Mitades de la historia
RAFAEL ROJAS
A medida que nos acercamos al medio siglo del período revolucionario,
crece la sensación de que la historia moderna de Cuba está partida a la
mitad. Si la república duró 57 años, la revolución ya llega a 50: más o
menos la misma cantidad de tiempo. Las dos mitades de la historia
cubana, a la vez que se emparejan se vuelven cada día más contrastantes.
En 57 años de república, Cuba tuvo dieciséis presidencias, cinco guerras
civiles, dos dictaduras, dos revoluciones y una buena cantidad de
protestas populares y conflictos políticos. La vida pública de la isla,
en esas seis décadas, experimentó un dinamismo extraordinario, basado en
la diversidad de partidos, la rivalidad entre caudillos, los movimientos
agrarios, obreros y estudiantiles, la pluralidad del campo intelectual,
la autonomía de las instituciones educativas y culturales y el
desarrollo de los medios de comunicación.
La multiplicidad de actores sociales de la república es documentable:
trabajadores, campesinos, empresarios, hacendados, jóvenes, mujeres,
inmigrantes, negros y mulatos. Frente a un Estado débil o que sólo al
final --años 40 y 50-- da señales de cierta solidez, la sociedad civil
demuestra desde las primeras décadas una vitalidad impresionante, de la
que dan cuenta hoy los historiadores más jóvenes de la isla.
El medio siglo de la revolución, en cuanto a vida pública se presenta
como un período de considerable estabilidad: un solo partido, cuatro
presidentes y, en la práctica, el mismo jefe de Estado. En lugar de
guerras civiles o protestas populares, purgas cíclicas dentro de la
élite, exilio permanente, represión de opositores. La estabilidad de la
revolución no es ausencia de conflictos, pero sí contracción de la
esfera pública y, por tanto, falta de visibilidad de las alternativas
políticas.
Frente a la heterogeneidad de la ciudadanía republicana, la homogeneidad
de la sociedad revolucionaria salta a la vista. Al estar las
organizaciones sociales subordinadas a un Estado fortísimo, se pierde el
ejercicio autónomo de la sociabilidad y las instituciones culturales y
educativas no pueden funcionar al margen de la ideología oficial. Sólo
en la última década el socialismo cubano comienza a incorporar a su
discurso el valor de la diversidad social.
A pesar de la vertiginosidad de la vida pública antes de la revolución,
muchos intelectuales se quejaban de la "falta de dramatismo" de la
política cubana. Jorge Mañach escribió varios textos referenciales sobre
el tema, abundando en su tesis de que el choteo hacía que los cubanos no
se tomaran en serio la política y que, por tanto, la vida pública de la
isla se "desdramatizara".
Leída desde el presente, aquella queja resulta desproporcionada. Entre
1933 y 1959 la vida política cubana se vivió teatralmente, con sus
héroes, sus villanos, sus grandes acciones y sus espectadores atentos y
conmovidos. En la revolución, aquella dramatización se masificó, se
internacionalizó y se militarizó: juicios revolucionarios,
alfabetización, milicias, "lucha contra bandidos", "guerra de todo el
pueblo", "marchas del pueblo combatiente", "tribunas antiimperialistas",
"batalla de ideas".
Fidel Castro ha manejado las relaciones internacionales de Cuba como un
drama en el que él interpreta siempre el papel de héroe frente a su
pueblo. La falta de dramatismo de la política doméstica cubana fue
reemplazada, en buena medida, por las grandes teatralizaciones de las
guerrillas latinoamericanas, las campañas de Africa y el constante
espectáculo de la "agresión" norteamericana: La Coubre, Girón, el avión
de Barbados, el niño Elián, los "cinco héroes prisioneros del imperio".
Los grandes dramas de la sociedad cubana en el último medio siglo
--fusilamientos, exilio, Mariel, balseros, presidio-- han sido
invisibilizados por la política socialista. Las verdaderas fracturas de
la comunidad se han visto ocultadas por la imagen oficial de un país en
guerra contra el "imperio" y la "mafia de Miami". La experiencia del
drama en la historia más reciente de Cuba ha sido, en buena medida, un
tabú sublimado por una epopeya imaginaria.
Como escribiera Manuel Moreno Fraginals, en artículo para El País, el
verdadero drama del caso Elián fue la muerte de la madre en la travesía.
Sin embargo, los medios de la isla y buena parte de la prensa
internacional se enfocaron en la disputa por el lugar de residencia del
niño. El drama del estrecho de la Florida, como tantas veces en el
último medio siglo, fue secuestrado por intereses políticos.
En la república, a los políticos cubanos les interesaba trasmitir la
imagen de un país próspero y diverso. En la revolución, a los políticos
les ha interesado, sobre todo, trasmitir la imagen de un país unido e
igualitario. A través de la fantasía de una epopeya contra el imperio
muchos cubanos liberan sus propias frustraciones ante una economía
ineficiente y una política totalitaria.
http://www.elnuevoherald.com/noticias/america_latina/story/206516.html
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