Publicado el miércoles, 08.14.13
Una apuesta por las grandes esperanzas
VICENTE ECHERRI
Fidel Castro (a quien el Señor confunda) acaba de cumplir 87 años, una
edad a la que, por confesión propia, él no esperaba haber llegado cuando
se enfermó gravemente en 2006 y tuvo que abandonar el ejercicio del
poder (no el poder mismo, que un autarca sólo abandona con la muerte,
sino los deberes cotidianos que éste impone). Lo cierto es que sigue
vivo, en contra de sus expectativas y las de casi todo el mundo,
intentando animar desde la sombra, como una especie de fuelle
subterráneo, ese "orden" que él mismo inaugurara hace más de medio siglo
y que ha ido decrepitando al igual que su propio líder. Raúl Castro,
como factótum de su hermano, ejerce la tiranía por delegación. Por muy
real que sea su mandato y por muy en serio que quieran tomarlo, sobre él
se cierne la sombra del otro y así será mientras ese otro viva.
Como el fin del castrismo es previsible cuando estos viejos falten
–aunque eso tome otro decenio, no nos impacientemos–, los temas de
apertura, cambios, reformas, sucesión, regreso a la democracia, etc.
(que nunca han faltado en el discurso del exilio y que desde hace años
son de una obsesiva recurrencia, naturalmente, entre los líderes y
portavoces de la oposición interna) han cobrado de nuevo pertinencia.
Para algunos, ya estamos viviendo la transición y casi todos coinciden
en la necesidad de articular una estrategia que no deje enteramente las
iniciativas en las manos de los herederos del régimen.
Hasta ese punto parecen llegar las coincidencias. En qué consisten esas
iniciativas y en la manera de enunciarlas y ponerlas en práctica hay
mucho menos consenso, con todo un abanico de posiciones que van desde la
tradicional remoción del régimen, sin compromisos, hasta el abierto
colaboracionismo. Unos tienen tanta fe –en la Providencia o en la
decisiva acción de fuerzas externas– que creen que basta con esperar, de
la misma manera que algunos judíos aún creen en la llegada del Mesías,
para que el totalitarismo desaparezca y tengamos en su lugar una
democracia honrada, próspera y eficiente. Los que se encuentran en el
otro extremo tienen tan poca fe que postulan una sumisa connivencia bajo
el pomposo nombre de "oposición leal" (confundiendo la barraca castrista
con el Parlamento británico) para tener alguna oportunidad de influir,
aunque sea débilmente, en los cambios. Entre estos últimos no faltan los
que afirman que alguna forma de socialismo es factible y hasta deseable
y de que Cuba, en lugar de regresar al capitalismo (lo cual sería
anatema) podría salir del pantano sin renunciar a algunas "conquistas"
de la revolución y conservar, de esta manera, una suerte de
excepcionalidad política.
No veo yo por qué si el modelo natural de transición para los cubanos es
el que tuvo lugar –con todas las diferencias que quieran apuntarse– en
Europa del este hace casi un cuarto de siglo, tengamos que esperar vías
muy distintas o aspirar a ellas. El único ingrediente que nos diferencia
de los países del Pacto de Varsovia es el del caudillismo, que nos
emparenta con la España de Franco, pero éste terminará, casi
seguramente, con la vida de estos hermanos, sustituidos en su momento
por cuadros del partido comunista, civiles o militares, que tendrán que
plantearse la tarea de desmontar un sistema inviable. En casi todas
partes, los comunistas han sido los sepultureros del comunismo, no veo
por qué han de tener otro papel en Cuba.
Pese a los empeños del castrismo de asociarse a ese engendro chavista
que es el llamado socialismo del siglo XXI, el fracasado experimento
cubano pertenece enteramente a la dinámica del siglo XX, mucho más
cercano a Corea del Norte que a Venezuela o a Bolivia, anquilosado en el
modelo clásico de los regímenes marxista-leninistas, no obstante algunas
aperturas o reformas que podemos tachar de superficiales sin pecar por
ello de fanáticos.
Es pertinente, me parece a mí, que se articule un estado de opinión
–entre cubanos de dentro y fuera– que condene a la tiranía y le cierre
las puertas del porvenir, y esto pasa por negarle todo asomo de
legitimidad (de origen y de destino). La apuesta política debe ser, en
mi opinión, activa y radical, sin caer en la tentación de la inercia que
genera el escepticismo y la pereza ciudadana ni en el facilismo de las
soluciones a corto plazo que pasan por la lamentable complicidad. Las
grandes esperanzas están a mediano y a largo plazo, no debemos permitir
que nos las enturbien las pequeñas.
Source: "VICENTE ECHERRI: Una apuesta por las grandes esperanzas -
Opinión - ElNuevoHerald.com" -
http://www.elnuevoherald.com/2013/08/14/1543986/vicente-echerri-una-apuesta-por.html
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