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Monday, May 24, 2010

La institucionalización de la dictadura

Publicado el viernes, 05.21.10
La institucionalización de la dictadura
By ARIEL HIDALGO

El pasado 25 de abril nuevas elecciones de delegados del Poder Popular en Cuba dieron por resultado el mayor por ciento de boletas anuladas o en blanco en toda su historia, más otro por ciento considerable de abstenciones pese a fuertes presiones para asistir a las urnas.

Con el control absoluto del mecanismo electoral por un determinado grupo político en un entorno donde todos los medios masivos de difusión están controlados por el Estado, nunca se le ocurre al ciudadano en la circunscripción postular a alguien refractario a los proyectos del régimen, pues con tal actitud también se ``señala'' a sí mismo en una sociedad donde disentir significa de hecho un suicidio civil y político. Con un solo candidato para cada cargo --lo que sería, más que elección, confirmación de algo ya decidido--, y con ``recomendaciones'' de altas instancias que, por supuesto, nadie se atreve a cuestionar, hace prácticamente imposible a ningún opositor llegar a la Asamblea Nacional, la cual, oficialmente, es la encargada de elegir cada cinco años al Presidente del Consejo de Estado y de Ministros. En 1976, el ``año de la institucionalización'', un solo hombre que de facto era ya jefe de Estado por más de un cuarto de siglo, ocupó esa presidencia por casi treinta años, quien delegó en su hermano esa jefatura. Se trata, en otras palabras, de la institucionalización de la dictadura y en consecuencia de una dinastía.

Nada puede justificar la perpetuación en el poder de ningún gobernante por 30, 40 o 50 años, ni aunque hubiese obtenido los más preciados logros. Siempre hubo pretextos para justificar a dictadores como Somoza, Duvalier y Trujillo, quienes gobernaron por menos tiempo. También los pinochetistas pretextaban que el pueblo chileno apoyaba a Pinochet, que quienes se oponían eran pagados por Cuba o Moscú, y justificaban su dictadura con los índices económicos alcanzados por Chile.

Los que nos han criticado por no acusar con palabras altisonantes al mandamás de La Habana, no tuvieron, sin embargo, el mismo desenfado para condenar de igual forma a dictadores de derecha como Franco y Pinochet. Los voceros del régimen de La Habana hacen lo mismo, pero a la inversa, lanzando piedras a los tejados ajenos. Pero la dictadura no tiene color. Los dictadores no son de izquierda ni de derecha, sólo son eso: dictadores.

Ningún partido debería arrogarse la potestad de controlar los mecanismos mediante los cuales la ciudadanía ejerce su derecho a elegir a sus legítimos representantes en la toma de decisiones de una comunidad, como actualmente ocurre en Cuba y Venezuela. También en la Venezuela prechavista dos partidos, por el acuerdo del Pacto de Punto Fijo, se turnaban en el poder y sus dirigentes se enriquecían mientras gran parte de la población vivía en la miseria en uno de los países más ricos del mundo. Ningún pueblo que haya sido engañado tantas veces se levantará cuando un dirigente le diga: ``levántate y anda'', si no se le dice primero muy claramente a dónde va.

Y es hora de hablar claro. No basta con decir que se persigue la democracia. Hace trescientos años no existía un solo país democrático en el sentido que lo entendemos hoy, y el mayor insulto que podía lanzarse a un político era el de demócrata. El ofendido procedía a defenderse airadamente de semejante ``calumnia''. Hoy casi todo el mundo se autoproclama demócrata, desde Robert Mugabe y Kim Jong, hasta los voceros de La Habana que proclaman que su sistema es ``el más democrático del mundo''.

o se trata de que haya un solo partido o muchos partidos --el derecho a crearlos está garantizado por el Artículo 20 de la Declaración Universal--, sino que ninguno debe usurpar, mediante la coacción policial o vendiéndose a los poderosos por recursos de campaña, el derecho de los ciudadanos a su participación libre en la elección de sus representantes. Las asambleas de nominación de candidatos, así como el proceso eleccionario en las diferentes instancias, deben ser independientes de todo posible control partidista; y ningún candidato debe tener beneficios publicitarios que no estén al alcance de los demás. Los padres fundadores de la Unión Americana detestaban a los partidos por considerarlos facciones divisivas y los verdaderos primeros partidos políticos, como hoy los entendemos, surgieron durante la presidencia de John Quincy Adams (1825-1829) cuando se fundó el actual Partido Demócrata; es decir, más de un cuarto de siglo después del nacimiento de Estados Unidos. En Francia, por su parte, Simone Weil expresaba que los republicanos de 1789 ``nunca hubieran creído capaz a un representante del pueblo de despojarse de toda dignidad personal para convertirse en miembro dócil de un partido político''.

Sólo el anuncio de una democracia viva, sin trabas elitistas, puede sacar del marasmo a un pueblo adormecido y echarlo a andar hacia un porvenir glorioso.

Infoburo@AOL.com

http://www.elnuevoherald.com/2010/05/21/724368/ariel-hidalgo-la-institucional...

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