Las guaguas por fuera
Oscar Mario González
LA HABANA, mayo (www.cubanet.org) - Si usted, desde una parada de
ómnibus en la capital observa el movimiento del transporte público, le
llamará la atención, entre otras curiosidades, la variedad de marcas,
tipos y modelos de guaguas dedicadas a la transportación de pasajeros.
Para los nacidos en este sistema, el asunto no provoca mayor interés.
Para los que rebasan el medio siglo de vida constituye algo interesante,
debido a que antes de 1959 el parque vehicular encargado del transporte
urbano estaba compuesto por guaguas General Motors, agrupadas en la
Cooperativa de Ómnibus aliados (COA); y Leyland británicos,
pertenecientes a la empresa Autobuses Modernos.
Definitivamente, el carácter internacionalista del régimen criollo se
hace evidente en el amplio surtido de marcas de guaguas que ruedan por
las calles habaneras, llevando y trayendo a ciudadanos de todas las
edades, sexos, tamaños, colores y oficios. Son pocas, pero muy variadas,
y juntas forman un ajiaco rodante sobre el asfalto capitalino.
Tenemos guaguas brasileñas, argentinas, canadienses y norteamericanas,
estas últimas pese al llamado bloqueo. También las hay del viejo
continente: suecas, noruegas, británicas, finlandesas y españolas.
También las hay de Francia, Italia y Portugal, Alemania, Austria y
Suiza. Del este de Europa no hay porque, como sabemos, el socialismo
allí se descuajeringó, y no quieren saber nada que huela a chavismo,
leninismo o castrismo. Allí rompieron el martillo derribando el Muro de
Berlín, y gastaron la hoz cortando la hierba mala del comunismo, que no
dejaba pastar al rebaño ni crecer las flores.
A la lista de las guaguas habaneras hay que agregar las provenientes de
Japón, Australia y China, heredera ideológica de la difunta Unión
Soviética. Dice el gobierno que en un futuro La Habana se va a llenar de
guaguas chinas, pero muy pocos se hacen ilusiones.
Como vienen de todas las latitudes con diseños propios para países
fríos, carecen de ventanas. Por la misma razón los pasillos son
estrechos. Estar en su interior, en pleno verano, es como andar metido
en una burbuja ardiente.
A veces se les realizan algunas modificaciones para adaptarlas a nuestro
clima; por ejemplo, se le instalan ventanas que, por la mala calidad y
el maltrato del público, se rompen enseguida. En tales casos se pierde
la protección contra la lluvia.
Otras veces se ponen en funcionamiento tal y como vienen. Son entonces
bautizadas como "guaguas de esquimales" y, contradictoriamente, se
destinan a los itinerarios más caros o de "a peso", en lugar de los
cuarenta centavos que habitualmente cuesta el pasaje.
Ocasionalmente anuncian las municipalidades y alcaldías de España y
otros países, y es por esta razón, y porque en las carrocerías aparecen
palabras de idiomas extraños y desconocidos, que concluimos sean de uso
y objeto de una donación.
Se dice que muchas de ellas están impedidas de circular en sus países,
debido al grado de obsolescencia y al efecto contaminante que provocan.
Pero parece que el gobierno, en este caso, hace suyo aquello de que "a
caballo regalao, no se le mira el colmillo"; además, al que agoniza de
sed, no le importa que el agua tenga gusarapos. También se afirma que
parte de ellas son compradas a precios muy bajos, por ser de segunda mano.
De cualquier manera, el único impedimento que pudiera encontrar el
gobierno para poner estos vehículos al servicio público, sería la
negación o inconformidad de la población y esta, de tanto andar con el
yugo al cuello, ha olvidado levantar la cabeza. No obstante, si fuera
necesario, hay suficiente tranca para garantizar la tranquilidad. Porque
tanto pinchan al buey manso hasta que larga la pata.
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