2009-09-23.
Richard Roselló, Periodista Independiente
(www.miscelaneasdecuba.net).- En El comercio español con América su
autor Lutgardo García Fuentes anota que: "Parte de las medicinas y
drogas que se consumían en España y sus colonias eran importadas del
Oriente por comerciantes franceses… los medicamentos constituían un
capítulo de cierta importancia en el marco de las exportaciones de
España a Indias".
No es menos cierto. La Habana contaba con dos boticas pobremente
surtidas; la de Sebastián Milanés en calle Obispo y la de López Alfaro
en Mercaderes hacia 1598. Confirma Hernando de la Parra en sus
Apuntaciones y progresos de la villa de La Habana que estos no tenían
muchos envases y las drogas eran ineficientes. "Las medicinas que se
consumían en el país viene de Castilla".
Para entonces nada cambió. "Cuba –agrega Lutgardo_ en la segunda mitad
del siglo XIX recibía menos medicinas que Nueva España (Santo Domingo) y
Tierra Firme (México). Con un 0,2 % de cajas de medicamentos según los
mercados regionales de consumo".
El ramo de la droguería continuó siendo ineficiente hasta la siguiente
centuria. Las farmacias no excedían de 6 e incluían: colirios, aguas,
sales, bálsamos, aceites, ungüentos, polvos y minerales que adquirirán
gran peso, después de 1762 cuando los ingleses atacan a La Habana y
estimulan el comercio de medicamentos deficitarios.
Pero el siglo XIX todo fue diferente. Grandes epidemias azotan la ciudad
y miles de victimas mueren a falta de medicamentos a la mano; la fiebre
amarilla, el cólera morbo y las enfermedades infecciosas tras una
cultura de la insalubridad y el abandono en las normas de higiene
desangran a la población en miles de víctimas.
Desde entonces la lista de productos farmacéuticos hasta muy avanzado el
periodo era muy larga e incluía fármacos muy exóticos. Polvos, zumos,
aceites, jarabes, jaleas, pastas, pastillas, pomadas, emulsiones,
tinturas, lociones y hasta vinos y cerveza medicinales se venden bajo el
lema de: "todo lo curan".
El giro alcanzó un altísimo mercado cuando la población en 1842 superaba
las 898 mil habitantes. La Habana era una ciudad en crecimiento
económico con rapidez de prosperidad. Contaba con un libre comercio con
las naciones. En la década de 1860 existían 47 boticas con droguerías y
14 boticas según un censo. La cifra ni aumentó, ni descendió al llegar
el 1902 con el fin del período de España en Cuba.
El comercio de droguería fue mayormente importado. Productos alemanes,
húngaros, franceses, españoles, norteamericanos, de Bélgica, México
encuentran un seguro mercado. Tanto que se permite en los Aranceles de
Aduana la entrada libre de impuestos (en 1841) del Rob Antisifilitico,
el vino de zarzaparrilla (1849), las píldoras de Morrison (1855), los
ungüentos de Halloway (1858).
La entrada de medicamentos extranjeros era progresiva.
Desde los vinos curativos Schiedam Shapps Aromático de Udolpho Wolf, los
Navarros; pasando por el arsenal de aguas minerales, del Vichy, Vals,
Galmiers, Bones, Saratoga, la Reina Apollinaris, Seltzer, Pulna, al agua
de Carabaña se encuentran con facilidad en las farmacias de la isla.
No faltan los jarabes Larose de Paris, el aceite Ducox de hígado de
Bacalao francés (1877), la Zarzaparrilla de Bristol (en 1861) para
combatir ulceras La magnesia de Dinne Ford de Londres, el pectoral de
Anacahuita para asmas de la casa neoyorquina Lanman y Co. Incluyendo el
aceite alemán de San Jacobo que cura el reuma; hasta los polvos
dentríficos de Núñez de los Estados Unidos; el vino de Papaya Gandul, el
agua bicarbonatada de Mondariz de Galicia, la lejía Fénix de Madrid
(1883), la Emulsión Scout como aceite de hígado de bacalao (1881) de
Nueva York, pasando por la cerveza alemana Salvator Bier (1882), la
Mainzer Ruh Bier (1895) y la León (1897). Llegaron hasta el punto de
recomendarlas para niños y amas de leche o las madres durante el período
de lactancia.
En 1870 se inicia la era de los medicamentos en Cuba. Se generaliza el
empleo de patentes fabricadas en el exterior. La forma de dichos
medicamentos es agradable, buenos envases, rótulos bien impresos con
suntuosa cubiertas pero muy costosos que harán a que muchos, se
fabriquen en La Habana, reduciendo el precio.
Los fármacos cubanos adquieren un rol protagónico. La magnesia
antibiliosa inventada en La Habana en 1830 y perfeccionada en 1840 por
el medico Juan José Márquez para la indigestión; la magnesia
efervescente de José Sarra, el prestigioso farmacéutico; el jarabe
pectoral cubano del medico Luís Le Riverant, las aguas del Vichy, de
Sarra y Co (propia de lo manantiales minero medicinales en Matanzas) así
como los vinos de Quina, el preparado de Brea y la zarzaparrilla del Dr.
González prestigian por sus premios la industrial nacional cuabana.
Resaltan en este ambiente de medicamentos las dos grandes droguerías
habaneras fruto de largos años de constancia. La Reunión en calle
Teniente Rey, conocida por la farmacia Sarra, albergará la más próspera
y gigantesca industria con grandes laboratorios. Otra fue la farmacia de
San José en calle Aguiar propiedad del Dr. González así además, La
Central en Obrapía de Lobe y Toralba.
Algunas llevaran nombres de santos; la droguería San Juan en San
Ignacio, La San Agustín en Amargura, Santa Ana en Muralla traspasan el
1900 con gran éxito de ventas.
LA FARMACIA HABANERA EN EL SIGLO DE LAS LUCES - Misceláneas de Cuba (23
September 2009)
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=23039
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