La otra cara de la integración latinoamericana
ORLANDO FREIRE SANTANA | La Habana | 23 Mar 2015 - 11:13 am.
En tiempos de globalización, no hay nada censurable en los mecanismos de 
unión de los países de América Latina. Al menos a primera vista.
En años recientes hemos sido testigos del surgimiento de varios 
mecanismos de integración en América Latina. Al Mercosur, la Alianza del 
Pacífico, y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de las Américas 
(ALBA), entre otros, se sumaron la Unión de Naciones Suramericanas 
(UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). 
Este último, un controversial proyecto para unir a todas las naciones 
ubicadas al sur del río Bravo.
En momentos en que la era de la globalización hace que se vayan borrando 
gradualmente las fronteras nacionales en disímiles esferas de la vida 
social, y proliferan los bloques regionales como modo de actuación en un 
mundo interdependiente, nada tiene de censurable, a primera vista, que 
América Latina se integre, y así presente una posición común en 
determinados aspectos de las relaciones internacionales. Lo anterior es 
válido, incluso, para el caso de la CELAC, no obstante las diferencias 
políticas que anidan entre sus miembros.
Sin embargo, no es menos cierto que semejante acercamiento entre las 
naciones de nuestra región ha propiciado una especie de complicidad 
entre los gobiernos. Es decir, que ya los gobernantes latinoamericanos 
—al menos en sus declaraciones a la opinión pública— prefieren 
desentenderse de las malas prácticas de gobierno de sus colegas del 
área, como si de esa manera, al no incomodar a estos últimos, se 
estuviese fortaleciendo la unidad de nuestros pueblos. Asistimos, pues, 
a la cara "fea" de la integración latinoamericana.
Lo expresado, evidentemente, viene al caso a raíz de los sucesos en 
Venezuela. En repetidas ocasiones los líderes opositores de esa nación 
han lamentado el silencio cómplice de Latinoamérica ante la represión 
del gobierno de Nicolás Maduro. Una represión que ha llevado a la cárcel 
a prominentes figuras políticas como Leopoldo López y Antonio Ledezma, 
el alcalde de Caracas. Alguna voz tenía que levantarse para condenar 
esos desmanes. Mas, lamentablemente, ningún gobernante latinoamericano 
lo hizo.
Entonces, esa reacción necesaria provino de Estados Unidos y el 
Parlamento Europeo, quienes podían expresarse libremente al no estar 
atados por compromisos integracionistas con la Venezuela chavista. 
Porque, con independencia de la justeza o no de declarar a Venezuela 
como una amenaza a la seguridad nacional de su país, el presidente Obama 
supo interpretar el sentir de los amantes de la democracia ante los 
sucesos que tienen lugar en la patria de Bolívar.
Y si grave resultó el encarcelamiento de un hombre que fungía como 
alcalde de la mayor urbe del país gracias a la voluntad popular, no 
menos grave ha sido el reciente mensaje de Fidel Castro a Nicolás 
Maduro. El mensaje, enviado un día antes de que sesionara en Caracas una 
reunión del ALBA para concertar un frente común con vistas a la próxima 
Cumbre de las Américas en Panamá, expresa en una de sus partes: "Tan 
intolerable para el pueblo heroico de Venezuela es la violencia y el 
crimen que se cometió contra él que no puede olvidarse, y jamás admitirá 
un regreso al pasado vergonzoso de la época prerrevolucionaria".
Venezuela es, al menos en teoría, un país en el que aún subsisten 
ciertos cánones de la democracia representativa, donde se celebran 
elecciones multipartidistas, y en consecuencia pudiese sobrevenir un 
cambio político si algún partido opositor triunfa en los comicios 
generales. Entonces, ¿cómo entender que alguien —máxime tratándose de un 
extranjero— pueda afirmar categóricamente que allí jamás volverá el 
pasado? Se trata, sin dudas, de una injerencia desmedida en los asuntos 
internos de esa nación suramericana.
Claro, desconocemos si el contenido de lo tratado por Nicolás Maduro y 
los gobernantes cubanos durante las fugaces estancias habaneras del 
hombre fuerte de Caracas, le permite al mayor de los Castro pronunciarse 
en esos términos. ¿Será que Maduro, al igual que el ex dictador panameño 
Manuel Antonio Noriega, anularía una elección presidencial en caso de 
ser derrotado?  O, peor aún, ¿estaría dispuesto a incendiar el país 
antes que entregarle el poder a la oposición?
Sería conveniente que la CELAC, so pena de caer en el descrédito, tomara 
nota de un parecer que no debe ser olvidado: el oponerse a Washington no 
puede constituirse en una patente de corso que le permita a un 
gobernante destruir los pilares de la democracia.
Source: La otra cara de la integración latinoamericana | Diario de Cuba 
- http://www.diariodecuba.com/internacional/1427105595_13551.html
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