El cementerio de las diversiones
La interminable agonía del Jalisco Park
Miércoles, agosto 31, 2016 |  Ernesto Santana Zaldívar	
LA HABANA, Cuba.- "Esta ha sido una de las pocas veces que una canción 
ha servido de verdad para transformar la sociedad", le dijo Silvio 
Rodríguez a Carlos Varela, dándole a su colega y discípulo más 
tratamiento de mago que de trovador, debido a que, según se dijo, el 
Jalisco Park fue resucitado a comienzos de los 90 por el éxito de 
aquella canción de Varela con el mismo nombre.
En esa pieza cuenta su autor que "así surgió aquel loco que primero 
nadie entendió / diciendo cosas raras…", refiriéndose a su maestro, por 
supuesto. Y no le faltaba razón en eso de "diciendo cosas raras", porque 
resulta muy extraña, por ejemplo, esa frase de Silvio asegurando que la 
canción Jalisco Park "ha servido de verdad para transformar la sociedad".
Debe haber sido una de esas ocurrencias de boy scout optimista que él 
mismo ni recordaría al día siguiente, y mucho menos unos años después, 
cuando esa "transformación de la sociedad", o sea, el parquecito de 
diversiones de 23 y 18 —emblema del domingo infantil en El Vedado—, 
retornara a la ruina, que parece haberse convertido en su condición natural.
Sin embargo, esa fue la primera feria de atracciones moderna en La 
Habana y en sus inicios contaba con diversos aparatos eléctricos y hasta 
con una casa de espejos. Construida primero en un terreno en 23 entre L 
y M —donde luego se levantó el Habana Hilton, hoy Habana Libre—, fue 
reinstalada después en su ubicación actual con igual nombre, cuando ya 
el esplendoroso Coney Island Park, en la playa de Marianao, la empezaba 
a opacar.
Ciertamente, "parque de diversiones" es un nombre muy grande, que hace 
pensar en un amplio espacio lleno de carros, tiendas, artefactos, 
carteles, con una parafernalia de inventos para distraer y hasta para 
aterrorizar, todo lo cual parece guardar muy poca relación con lo que 
hay en ese recodo de la avenida 23 actualmente.
El Jalisco Park es, en apariencia, un sitio tan pequeño y esquinado que 
se puede dudar de que mereciese alguna vez la denominación de parque de 
diversiones. Por lo menos así pensaría alguien que solo lo conociera 
desde hace veinte o treinta años, pero lo cierto es que, a pesar del 
Coney Island, hasta principios de los años 70, el Jalisco fue algo 
muchísimo más grande que el espacio que ocupaba.
Y, si una feria es de cierto modo una representación simbólica del 
mundo, este parque representa entonces bastante bien lo que es hoy 
nuestro país: un lugar en que aun a los niños les resulta difícil 
sentirse niños; donde lo poco que todavía funciona puede detenerse en 
cualquier momento y la precariedad es tal que un simple columpio vivo 
parece milagroso, donde no queda ninguna verdadera diversión y casi lo 
único que da vueltas son los visitantes, ceñudos.
Donde no hay invitación alguna a un viaje fantástico y donde, los que se 
atreven a entrar, esperan solo el momento de escapar, dejando atrás un 
lugar por el que parece que acaba de pasar una plaga espantosa o un 
ejército de bárbaros. Si un parque de atracciones es un sitio especial 
en el que no existe la Historia, entonces el Jalisco Park es 
precisamente lo contrario: un fruto perfecto de la Historia: el sube y 
baja de su agonía interminable es una alegoría lapidaria.
Los padres que aún acuden con sus niños se quejan de que los aparatos 
estén rotos siempre y de que incluso los que funcionan a veces deben ser 
ajustados cada unas pocas vueltas, demostrando el peligroso estado en 
que se hallan. "Los que manejan los aparatos son gente extraña", dice 
una madre y utiliza palabras que este reportero no se atreve a repetir 
por respeto a esos empleados. "Están trabajando aquí porque no tienen 
otro remedio y no pueden irse a ningún otro lugar".
"Yo traigo a mi chamaco nada más que a saltar en la casa rebotadora, y 
mira esto", se queja Manuel, un padre que va saliendo ya con su hijo, 
frustrado, porque no se atreve a dejarlo jugar dentro de ese artefacto 
medio desinflado y de costados inseguros.
Los tres vagoncitos que quedan en la Montaña Rusa parece que van a 
desprenderse en cualquier momento de sus frágiles vías. El operario saca 
una bolsa de herramientas y aprieta algunas tuercas. El de la Estrella 
advierte que el otro día una niña, "allá en lo alto", pudo abrir la 
portezuela de su compartimiento. Increíblemente, además, cuando en peor 
estado se encuentran los equipos es cuando más caros están.
De las dos cafeterías, mejor ni hablar. Un letrero que hay en la primera 
lo dice todo: "Recreatur hace realidad sus espectativas". Recreatur es 
la empresa que administra el —desolado— lugar, con ortografía y todo. Lo 
de menos es que, para hacer realidad nuestras "espectativas", primero 
tendría que escribir la palabra correctamente: expectativas. Pero lo 
mejor sería que pusieran el letrero al otro lado de la calle que hay 
detrás, sobre el muro del cementerio. Del otro cementerio.
"Aunque me dejen solo", cantaba Carlos Varela, "como al Jalisco Park".
Source: El cementerio de las diversiones | Cubanet - 
https://www.cubanet.org/actualidad-destacados/el-cementerio-de-las-diversiones/
No comments:
Post a Comment