Los mensajes de la élite política cubana
Los discursos dados en la legislatura o en sus actividades aledañas
contienen mensajes interesantes. Y es así porque en política lo
importante no es lo que se dice sino lo que se quiere decir y con
frecuencia no se dice
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 10/08/2010
Hace siglo y medio, cuando analizaba la desconexión del parlamento
francés de las tumultuosas calles parisinas en plena revolución ("el
rudo mundo real"), Carlos Marx habló del cretinismo parlamentario. Juro
que el término me asalta cada vez que paso la vista por las sesiones de
la Asamblea Nacional del Poder Popular. En la pasada legislatura, en
medio de una crisis económica que impide a la mayoría de los cubanos el
acceso a las tres comidas de rigor, los diputados aprobaron dos leyes:
una sobre la división administrativa de la provincia de La Habana y otra
sobre seguridad vial. Y de paso organizaron una sesión especial para
compartir los desvaríos seniles de Fidel Castro sobre temas tan diversos
como el origen de la vida, los problemas de los teólogos, la guerra
nuclear, las radiaciones atmosféricas, la sequía en Rusia y la maldad de
Obama. Y, también de paso, para desplegar públicamente la más abyecta
adulonería frente a un anciano que ya no sabe bien lo que dice pero
conserva cuotas de poder. Y algunos diputados saben perfectamente dónde
hay poder, aunque sea remanente, y cómo beneficiarse de sus migas.
En los dos días de sesiones y votaciones unánimes también se produjo una
suerte de emulación de los dirigentes para lucir conservadores,
compitiendo entre sí, y todos con el vicepresidente Machado Ventura, a
cuyo discurso del 26 de julio —gris, reaccionario y aburrido como sólo
él sabe hacerlo— colgaron nuevas arandelas ortodoxas. Así, tanto Raúl
Castro como Murillo, su antiguo jefe de despacho devenido ministro de
Economía, hablaron de la necesidad de producir una "actualización del
modelo económico" y hacerlo desde principios socialistas, pero eso sí,
sin apuros, con calma —"mucha calma" dijo Murillo—, con toda la calma
permitida a quienes no sufren las tremendas precariedades de la vida
cotidiana en Cuba. Nada de mercado ni de propiedad privada, recalcaron
varias veces con una insistencia tal que yo mismo lo hubiera creído si
no hubiera leído la comparecencia de prensa del ministro de Turismo, un
tecnócrata poco dado a la filosofía, hablando de inversiones
extranjeras, turismo de altos precios y ventas inmobiliarias.
Lo curioso es que ni Raúl Castro, ni su ex jefe de despacho se tomaron
el trabajo imprescindible de definir cuál es el modelo que van a
actualizar —hablar de un modelo económico vigente en Cuba es un
desatino— y sobre todo cuáles son los principios socialistas que los van
a guiar. Precisión esta última que no es nada teórica, si tenemos en
cuenta que los dirigentes cubanos han definido al socialismo de todas
las maneras posibles y que el último que habló de ello con insistencia
fue Fidel Castro a fines de los 80s, mientras construía guarderías
infantiles, pedraplenes y consultorios médicos con el dinero remanente
de los subsidios soviéticos en extinción. Pero aún así, creo que los
discursos dados en la legislatura o en sus actividades aledañas
contienen mensajes interesantes. Y es así porque en política lo
importante no es lo que se dice sino lo que se quiere decir y con
frecuencia no se dice. Y la retórica —discursiva o factual— tiene
siempre un objetivo enmascarante.
Si develáramos esa retorica altisonante, creo que hay varios mensajes
que la élite política cubana está trasmitiendo a actores diferentes,
nacionales e internacionales. La remisión de Fidel a ese sainete de mal
gusto es uno. Otro, más importante, es que persiste la voluntad de
producir un ajuste económico que redefinirá las relaciones entre el
Estado y la sociedad, pero sólo parcialmente. Por un lado, va a
traspasar al mercado una serie de responsabilidades con el lanzamiento a
los inciertos predios del sector informal de un millón de trabajadores y
con la paulatina eliminación de subsidios necesarios para compensar los
misérrimos salarios que reciben los obreros cubanos. Pero al mismo
tiempo, la élite política no tiene la menor intención de liberalizar la
sociedad cubana, relajar los ominosos mecanismos de encuadramiento y
control político y permitir el surgimiento de organizaciones sociales
autónomas. Aspira a continuar exigiendo la lealtad política sin fisuras
con la misma pasión como lo hacía cuando era capaz de proveer a esa
sociedad una protección social efectiva al calor de los subsidios
soviéticos.
No es una aspiración supernumeraria. La élite cubana —trátese de los
inquietos chicos de Gaesa o de la parasitaria burocracia partidista— se
conciben a sí mismos como detentadores monopolistas del poder, sin
competencias permitidas. Y en este caso están diciendo al capital
internacional que sólo ella podrá decidir los modos de inversión, los
ritmos de la apertura y las áreas a disposición, sencillamente porque
sólo ella posee el poder suficiente para garantizar la paz social y el
mínimo de certidumbre que toda inversión requiere. Todo el que quiera
participar de los dividendos de la "actualización del modelo", tiene que
negociar con la élite.
El menú lo ofreció el ministro de Turismo, curiosamente no en el pleno
de la Asamblea sino en una comparecencia de prensa: varios proyectos de
inversiones mixtas, 16 campos de golf, edificación de áreas
residenciales para extranjeros con derecho a compras inmobiliarias,
construcción de marinas y el arribazón de cruceros, que no mencionó pero
que todo el mundo sabe inminente. Con ello Cuba intenta entrar en el
turismo de alto nivel. Una oferta indeclinable que hace el sector
tecnocrático militar al capital internacional que esté dispuesto a
perdonar el pésimo récord político del sistema, pero aprovechar sus
innegables ventajas: recursos humanos capacitados, el 40% de las playas
del Caribe, cayeríos impresionantes, ciudades de rica arquitectura y un
gobierno fuerte que garantiza que la insatisfacción social siempre tiene
una puerta abierta en la cárcel de Boniato.
El sector tecnocrático militar ―con el Clan Castro al frente― sigue
avanzando en su conversión burguesa, y ejercita, desde el monopolio del
poder político, una acumulación originaria incompatible con la
democracia, con el debate público y con una ciudadanía consciente de sus
derechos. En su lugar aboga por lo que los tecnócratas cubanos han
ofrecido desde los 90: corderos instruidos, diligentes, desorganizados y
desposeídos. Este es el significado real de la "actualización del modelo
económico sobre bases socialistas". Como cínicamente llaman los
dirigentes cubanos a sus metamorfosis capitalistas.
Como cándidamente algunos persisten en creerles también en nombre del
socialismo.
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/los-mensajes-de-la-elite-politica-cubana-242255
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