El capital perverso
Miriam Celaya
La Habana 08-07-2011 - 11:02 am.
El pensamiento oficial distingue entre inversiones bienvenidas e
inversiones demonizadas, como las del exilio.
La entrevista concedida por el empresario cubanoamericano Carlos
Saladrigas a Orlando Márquez, director de la revista Palabra Nueva del
arzobispado cubano, recientemente publicada, ha provocado numerosas
reacciones en espacios de ambas orillas —Cuba y La Florida—, aunque, por
supuesto, los medios oficiales de la Isla no han mencionado siquiera el
asunto.
Como es de esperar cuando de propuestas de reconciliación y de
inversiones que implican el capital de cubanos emigrados se trata, se
proyectan las radicalizaciones cargadas de dinamita, prestas a volar los
puentes o a colocar los obstáculos; y también asoman las opiniones
conciliadoras que tratan de encontrar un punto medio, un equilibrio
pacífico entre los ofrecimientos y las opiniones de las partes en
debate. Sin embargo, estas mediaciones suelen ser demasiado tímidas
—como es el caso— cuando se producen desde el interior de Cuba. Por lo
que se quedan congeladas en un punto medio entre el problema y las
posibles soluciones.
Los trabajos que me sirven aquí de referencia, además de la mencionada
entrevista del señor Saladrigas, —cuyas propuestas considero muy
atractivas—, son el artículo de Vicente P. Escobal, "Señor Saladrigas:
no cuente conmigo"; el debate entre Jesús Arboleya Cervera y Ramón de la
Cruz Ochoa, divulgado por Espacio Laical, y el artículo de Leinier
González Mederos, "Saladrigas, Arboleya y el debate sobre el futuro de
Cuba", también publicado allí. Todos los textos consultados constituyen
un botón de muestra de lo complejo y necesario que resulta el tema sobre
la actualidad cubana, la reconciliación y el papel de los diferentes
actores sociales en el futuro de la nación, así como del cisma creado
por las crispaciones que ha alentado durante más de 50 años el gobierno
de la Isla.
Vicente P. Escobal, en su personal interpretación de la propuesta,
reprocha a Saladrigas el proyecto de reconciliación entre cubanos por
considerarlo una petición de perdón al gobierno cubano, y concluye: "Si
a lo que se aspira es a 'perfeccionar' el comunismo, a entregarles a
los verdugos del pueblo cubano una declaración de 'perdón y olvido' y
traicionar la memoria de nuestros entrañables mártires entonces, señor
Saladrigas, no cuente conmigo".
Por su parte, Jesús Arboleya, analista político relacionado con el
Ministerio del Interior cubano y con el sector académico oficialista,
ataca la propuesta de Saladrigas debido a que no le resulta muy
convincente "su apreciación sobre las virtudes del mercado"; no solo
porque no armonizan con la aspiración y vocación socialista que él —en
virtud de unas caprichosas y desconocidas estadísticas— considera
generalizadas en el pueblo cubano, sino porque "De hecho, el mundo anda
revuelto por culpa del mercado, las ideas del socialismo nunca antes han
tenido más vigencia en América Latina y hasta en Estados Unidos ha sido
necesaria la intervención del Estado, para resolver los entuertos
generados por el neoliberalismo".
En cuanto a Leinier González, habrá que agradecerle el espíritu
conciliador que lo anima —algo siempre oportuno cuando de dirimir
tensiones se trata—, y algunos apuntes objetivos acerca de la realidad
cubana actual, aunque a veces su enfoque resulte un tanto soñador y no
del todo apegado a las condiciones de Cuba, y pese a que también se haya
sentido obligado a lanzar algún que otro dardo de seda contra la
disidencia, cuando afirma: "me atrevo a afirmar que no ha existido un
esfuerzo intelectual desde el campo opositor cubano (ni dentro ni fuera
del país) que haya logrado igualar, en calidad y alcance, a la narrativa
defendida por Jesús Arboleya". Como si los intelectuales cubanos que se
oponen al gobierno dentro de la Isla contaran con iguales posibilidades
editoriales que ese señor, o como si los muchos académicos de la
emigración no contaran con una sólida obra publicada fuera de Cuba.
Ingenuidad, temor, ignorancia u oportunismo, son motivaciones que más de
una vez han empañado las mejores intenciones de los foros; por lo que
prefiero atribuir este pequeño despiste de Leinier González al
apresuramiento que lo impulsaba en el momento de participar en un debate
demasiado importante como para detenerse en naderías de esta naturaleza.
Sin embargo, mi intención no es ahora analizar el siempre candente tema
del diálogo entre cubanos, ni las evidentes ventajas o supuestas
desventajas de las inversiones de empresarios cubanoamericanos en la
Isla, sino insistir en las agudas contradicciones que saltan de los
presupuestos oficialistas, incluyendo los argumentos del brillante
analista Jesús Arboleya.
Y es que cuando se demonizan tanto las relaciones de mercado que darían
al traste con un socialismo en definitiva inexistente en Cuba, los
defensores del sistema olvidan hacer alguna propuesta que nos informe de
cómo pueden alcanzarse la prosperidad y el desarrollo al margen del mercado.
A la vez, la amnesia selectiva de pensadores como Arboleya omite la
existencia de una fuerte burguesía en Cuba, representada por los
sectores vinculados efectivamente al capital extranjero y fuertemente
relacionada con los estratos del poder. El mismo mal de la memoria no le
permite al analista incluir en la categoría de "peligroso" el capital
extranjero procedente de las inversiones de empresarios españoles,
franceses, brasileños y hasta del gobierno chino, entre otros, que
operan desde tiempo atrás en nuestro territorio y de las que solo sacan
ventajas el gobierno cubano, su estrecho círculo afincado en sólidos
intereses y sus socios foráneos.
¿Acaso no se trata esto de la demoníaca "concentración de capitales"?
¿Acaso la combinación de capital y poder absoluto no constituyen el peor
engendro logrado por el llamado "socialismo"?
Sin dudas, los dólares de los cubanoamericanos son el "capital
perverso", aunque en la actualidad constituyan una de las mayores
fuentes de ingreso de divisas a la Isla y el sostén de decenas de miles
de familias cubanas. Los dólares de los cubanoamericanos y no el
"socialismo" han logrado la supervivencia y hasta el bienestar económico
de sus familiares de la Isla.
Bien saben el señor Arboleya y la cúpula de poder a la cual él sirve,
que las propuestas de Carlos Saladrigas no solo contribuyen a legitimar
una fuente de prosperidad esencialmente cubana que se convertiría en un
peligroso inicio de autonomía de muchos individuos dentro del país, sino
que, eventualmente, impulsaría el crecimiento de espacios independientes
de la sociedad civil. El capital de los empresarios cubanos de La
Florida y no simplemente el mercado, resultaría, al final de tanta
deriva, el vehículo de esa "perversión" mayúscula conocida como Libertad.
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