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Sunday, August 15, 2010

El sistema cubano es perverso; destruye incluso a aquellos que entregan su vida

Nacional

"El sistema cubano es perverso; destruye incluso a aquellos que entregan
su vida"

Dra. Hilda Molina

Con el pretexto de que su cerebro era "propiedad de Cuba", Fidel Castro
retuvo durante 15 años a la Dra. Hilda Molina en la isla, impidiendo que
pudiera reunirse con su hijo, radicado en Argentina, y ver nacer a sus
nietos. El caso de esta neurocirujana de 67 años, fundadora y directora
de un centro de alta especialización en La Habana, movilizó a
científicos y gobernantes de varios países, incluido el Vaticano; motivó
campañas en la prensa internacional y tuvo un final feliz tras las
gestiones que realizó la presidenta argentina Cristina Fernández de
Kirchner ante Raúl Castro. Hilda Molina vive hoy en Buenos Aires y acaba
de publicar una autobiografía titulada "Mi verdad".

Buenos Aires | J. L. Aguiar

"Quiero que sea un grito de alerta", dice la Dra. Hilda Molina, en
referencia a su biografía Mi verdad. El libro, que será presentado este
miércoles en Montevideo, resume en 400 páginas la historia de una
apasionada neurocirujana cubana, soñadora y revolucionaria; narra
también su desencanto con un sistema "farsante" y su larga peripecia de
15 años para poder salir de la isla y reencontrarse con su familia en
Argentina. A los 67 años, vive ahora en las afueras de Buenos Aires, en
un modesto apartamento que comparte con su madre, de 91.

-Hubo tantos gritos de alerta en estos 50 años, ¿qué tiene de particular
el suyo?

-Creo que hay una diferencia. Yo llegué a ser muy reconocida como
científica en Cuba. Fue por eso que me designaron diputada. Usted sabe
que allá uno no se postula a la Asamblea Nacional. Cuando las personas
adquieren relieve en alguna área, ya sean científicos, deportistas o
artistas, es Fidel Castro quien los designa. Y no es corriente que,
cuando uno alcanza esa posición, se enfrente al gobierno estando dentro
del sistema. Yo tuve, en los años 90, grandes enfrentamientos con el
gobierno por el intento de transformar el Centro de Restauración
Neurológica, que yo dirigía, en una clínica de pago para extranjeros.
Creo que el mío es un grito de alerta especial porque mi posición me
permitió conocer cosas que no son accesibles al pueblo cubano. Además,
me parece que contar al mundo el drama que viví en el plano familiar,
luego de que mi hijo se exiliara hace 15 años, abre una ventana más a la
realidad de las familias cubanas. Hay gente que dice: "Esta Hilda Molina
se cree que su situación familiar es el centro del mundo". No, no es
eso. En Cuba, durante más de 50 años han desgarrado a la familia. No es
que mi caso sea el centro del mundo; lo que pasa es que hay muchas
familias que callan.

-Usted habla ahora, porque no está en Cuba.

-Desde el comienzo de la Revolución, yo siempre planteaba esos
problemas; preguntaba a los dirigentes comunistas por qué ocurrían
ciertas cosas. Nosotros sufrimos el desgarro familiar en carne propia
desde el principio. Mi familia era católica y cuando comenzó la
persecución religiosa, en 1963, dos hermanas de mi madre emigraron a
Estados Unidos. De acuerdo con las reglamentaciones instituidas en Cuba,
mi madre no podía escribir ni recibir cartas de sus hermanas, porque
todos aquellos que se iban de Cuba eran calificados de "gusanos",
"contrarrevolucionarios", "apátridas". Para comunicarse con sus
hermanas, mi madre tenía que enviar las cartas a escondidas, por
intermedio de otras personas, para evitar que algún vecino la delatara.

-Pero usted era revolucionaria. ¿Qué pensaba de esto?

-Yo tenía 16 años y en las reuniones del Partido Comunista pedía que me
explicaran por qué mi madre no podía recibir cartas de mis tías. La
respuesta era: "Para defender a la Revolución". Yo les decía: "Mis tías
no le están haciendo daño a la Revolución, son mujeres pacíficas, no
tienen que ver con la política". Al final, como no tenían qué responder,
me mandaban callar. ¿Cómo van a condenar a una madre a que repudie a sus
hermanas? Jamás lo entendí. Y hay muchos ejemplos en Cuba, incluso de
padres delatando a sus hijos y viceversa, porque la Revolución lo
exigía. ¡Por favor...!

-Aún no entiendo cómo usted no parecía ver lo que estaba pasando, cuando
eso afectaba a su propia familia.

-Yo entré en ese proceso muy joven y vivía inmersa en él, con los sueños
propios de la adolescencia de hacer algo grande por la patria, con un
ideal de justicia. Uno pasa muchos años de autoengaño, atribuyendo todo
a errores humanos, porque es difícil, muy difícil, convencerse de que
una equivocó el camino de una manera tan tremenda, ¿no? Todo se termina
justificando, de una forma u otra. El sistema es muy perverso.

-¿Cuándo tomó conciencia de que era perverso?

-En 1980, cuando integré una Misión Internacionalista en Argelia. Tenía
37 años y ya era especialista en neurocirugía. Nos dijeron que había
habido un terremoto y yo iba muy ilusionada porque se trataba de una
tarea humanitaria. Cuando llegamos, lo primero que veo es que nos habían
engañado, porque no había existido ese terremoto que decían. A nosotros
nos mandaban en realidad a atender una población de provincia en la que
no había especialistas. En la embajada en Argel, tuvimos que firmar un
contrato. No querían que lo leyera. "Está en francés", me decían los
funcionarios. "No importa, yo leo francés", les dije. No entendía por
qué, si estábamos en una misión humanitaria, teníamos que firmar un
contrato. Cuando lo leí, entendí: el gobierno argelino le pagaba al
gobierno cubano. Mucho dinero. O sea, íbamos a hacer una `misión
humanitaria`, pero el gobierno cubano cobraba dinero, a espaldas de los
médicos.

-¿Se sintió explotada?

-Me sentía utilizada como mano de obra barata. Los médicos íbamos allí
en condiciones terribles, con unos estipendios miserables para comprar
comida. Vi mucha corrupción en esa misión. En la embajada, todos los
meses le entregaban a los médicos, no alimentos, sino botellas de ron y
revistas pornográficas. Yo planteaba estos temas en las reuniones del
Partido Comunista allá en Argelia. Se discutía, pero al final, como
siempre, me mandaban callar. Tengo que decirle que allá sentada, en mi
modesto apartamento de Argelia, yo lloré mucho de pensar que a mí me
habían estafado mis sueños de adolescente. Decidí que al regresar a Cuba
iba a dedicarme exclusivamente a mis pacientes, y que los políticos
resolvieran esos líos políticos.

restauración. Hilda Molina regresó a Cuba en 1983 y comenzó a dedicarse
de lleno a un emprendimiento: llevar a Cuba las novedosas técnicas de
restauración neurológica que se estaban aplicando en los países
desarrollados y que ella conocía a través de intercambios epistolares
con científicos de Canadá y Japón, entre otros. Su sueño era crear un
centro de investigación y tratamiento clínico con los mejores
especialistas de su país, para atender a los pacientes cubanos sin recursos.

-Yo misma diseñé el centro y armé el proyecto. Contaba con el apoyo del
viceministro de Salud para la parte científica, que se entusiasmó con la
idea. Parece que él se la transmitió a Fidel Castro, no sé. Fidel me
mandó buscar, el 30 de abril de 1987, para que yo le contase qué era
aquello en lo que estábamos trabajando. Tuvimos una larga conversación,
de horas. Él vio que tenía delante una persona apasionada por el
proyecto y se dio cuenta inmediatamente de las posibilidades. Yo creo
que el trasfondo era político. Él me decía:

-¿Y nosotros no podemos ser líderes mundiales en esto?

-No, no podemos porque esto ya tiene sus líderes mundiales. Nosotros
somos alumnos, pero al menos hay científicos que están dispuestos a
ayudarnos.

Fidel apadrinó el proyecto y ordenó que se construyera el Centro
Internacional de Restauración Neurológica, que comenzó a funcionar en 1988.

-Era un hospital maravilloso, con 156 camas para los enfermos cubanos -dice.

-¿Qué ocurrió luego que la llevó al desencanto?

-Los funcionarios del Ministerio de Salud vinieron y me dijeron que
había que destinar un grupo de camas para pacientes extranjeros. Al
principio, sólo 15. Después se instaló en el Centro una empresa del
gobierno, una especie de agencia que promovía el turismo de salud, y me
dijeron que había muchos pacientes extranjeros dispuestos a pagar con
divisas. Pasaron a reservarse 20 camas. Pusieron una oficina para cobrar
y el primer año ingresaron entre 7 y 8 millones de dólares. Esta empresa
no intervenía para nada en la gestión del hospital. Venían y se llevaban
el dinero. Los que sí intervenían eran los comisarios políticos. Me
llegaron a decir que yo no podía darle a los pacientes cubanos, que no
pagaban, la misma comida que a los extranjeros, que pagaban. Se podrá
usted imaginar de qué tamaño fue la pelea que tuvimos.

-¿No podía explicarle a Fidel lo que estaba ocurriendo?

-Fidel iba a ese centro hasta tres veces por semana. Hablaba conmigo. Me
adoraba, al parecer. Un día, después de mucho, se lo conté porque veía
que tenía perdida la batalla contra el Ministerio de Salud y los
comisarios políticos. "Yo creo que no es moral sacar a los cubanos de
aquí", le dije.

-¡No, Hilda, no lo vayas a permitir! -me contestó.

-Yo soy una simple directora. Acudo a usted porque no puedo resolver
esto -le dije-. Él caminaba de aquí para allá y repetía: "¡No lo vayas a
permitir!" Yo le decía: "¿Pero usted me va a ayudar? ¿Va a ayudar a los
enfermos cubanos?"

-¡Sí, sí, sí! -me respondía. Entonces, de golpe, cambió de tema: "¿Es
que tú sólo sabes hablar de trabajo? ¿No tienes otros temas que hablar
que no sean de trabajo?"

-¿Usted entiende que intentaba cortejarla, por decirlo así?

-Fidel trató de tener conmigo un acercamiento de índole personal que, en
mi criterio, pretendía traspasar el límite de lo profesional. En el
libro, si lo lee, va a ver algunas conversaciones que él tenía cuando me
invitaba a cenar con sus amigos capitalistas cubanos. Se comportaba como
un adolescente despechado porque yo no entraba en ese terreno personal.
No sé si fue por eso o qué, pero lo cierto es que no me ayudó. Un día
vino el ministro de Salud Pública, el Dr. Julio Teja, para decirme que
todas las camas -y repito: todas-, iban a ser destinadas a los
extranjeros que pagaban. "¿Van a privar a los cubanos del derecho a
atenderse en este hospital?", pregunté incrédula. "Es lo mejor para la
Revolución", me respondió el Dr. Teja. Yo protesté. Entonces, el
ministro de Salud me miró y dijo: "¿Por qué, en lugar de discutir, no
piensas un poco más en tu hijo, que trabaja contigo?"

"Me quedé muda", recuerda. "Entendí que era una amenaza y me asusté.
Después de calmarme, pensé: lo que voy a hacer es sacar a mi hijo de
esta isla y luego, voy a renunciar".

Su hijo, Roberto Quiñones, especialista también en neurocirugía, viajó a
Japón en 1994 a continuar el entrenamiento que estaban brindando allí a
los médicos cubanos. Su madre se comunicó con él para pedirle que no
regresara, que se fuera con su esposa a Argentina, porque ella iba a
renunciar a la dirección del Centro. Cuando las autoridades cubanas se
enteraron que su hijo no iba a regresar la llamaron. Rugían: "¡Tu hijo
desertó! ¡Tienes que llamarlo y obligarlo a que vuelva!"

-Les dije que mi hijo no iba a volver y que yo, en ese mismo instante,
presentaba mi renuncia a la dirección del Centro. Saqué el carné del
Partido Comunista y lo puse arriba de la mesa. "Se acabó", dije.

Pero el calvario recién comenzaba.

"¡Hilda Molina no verá nunca más a su hijo! ¡Se va a quedar aquí
sepultada en Cuba!", tronó Fidel Castro al enterarse, según le contaron
a la doctora amigos en el gobierno.

Tardó 15 años en conseguir irse de Cuba, y salió gracias a gestiones del
Vaticano, de gobiernos europeos, de científicos y de la presidenta
argentina, Cristina Fernández de Kirchner.

El 14 de junio de 2009 llegó a Buenos Aires y recién ahí pudo ver a sus
dos nietos, de 14 y 8 años, a los que no conocía.

"Este sistema", dice ahora, al evocar a Cuba, "es tan perverso que
destruye a todos, incluso a aquellos que, como yo, le entregaron los
mejores años de su vida".
Incidentes en Feria del Libro

En Buenos Aires, Hilda Molina no pudo presentar su libro "Mi verdad" el
pasado 23 de abril, en la Feria del Libro, como estaba previsto.

Estudiantes universitarios y militantes pro-castristas irrumpieron en la
sala Jorge Luis Borges, donde la autora se disponía a hablar, y
comenzaron a insultarla y agredirla verbalmente.

La seguridad de la Feria intervino para impedir que se arrojaran objetos
al escenario, pero la escalada de cánticos contra Molina no cesó, sino
que se fue incrementando.

La médica, de 67 años, se paró sobre el escenario y pidió "un
pensamiento y una oración para las Madres de Blanco en Cuba".

"¡Cuba sí, yanquis no!", le respondieron a coro desde el público.

"El mismo libreto que el gobierno cubano; sólo faltan los golpes que les
dan a las Damas de Blanco", respondía Molina, en referencia a las
esposas de los disidentes cubanos.

Enseguida, el micrófono fue tomado por personas del público, unos
hablando a favor de la médica, otros pidiendo silencio y respeto.

La sala fue desalojada y la Dra. Molina no pudo presentar el libro.
La salud, para el extranjero

"Si usted viera los sacrificios que tienen que hacer los propios cubanos
para acceder a la Operación Milagro en Cuba, se sorprendería", dice
Hilda Molina cuando se le pregunta sobre la labor de los oftalmólogos
cubanos en países como Uruguay. "Los servicios de salud en Cuba son una
maravilla pero sólo para los extranjeros; los cubanos no tienen acceso a
ellos. Fidel ha convertido la salud en un producto de exportación".
Perfil

Nombre: Hilda Molina.

Nació: Camagüey, Cuba, el 2 de mayo de 1943.

Profesión: Médica, especializada en Neurocirugía.
Renunció a todo

El libro "Mi verdad", que la Dra. Hilda Molina presentará el miércoles
18 de agosto en Montevideo (Teatro del Centro), terminó de escribirlo
tras arribar a Argentina en 2009. Había comenzado a escribirlo al día
siguiente de que su hijo partiera de Cuba, para no volver, en 1994.

Después de renunciar a la dirección del Centro Internacional de
Restauración Neurológica que ella había ayudado a fundar, Molina
devolvió todas las distinciones, medallas, órdenes y condecoraciones
otorgadas por el gobierno cubano. Renunció al Partido Comunista y a su
asiento en la Asamblea Nacional. No pudo seguir ejerciendo la medicina.

El País Digital

http://www.elpais.com.uy/100815/pnacio-508463/nacional/-el-sistema-cubano-es-perverso-destruye-incluso-a-aquellos-que-entregan-su-vida-

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