Almacenes de viejos
ORLANDO PALMA, La Habana | Agosto 11, 2014
"Muy pronto los mejores negocios en Cuba serán la basura y los viejos",
espeta sin ruborizarse la propietaria de un asilo de ancianos. Locales
como el suyo no están reconocidos del todo por la ley, pero han surgido
ante la demanda de un pueblo cada vez más envejecido.
Se estima que en una década la población cubana mayor de 60 años habrá
sobrepasado el 26% del total. Los requerimientos de esos millones de
personas de la tercera edad se harán sentir sobre la Salud Pública, la
seguridad social y la red de hogares de ancianos con que cuenta el país.
A lo largo de la Isla sólo hay 126 asilos con menos de 10.000
capacidades, una cifra que resulta ridícula para las exigencias que van
en aumento. En cuanto a médicos especializados, el país cuenta con menos
de 150 geriatras.
Los problemas habitacionales van forzando a un número mayor de familias
a encargar el cuidado de los abuelos a las instituciones estatales o
religiosas. Eso, unido a las dificultades económicas y las bajas
pensiones, hacen que el cuidado de un anciano se vuelva cada vez más
complicado para sus parientes.
"Mi padre de casi 90 años se enfermó", cuenta Cary, una emprendedora que
ofrece sus servicios como cuidadora de ancianos. "No quería mandarlo
para un asilo, así que tuve que dedicarme a él a tiempo completo.
Entonces se me ocurrió que podía ocuparme también de otros viejitos". La
mujer tiene un próspero negocio, donde ofrece a los clientes "desayuno,
almuerzo, comida y también meriendas".
El asilo de Cary se anuncia por Internet, cuesta como mínimo 70 CUC al
mes y su dueña asegura que "aquí a los ancianos les hacemos peluquería,
barbería, pedicura; incluso pueden permanecer de lunes a viernes.
Tratamos a los clientes con cariño y familiaridad". Ningún cartel da la
bienvenida al afable asilo y, si algún interesado llama por teléfono
para preguntar detalles, se le responde con cautela. Los potenciales
usuarios deben venir recomendados o ser amigos de algún amigo.
En el listado de profesiones por cuenta propia se incluye "cuidador de
enfermos, personas con discapacidad y ancianos", pero la licencia sólo
permite la atención, sin otras prestaciones. Cary debería sacar varios
permisos adicionales, como el de expendedor de alimento –para que los
ancianos puedan comer en su casa– y uno de renta de habitación que le
autorice a que los clientes pernocten bajo su techo. El pago de esas
tres licencias haría incosteable su ocupación. Ya ha tenido problemas
con la policía y ahora debe decirle a los vecinos que está cuidando "a
unos hermanos y primos" de su padre.
A pesar de los altos precios, estas iniciativas tienen mucha demanda,
debido a las pocas capacidades de los asilos estatales y el deterioro de
sus instalaciones. El acceso a los sitios oficiales tampoco es fácil. Se
necesita acudir al médico de la familia, quien remitirá el caso a un
trabajador social. El dictamen puede tardar años, aunque algunos lo
aceleran pagando un "estímulo" para que el papeleo esté en tiempo
récord. Después hay que esperar que haya un espacio disponible en algún
local del municipio o la provincia.
Los asilos de ancianos tocaron fondo durante la crisis económica de los
años 90. La situación llegó a tal punto de deterioro que el Estado se
vio obligado a delegar parte del cuidado y las labores higiénicas a la
Iglesia católica. Muchos de los hogares de ancianos son atendidos casi
por completo por congregaciones religiosas, como las Siervas de los
Hermanos Desamparados, las Hijas de la Caridad, las Siervas de San José
y los Hermanos de San Juan de Dios. Gracias a esa colaboración se ha
evitado el colapso, aunque apenas se han construido y habilitado nuevo
sitios.
Los trabajadores por cuenta propia han comenzado a tomar posición en ese
sector: casas particulares que se reestructuran para cobijar una cama de
hospital, puertas que se ensanchan para que pasen sin dificultad las
sillas de ruedas, y baños a los que se le agregan accesorios de apoyo
para personas mayores. Todo eso con mucha discreción, sin que desde el
exterior de la vivienda se pueda notar que se ha ido convirtiendo en un
asilo privado.
"La mayoría de los casos que atendemos viene desde lejos", explica
Angélica, una enfermera retirada que ha abierto su propio hogar de
ancianos. Tiene precios competitivos, que rondan los 60 CUC e incluyen
servicios clínicos y fisioterapia, ejercicios físicos y hasta
excursiones los sábados laborables.
La responsabilidad es grande, pues los parientes de los ancianos son muy
exigentes, dado el alto precio que pagan. La mayoría son personas que
tienen un hijo emigrado que costea desde lejos los cuidados del padre o
la madre. "A veces me hacen exigencias de primer mundo, como tener una
cama eléctrica o poner cámaras en las habitaciones para monitorear lo
que hacen los viejitos a todas horas", se queja Angélica.
"He tenido que acompañar en su último momento a algunos de mis
clientes", cuenta la señora, quien a pesar de estar también en la
tercera edad se muestra ágil y fuerte. "No lo puedo escribir en la
publicidad, pero ofrezco también el servicio de estar con el anciano
durante su agonía, tomarle la mano, leerle y hablarle para que no se
sienta sólo en el momento de morir".
"Si mis hijos siguen con el negocio, pronto seré una cliente de mi
propio hogar de ancianos", refiere con cierta alegría. Suena una campana
y, mientras se aleja para dar de comer a una nonagenaria sentada ante el
televisor, Ángelica reflexiona en voz alta: "A mí que nadie me mande
para uno de esos ´almacenes de viejos´ que tiene el Estado, yo quiero
quedarme aquí".
Source: Almacenes de viejos -
http://www.14ymedio.com/reportajes/ancianos_0_1612638721.html
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