solución.
Sharansky es un activista más que un político (aunque ha ocupado cargos 
en el parlamento y el gobierno israelí). Ello no le resta valor a sus 
argumentos, pero obliga a situarlos en el terreno ideológico y no de la 
política práctica. En su obra, quien fuera un conocido disidente 
defiende tan ardorosamente sus argumentos, que en muchos casos pasa por 
alto aspectos que contradicen o complementan sus explicaciones.
Vistos los hechos con una perspectiva más amplia, la Détente contribuyó 
a la caída de la Unión Soviética, mucho más de lo que Sharansky está 
dispuesto a reconocer, y el afán de consumo jugó un papel tan importante 
como las ansias de libertad —quizá mayor— en la forma rápida en que los 
ciudadanos soviéticos y de Europa Oriental volvieron la espalda al 
sistema socialista en la primera oportunidad que pudieron. La falta de 
libertad les impidió hacerlo antes, pero la escasez de productos de 
Occidente les hizo correr de prisa al abrazo del capitalismo.
El no ceder una pulgada, el no admitir la necesidad de reconsiderar una 
política de represión feroz, que no admite la menor disidencia, no es 
algo nuevo en Cuba. Ello no exime a esa actitud de ser una muestra de 
debilidad del sistema.
En gran medida, esa debilidad es consecuencia de los tres pilares en que 
se fundamenta el gobierno cubano: represión, escasez y corrupción.
El exigir una posición incondicional es abrir la puerta a oportunistas 
de todo tipo, quienes a su vez se desarrollan gracias a la escasez 
generalizada.
Por décadas el gobierno cubano ha caminado en la cuerda floja, con la 
población controlada entre el uso de una represión casi siempre 
profiláctica y la ilusión del viaje a Miami, pero siempre bajo el 
peligro de un estallido social.
Si La Habana admitiera un mínimo de cordura, y diera muestras de superar 
el encasillamiento que ha mantenido por décadas, el peligro de este 
estallido social disminuiría. Pero por el contrario, lo único que hace 
es alimentarlo a diario.
Detrás de este control extremo, que no permite manifestación alguna de 
los derechos humanos, hay un fin mezquino. El mantenimiento de una serie 
de privilegios y prebendas. La represión política actúa como un 
enmascaramiento de una represión social que ha penetrado toda la 
sociedad. En última instancia, el régimen sabe que el peligro mayor no 
es la posibilidad de que la población se lance a la calle pidiendo 
libertades políticas, sino expresando sus frustraciones sociales y 
económicas.
De producirse un estallido social en Cuba, el régimen lo reprimirá con 
firmeza. No hacerlo sería la negación de su esencia y su fin a corto 
plazo. Imposible no usar la violencia. La habilidad del gobierno 
castrista radica en evitar las situaciones de este tipo.
Nunca como ahora el ideal de libertad y democracia para Cuba había 
estado tan aislado. Los gobiernos latinoamericanos miran para otra 
parte, la Unión Europea busca esperanzas donde no las hay y Estados 
Unidos ha iniciado una negociación incierta, larga y llena de 
obstáculos, que quizá se interrumpa, se dilate indefinidamente o no 
llegue a parte alguna.
El fin del embargo hacia el régimen de La Habana no traerá la 
democratización a Cuba, como tampoco la Coca-Cola o la apertura de los 
mercados, por sí solos, significan el inicio de una era de respeto a los 
derechos y la libertad.
Lo que está en discusión en el caso cubano es la búsqueda de 
alternativas frente al sostenimiento indefinido de un embargo comercial 
—que por décadas ha demostrado su ineficacia en lograr un cambio de 
régimen, que es lo que postula la Ley Helms-Burton— hasta que no se 
produzca una completa transformación democrática.
En el caso cubano, EEUU no hace nada para sabotear la economía de la 
Isla —de ello se encarga el propio gobierno de Raúl Castro—, sino todo 
lo contrario: intenta dar mayores posibilidades al incipiente, 
rudimentario y extremadamente limitado sector laboral por cuenta propia 
o privado, que lucha por desarrollarse sin tantas ataduras por parte del 
gobierno. Que lo logre es otro asunto, pero no por ello carece de mérito 
el intento.
Los cubanos, mientras tanto, siguen a la espera. Y en todas partes, 
mantener la estabilidad de momento se impone sobre cualquier ideal de 
libertad.
Source: Libertad, estabilidad y disidencia - Artículos - Opinión - Cuba 
Encuentro - 
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/libertad-estabilidad-y-disidencia-322290
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