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Saturday, August 13, 2016

El gran entierro

El gran entierro
CARLOS ALBERTO MONTANER | Miami | 13 de Agosto de 2016 - 13:11 CEST.

Fidel Castro cumple hoy 90 años. Padece graves problemas de salud, como
prácticamente todos los ancianos de esa edad. Hace una década casi lo
mata una diverticulitis. Tuvo que operarse varias veces y le quedaron
como secuela un ano artificial y el abandono del poder.

El cirujano le cercenó medio metro de intestino, mientras su hermano
Raúl, heredero de la dinastía familiar, se ocupó, en su momento, de
eliminar a los fidelistas del entorno de la Casa de Gobierno. Así
cayeron Carlos Lage, vicepresidente, Felipe Pérez Roque, ministro de
Relaciones Exteriores y otras figuras menores del aparato.

¿Qué más le ocurre? Como el 93% de las personas de esa edad, ha perdido
movilidad (suele utilizar una silla de ruedas), tiene momentos de
confusión, pérdida del equilibrio, de la audición y de la memoria
(agravada por las sesiones de anestesia), mientras exhibe episodios de
irritación, ansiedad y depresión.

Según los médicos que lo han tratado, incapaces de quedarse callados,
los contratiempos lo frustran y agitan. En un par de oportunidades ha
tenido alucinaciones. Está más paranoico que de costumbre. Ha perdido
facultades cognitivas y, por ende, una buena parte de su habitual
curiosidad.

Aunque trata, no puede aprender ni razonar. A veces se le traba la
lengua, o la cabeza, y dice disparates. Las proteínas se le acumulan en
las células nerviosas del cerebro, especialmente en los lóbulos frontal
y temporales. A esa edad suele visitarnos el inevitable Dr. Aloysius
Alzheimer, "Alois" para sus amigos. Su hermano mayor, Ramón, que no era
un mal hombre, murió totalmente loco a los 91 años en febrero pasado.

¿Qué peso tiene Fidel en el gobierno? Bastante, pero de una extraña
manera. Raúl se acostumbró a ser un apéndice de Fidel. Le debe,
literalmente, la vida. Cuando Raúl era un adolescente se lo entregaron a
Fidel en La Habana para que consiguiera educarlo. La familia, en el otro
extremo del país, quería que fuera médico o abogado. Fidel lo hizo matarife.

Lo convirtió en su hombre de confianza, en su guardaespaldas, en su
segundo de a bordo. Lo inició en los tiroteos y en un marxismo
rudimentario hecho de consignas. Luego lo arrastró al ataque al Moncada,
al presidio, a México, donde enterró clandestinamente a un compañero
insubordinado asesinado por Fidel. Lo llevó a la Sierra Maestra y,
finalmente, al poder. Lo convirtió en Ministro de Defensa. El Comandante
no confiaba en nadie, salvo en su hermano, para entregarle la llave de
los rayos. Ahí estuvo Raúl agazapado, casi medio siglo, hasta que,
colgado de los intestinos de su hermano, llegó al poder.

Como Fidel no creía demasiado en las habilidades de Raúl, quien le
parecía un tipo ignorante y mediocre, sin lecturas ni talento, pero
leal, organizado y laborioso, había pensado dividir la autoridad entre
tres personas si moría o se retiraba.

Carlos Lage, que era un hombre ordenado y metódico, llevaría la gerencia
del manicomio. Felipe Pérez Roque se haría cargo de la dirección
política. Raúl se ocuparía de la represión y de evitar que el poder se
les escapara de las manos controlando a las Fuerzas Armadas, la policía,
la Inteligencia y la Contrainteligencia (unas 350.000 personas entre
todos los cuerpos). Es decir: las tres tareas que desempeñaba Fidel Castro.

La diverticulitis precipitó el cambio y no hubo tiempo para la triple
coronación. Raúl, pues, se encargaría de todo, auxiliado por Lage y por
Pérez Roque, a quienes, por cierto, les habían transferido las
relaciones con Hugo Chávez porque les parecía (a Raúl también) un tipo
insoportable y pegajoso, con la billetera repleta, eso sí, que solía
decir estupideces y trataba a Fidel con una familiaridad parejera —se
colocaba a pareja altura— que al cubano le repugnaba.

¿Cómo manda Fidel en la situación tan precaria en la que se encuentra?
Sencillo: lo hace a través de su hermano, casi sin proponérselo. Raúl no
se atreve a moverse de los límites establecidos por Fidel. Está y estará
paralizado tratando de averiguar la opinión del Comandante ante
cualquier cambio sustantivo. Se acostumbró a obedecerlo y a declararlo
genio, y ahora se devana los sesos tratando de complacerlo. Los
"Lineamientos" o reformas raulistas no son otra cosa que la codificación
de los cambios desordenadamente autorizados por Fidel en los 90, tras la
desaparición de la URSS. El propósito de Raúl no es enterrar el sistema,
sino tratar de apuntalarlo.

¿En qué parará esta larga dictadura cuando los dos hermanos hayan pasado
a peor vida? Probablemente comenzará el desguace. La fuga acelerada de
cubanos jóvenes demuestra el dato clave que legitima el vaticinio: casi
nadie tiene esperanzas de que ese régimen mejore, mientras los
comunistas carecen de energía y cohesión para prolongarlo. Vendrá la
desbandada final. Empezará en el velorio cuando alguien, en voz baja,
pregunte qué hacemos, y alguien, en el mismo tono, responda: hay que
enterrar el sistema. No funciona.

Source: El gran entierro | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1471086703_24568.html

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