El Malecón: frontera de cemento
Mientras los cubanos puedan escapar no habrá revueltas. Mientras haya
una salida no se van a amotinar
viernes, agosto 8, 2014 | Miriam Celaya
LA HABANA, Cuba. — Casi nadie en Cuba recuerda el llamado Maleconazo.
Una indagación entre medio centenar de personas mayores de 40 años, me
permite corroborar cuán flaca es la memoria colectiva cubana y cuánto de
mito se encierra en un incidente que, más que el valor político que
pretende atribuírsele, no pasó de ser una explosión momentánea y efímera
motivada por la frustración de varias decenas de personas que pretendían
emigrar de la Isla, residentes de las zonas aledañas al Malecón, en el
segmento de esa avenida que discurre por el municipio Centro Habana .
Los disturbios apenas tuvieron un carácter puramente local, aunque se
les ha querido conferir mayor importancia y magnitud de la que realmente
portaban. Por eso, desde la distancia de dos décadas, la ocasión es
propicia para rememorar, despejando los mitos y las realidades de aquel
5 de agosto.
La Habana del verano de 1994
La sensación general era de agonía. La crisis económica eufemísticamente
bautizada por F. Castro como "período especial en tiempos de paz" se
había entronizado, imponiendo a los cubanos una vida de carencias
extremas. Los alimentos, ropas y calzado, transporte, medicinas, todos
los artículos de aseo e higiene y de limpieza escaseaban o habían
desaparecido, el comercio se extinguió, las tiendas exhibían sus
estantes y escaparates vacíos y solo la cartilla de racionamiento
lograba mantener en alguna medida la distribución reglamentaria de la
miseria general. Con el desplome económico por la pérdida de los
subsidios de Europa del Este, a nivel social cundieron la incertidumbre
y el desaliento; casi cada cubano tenía la voluntad y el pensamiento
fijos en dos objetivos esenciales: sobrevivir y/o emigrar. Parecía el
final del castrismo.
En ese ambiente de presión contenida cualquier chispa podía encender la
mecha, y el gobierno lo sabía. Se sucedían constantemente las salidas
ilegales por mar, en las que cualquier artefacto que flotara podía ser
el posible escape del infierno cubano. El verano siempre ha sido la
temporada más propicia para esas migraciones, y en especial el de 1994
marcó un hito migratorio que más tarde aprovechó Castro I para "abrir"
las compuertas de las salidas ilegales hacia EE.UU, exportando una vez
más los conflictos internos de Cuba a la Oficina Oval de la Casa Blanca,
una práctica que fue su estrategia favorita a fin de mantener vivas las
tensiones con el gobierno de ese país y alimentar el diferendo, columna
vertebral de su política exterior.
Visto en perspectiva, el Maleconazo fue, a la vez, un resultado directo
de la sucesión de intentos migratorios mediante el secuestro de lanchas
en la Bahía de La Habana, y el preludio de la Crisis de los Balseros,
pero no constituyó una manifestación antigubernamental propiamente
dicha, a pesar de que en el transcurso de las revueltas contra la
policía hubo gritos contra el gobierno.
Mitos y realidades
Existen varios factores que se deben tomar en cuenta al momento de
evaluar los sucesos. No resulta casual que los disturbios se produjeran
justamente en el litoral habanero, puesto que se trataba de individuos
cuya aspiración era emigrar, y solo eso. El Malecón simboliza para
muchos cubanos una frontera de cemento entre la miserable cárcel insular
y la libertad. De haberse tratado de un movimiento político, lo lógico
hubiese sido que los disturbios y protestas se hubiesen suscitado en la
Plaza Cívica, frente al Palacio de la Revolución, en el transcurso de
algún acto político, o en cualquier escenario público que representara
el poder gubernamental, que hubiesen habido reclamos de cambios
políticos, alguna plataforma o programa, demandas al gobierno, líderes o
comités organizadores de los actos, etc. No fue así.
Tampoco en los días posteriores a los disturbios se produjeron
"réplicas" ni motines relacionados con éstos, ni se suscitaron
manifestaciones callejeras. Por aquel entonces proliferaban los grafiti
antigubernamentales, pero no se puede asociar el Maleconazo a ningún
movimiento o partido opositor articulado en torno a una propuesta o con
un objetivo político. Se trató, ni más ni menos, de una revuelta
espontánea y acéfala protagonizada por sectores mayoritariamente muy
humildes o marginales, cuya máximo esfuerzo estaba encaminado a huir de
Cuba, no a emprender transformaciones políticas. Por tanto, pretender
ver en aquellos hechos un capítulo de la lucha de los cubanos en pos de
la democracia es falsear la realidad y magnificar un incidente que,
ciertamente, pudo haber tenido consecuencias más profundas si se hubiese
tratado al menos de un acto cívico consciente.
En resumen, el Maleconazo constituyó un hecho excepcional por varias
razones: 1.- Fue la mayor y más divulgada manifestación de descontento
popular desde 1959; 2.- Demostró el temor e inseguridad del gobierno
cuando éste hizo un despliegue desproporcionado y rotundo de sus cuerpos
represivos para sofocar la revuelta; 3.- Abrió el camino a la mayor
migración desde los sucesos del Mariel (1980), la Crisis de los Balseros.
Lo inusual del evento y las ansias de la población por que ocurriese
"algo" que apuntara a un posible cambio en medio de una realidad
angustiosa y misérrima, hizo que algunos medios de prensa, así como la
voz popular, hiperbolizaran los hechos, aportándoles ribetes casi
épicos. Lo cierto es que el régimen, sobresaltado por la súbita
explosión de rebeldía, aplicó un escarmiento y lanzó un mensaje claro y
fuerte al resto de los cubanos y al mundo: estaba dispuesto a aplastar
con todas sus fuerzas represivas cualquier desacato popular al mandato
verdeolivo. El pueblo asimiló la lección.
Los hechos
Durante los días anteriores al Maleconazo, grupos de personas,
fundamentalmente hombres, se habían estado concentrando a lo largo del
tramo del Malecón que se extiende entre la explanada del Castillo de La
Punta –en el Canal de la Bahía– y los alrededores de la calle Galiano,
Centro Habana, con la intención de abordar cualquier embarcación que
saliera con rumbo a la Florida.
Previamente habían salido cuatro lanchas, una de las cuales fue abordada
por personas que se lanzaron al mar justamente desde el muro del
Malecón. Las imágenes de una de estas fugas habían sido divulgadas por
el noticiero de TV, como una muestra del resultado de "las
provocaciones" del gobierno estadounidense en su intento de
desprestigiar a la revolución cubana y fomentar el caos social.
Para algunos cubanos, sin embargo, la visión de una embarcación de las
que habitualmente cubrían la ruta de pasajeros que une los pueblos de
Regla y Casablanca con La Habana Vieja, surcando el mar con rumbo Norte
atestada de cubanos que huían de la miseria, era un acicate. Alcanzarla
era una esperanza y una salida. Tal era el móvil de los que se
aglomeraban en el Malecón habanero aquel 5 de agosto.
Por otra parte, el gobierno temía cualquier situación que pudiera
derivarse de un tumulto espontáneo, debido a las duras condiciones de
vida que asfixiaban a los cubanos y al descontento general acumulado.
Las autoridades no iban a permitir que las cosas se salieran de control,
razón que explica la fuerte presencia policial en la zona y el
inevitable choque entre los amotinados y las fuerzas del orden, así como
la ulterior y desproporcionada exhibición de fuerza por parte del
gobierno, que movilizó tropas policiales antimotines, numerosos agentes
de la Seguridad del Estado vestidos de civil y los llamados Grupos de
Respuesta Rápida, formados tanto por agentes del MININT como por
trabajadores de los contingentes de la construcción –en su mayoría
naturales de la región oriental del país–, usualmente movilizados para
estos fines.
En cuestión de horas la revuelta fue sofocada, los rebeldes que pudieron
evadirse se dispersaron y los disturbios no se extendieron a otros
puntos de la ciudad, como erróneamente se ha divulgado por algunos
medios de prensa. Tampoco hubo saqueos a tiendas. Los daños más visibles
fueron los cristales rotos del lobby del Hotel Deauville, en la esquina
de Malecón y Galiano. El Maleconazo terminó tan abruptamente como había
comenzado, como esas olas que en las tormentas del invierno habanero
saltan sobre el célebre muro, solo para escurrirse nuevamente al mar
poco después.
Pasados 20 años
Desde la distancia de dos décadas, el Maleconazo es apenas una leyenda
urbana. Símbolo del descontento popular ante una situación de miseria
extrema, el gobierno lo calificó como una instigación imperialista,
mientras algunos sectores disidentes lo han querido ver como un
movimiento de oposición al gobierno. En realidad no fue ni lo uno ni lo
otro. El Maleconazo fue una expresión espontánea y violenta de una
multitud deseosa de huir, de individuos que querían cambiar sus vidas,
no los destinos del país. Cualquier otra interpretación de los hechos,
es pura fábula.
Hoy por hoy la pobreza continúa. De hecho, la economía sigue en
bancarrota y el futuro continúa siendo tan incierto como entonces. ¿Por
qué, pues, no se produce un Maleconazo?, ¿acaso no existe en la
actualidad una sociedad civil emergente, partidos de oposición,
periodismo independiente y decenas de grupos de activistas disidentes?,
¿acaso no existen las condiciones para que se produzca una revuelta
popular o una manifestación consciente y bien estructurada que exija
derechos y mejores condiciones de vida para los cubanos?
Para responder esto sería necesario comprender tanto la naturaleza del
régimen como la idiosincrasia de los cubanos. El gobierno no dudará en
aplicar la represión contra cualquier manifestación de protesta. Pocos
cubanos están dispuestos a correr riesgos, en especial cuando creen que
se acerca el final de la dictadura.
Por otra parte, mientras haya una salida posible las multitudes no se
van a amotinar. Mientras perciban una vía de escape a la asfixiante
situación socioeconómica, no habrá revueltas ni protestas. Los cubanos
siempre han preferido vadear las aguas revueltas antes que agarrar el
toro por los cuernos. Tal es nuestra realidad.
Por demás, actualmente muchos cubanos cuentan con alternativas que les
permiten paliar en alguna medida sus miserias: las remesas de los
familiares que han logrado emigrar, las migajas que se salvan de la
depredación gubernamental, las magras ganancias derivadas de las
"reformas raulistas" y las mil y una formas de sobrevivencia ilegal que
existen en Cuba. Otras esperanzas se cimentan en la reforma migratoria
de enero de 2013, que eliminó casi por completo el permiso de salida y
abre un cauce migratorio que permite incluso el regreso; y –sobre todo–
el tiempo, que avanza inexorable y crea la ilusión de que, cuando
finalmente fenezca la generación octogenaria que gobierna la Isla, todo
el sistema se irá por la alcantarilla y entonces será el momento para
comenzar a vivir nuevamente. Solo hay que esperar "otro poquito".
Triste, pero cierta la realidad de una Nación, que parece mirar como
actos heroicos, lo mismo la derrota que fue Baraguá que la fuga
frustrada del Maleconazo en un ardiente día de agosto.
Source: El Malecón: frontera de cemento | Cubanet -
http://www.cubanet.org/opiniones/el-malecon-frontera-de-cemento/
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