Yoani y la libertad
Carlos Alberto Montaner | Miami | 31 Mar 2013 - 12:16 am.
Si la primera vez que Yoani Sánchez recibió una invitación y una visa 
para viajar al extranjero, la dictadura le hubiera permitido ejercer su 
derecho a entrar y salir libremente del país, no habría alcanzado la 
enorme celebridad y peso que hoy tiene.
Yoani Sánchez visita Miami. Es la escala más difícil de su largo 
periplo. En todas partes, como los toreros consagrados tras una buena 
faena, ha salido en hombros de la multitud. En Florida también 
triunfará, pero le costará un poco más de trabajo.
Me da la impresión de que la inmensa mayoría de los cubanos la quiere y 
respeta —estoy entre esos admiradores—, pero no faltan los que la 
adversan por distintas razones, con frecuencia totalmente irracionales.
Yoani ha dado docenas de charlas, concedido cientos de entrevistas, y se 
ha enfrentado muy exitosamente a las turbas de simpatizantes de la 
dictadura castrista enviadas por la embajada cubana en cada sitio donde 
ha sido invitada a hablar. En más de medio siglo de tiranía, nadie ha 
sido más eficaz en la tarea de desmontar los mitos del régimen y mostrar 
la miserable forma de vivir de los cubanos.
Paradojas de la vida: de alguna manera, la actitud grosera y vociferante 
contra Yoani de estos agresivos matones, aunque desagradable mientras se 
producen los incidentes, ha servido para mantener el interés de los 
medios de comunicación y para suscitar el respaldo de notables sectores 
políticos y sociales.
Estos energúmenos, acostumbrados al medio cubano, donde no hay vestigios 
de libertad, no acaban de entender que tratar de silenciar a Yoani, 
insultando y calumniando a una periodista independiente, una muchacha 
frágil que sólo cuenta con su palabra y su valentía, es un 
comportamiento contraproducente en cualquier país libre en que se produzca.
Las armas de Yoani han sido la sinceridad, una lógica aplastante, la 
innata capacidad para la comunicación y su propia y atrayente 
personalidad. Es decir, los mismos rasgos que, paulatinamente, fueron 
despertando, primero, la curiosidad de los grandes medios e 
instituciones —Time, El País, The Miami Herald, Foreign Policy, Columbia 
University—, y luego la admiración de millones de lectores en todo el 
mundo que encontraban en sus crónicas una equilibrada descripción del 
empobrecido manicomio cubano.
El régimen de los Castro, convencido (o al menos decidido a convencer a 
los demás) de que detrás de cada crítica está la mano de Estados Unidos, 
del capitalismo o de oscuros intereses económicos, se empeñó, sin el 
menor éxito, en tratar de demostrar que Yoani era una marioneta de la 
CIA, del Grupo Prisa o de cualquier fabricante artificial de prestigios.
No había nada de eso. Como suele ocurrir, el talento de Yoani, la 
impredecible suerte y el ataque de la dictadura, la colocaron en el 
punto de mira de los grandes centros de difusión de información, a lo 
que contribuyó que el mismísimo presidente Obama, cuando ya la 
periodista era extremadamente famosa, le respondiera un cuestionario 
destinado a su blog.
Pudo haberle sucedido a otros notables blogueros dentro de Cuba —Claudia 
Cadelo, Iván García, Luis Cino, entre los buenos escritores—, pero 
resultó Yoani la que concentró el interés de la opinión pública 
internacional, a lo que no fueron ajenos el acoso y los maltratos del 
régimen.
Es increíble que la dictadura no aprenda la lección: quienes más daño le 
han hecho a la imagen del Gobierno han sido las víctimas de sus abusos. 
A lo largo de esa infinita tiranía, Huber Matos, Armando Valladares, 
Eloy Gutiérrez Menoyo, Gustavo Arcos, Ricardo Bofill, María Elena Cruz 
Varela, Reinaldo Arenas, Laura Pollán, Raúl Rivero, Oswaldo Payá, ahora 
su hija Rosa María, entre tantos otros cubanos valiosos, han encontrado 
tribuna y eco para sus denuncias como consecuencia de los atropellos de 
que fueron objeto.
Si la primera vez que Yoani Sánchez recibió una invitación y una visa 
para viajar al extranjero, la dictadura le hubiera permitido ejercer su 
derecho a entrar y salir libremente del país, no habría alcanzado la 
enorme celebridad y peso que hoy tiene.
¿Por qué no lo hizo? Por una mezcla de arrogancia y estupidez. Por creer 
que pueden aplastar sin consecuencias a las personas. Afortunadamente, 
eso no es cierto. La suya es la voz potente de los débiles. "Un 
principio justo desde el fondo de una cueva puede más que un ejército", 
decía Martí. ¡Bienvenida Yoani, a la libertad!
http://www.diariodecuba.com/cuba/1364685368_2552.html
 
 
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