Detrás de la Fachada
2006-10-28 	
Juan Carlos Linares Balmaseda, Periodista Independiente
27 de octubre de 2006.
La Habana – El día 9 de octubre me citó la policía política. A las 15 
horas tenía que presentarme en la sede nacional de la Seguridad del 
Estado: la tétrica Villa Marista. Puntual crucé el umbral de la verja; a 
sabiendas que una vez adentro de este cuartel ya no podía salir sin 
autorización.
Desde el interior de una pequeña área, tapiada con mármoles y cristales, 
un militar me ordenó esperar en el salón. Ellos (Los agentes 
"entrevistadores" que me citaron) aparecieron una hora y media después. 
Así iniciaban su labor conmigo, aplicándome la técnica de la impuntualidad.
En casa yo pasaba por otro calvario hacía seis días. Mi esposa había 
enfermado con el virus del dengue. La fiebre no le bajaba de 38 grados y 
los incesantes dolores en la cabeza y en otras partes del cuerpo hacían 
de ella una postrada, y de mi, su cuidador. En la mañana del 7 de 
octubre hubo que hospitalizarla casi deshidratada.
El mediodía del día 9 le dan el alta; aún convaleciente y con la 
prescripción médica de que en el hogar debía hacer reposo absoluto. En 
ese inoportuno momento llega la citación de Ellos; cuando yo cotejaba la 
limpieza domestica, elaboraba la alimentación, al tiempo que cargaba 
agua de la cisterna hacia un primero piso, pues para completar la 
tragedia, nuestra turbina estaba en reparación. Ellos sabían de mi 
dilema familiar.
Para Ellos, una disculpa al soslayo sería suficiente en la tardanza de 
la hora y media de espera mía dentro de aquel recinto de Villa Marista. 
Acto seguido me condujeron a una edificación contigua. Cruzamos una 
calle. Caminamos bajo un portal techado con tejas metálicas, a las 
sombras de una arboleda de mangos en alineación con la edificación. Nos 
detuvimos ante una puerta blindada. Uno de ellos marcó un código 
numérico en un teclado pequeño. Penetramos por un pasillo estrecho, el 
cual comunica con varias habitaciones. Instantáneamente percibí un frío 
muy fuerte proveniente de los equipos de climatización. Entramos en una 
sala bien pintada y amueblada, y encima de una mesa de centro estaban 
los mismos objetos que me quitaron el pasado 6 de septiembre.
El 6 de septiembre 27 periodistas independientes en Cuba participamos en 
una tele-conferencia con los periodistas en Miami Jorge Luis Hernández y 
Clara Domínguez. Cuando salimos, alrededor de las cuatro de la tarde, 
noté acechanza en la mirada de dos patrulleros de la Policía Nacional 
Revolucionaria. La colega Amarilis Cortina y yo caminábamos despacio. 
Íbamos en busca de la parada de ómnibus. Conversábamos. Mientras, la 
patrulla nos seguía de cerca. A unas cuadras de allí, en la intersección 
de las calles L y 15, la patrulla nos interceptó y me introdujeron en el 
auto.
Soy un cubano de a pie. Rara vez he tenido el placer de andar por las 
calles del residencial barrio El Vedado montado en un auto, y mucho 
menos dentro de un Lada nuevo, pero reafirmo que prefiero callejearlas 
hasta en un fúnebre -vivo, valga la aclaración- antes que ir montado en 
una patrulla y esposado.
Las esposas impedían recostarme al duro asiento plástico; además, 
trozaban mi muñeca izquierda. Unos minutos después estaba dentro de la 
unidad policial en 21 y C, donde me esperaba el oficial de la Seguridad 
del Estado que planificó mi "captura". Me quitaron las esposas. Luego 
trascurrirían como dos horas metido en una oficina interrogándome al 
estilo "conversación", para finalmente quedarse con todo lo que me 
habían obsequiado en la tele-conferencia: un pequeño radio marca Tecsun, 
una linterna, fotocopias del periódico El Nuevo Herald, una revista 
Cubanet, una revista Casa de Cuba, una revista Misceláneas de Cuba, un 
lápiz, dos pegatinas que decían CAMBIO, un sobre con algunos artículos 
periodísticos bajados de Internet y dos libros. De todo, sólo me 
devolvieron las cinco o seis galletitas dulces.
Tanto en el interrogatorio del día 6 de septiembre como en el del 9 de 
octubre el plato fuerte fue la intimidación, junto con un caldo de 
filosofía arbitraria. Y de postre, una empalagosa propuesta para que 
sirviera de confidente de ellos. El postre no lo probé, y mi abstinencia 
parte de dos simples razones: por un lado prefiero ser fiel al principio 
ético del periodista, y por el otro, que mi vocación no es por el 
espionaje sino por el periodismo. Asimismo desearía que este párrafo 
fuese mi declaratoria testamentaria.
Durante el interrogatorio del día 9 en la sede Nacional de la Seguridad 
del Estado otras dos tentativas se sumaron a las expuestas en el párralo 
anterior.
Primero: Ellos querían que yo firmase un documento con varias 
incoherencias sobre mi vida en el accionar opositor y en el 
periodístico; y que incorrectamente perseguían una extraña vinculación 
con la sección de Intereses de los Estado Unidos en Cuba, en particular 
con algunos funcionarios actuales y pasados. Esto lo rechacé y sólo 
rubriqué el texto con los detalles verdaderos. También me responsabilizo 
con la firma de una nueva acta de confiscación, o "acta de ocupación", 
dicho acorde a la semántica penal oficial según insistencia de ellos.
Segundo: Querían filmarme un video ante el cual yo leía las tres 
cuartillas redactadas por ellos, y nuevamente me negué. Accedí a que 
filmaran mi interrogatorio.
Corroboro que nada tengo que ocultar. Ejerzo el oficio de corresponsal 
independiente por voluntad propia y no tengo ni jefes ni subordinados. 
Colaboro con varios órganos de prensa, entre los que están PayoLibre, 
Bitácora Cubana, Misceláneas de Cuba, Radio Martí y algún que otro medio 
informativo y especialmente escribo desde 1999 para la página digital 
Cubanet, de éste el único medio que percibo una modesta ayuda monetaria. 
Dije.
Sin complejos de culpas, ni con aprensión moral declaro sobre cualquier 
actividad derivada de mi actual profesión. Empero, no descarto que de 
estos interrogatorios se quiera manipular o distorsionar el sentido de 
mis palabras en perjurio mío, las cuales sostengo y mantendré conforme a 
la responsabilidad íntegra de lo expresado por mí; pese a cualquier 
riesgo y consecuencia. Tengo la total convicción, de que tanto los 
objetos incautados como la labor que realizo son argucias jurídicas, 
tomando de referencia los valores universales de nuestra civilización 
moderna y de las sociedades democráticas. Ellos no son mis enemigos, son 
mis adversarios.
Próximo a las diez de la noche del 9 de octubre ellos dieron por 
concluida mi retención, porque según sus palabras textuales yo no había 
sido detenido. Me entregaron un salvoconducto y pude salir de Villa 
Marista; gravitándome un presentimiento de que mis días en la calle 
están contados.
**********
Nota de Misceláneas de Cuba: El artículo anterior es una colaboración 
del periodista independiente Juan Carlos Linares Balmaseda con este 
medio informativo. Agradecemos al compatriota Pablo Rodríguez, 
www.payolibre.com, el reenvío del mismo y también la foto de su autor.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=7526
 
 
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