Simón Alberto Consalvi
Lunes, 2 de mayo de 2011
El tiempo ha pasado y ya nada volverá a ser igual. Como un epitafio,
Fidel envió unas pocas palabras: "Que hagan las reformas necesarias". No
más. Ahora todo el peso de la revolución está en manos de Raúl, el general
El tiempo pasa, y los relojes no se detienen. El reloj de sol y el reloj
de piedra lo miden de manera fatal. Nadie escapa al paso del tiempo. Es
el gran test de la historia. No hay mejor ejemplo de estos avatares que
la Revolución Cubana. Al cabo de medio siglo, y después de 14 años de
incertidumbre, acaba de celebrarse el VI Congreso del Partido Comunista,
dos décadas después del derrumbe de la URSS. Ya Fidel no está, apareció
por unos momentos ante la gigantesca asamblea, pero no habló. Para un
líder de su carisma y personalidad, que durante 50 años marcó el rumbo
de manera infatigable, no decir palabra en un momento de tan
significativas implicaciones históricas equivalía a decir muchas
palabras. Probablemente, Fidel se las dijo para él solo. Si fueron
atractivos sus prolongados discursos de orador aluvional, no menos lo es
ahora el silencio. Es otro lenguaje, pero lenguaje al fin.
Por la mente del líder debieron desfilar las grandes jornadas de las
cuales fue protagonista. Cuando era joven o cuando pensaba que el tiempo
no pasaría, como en las novelas de Proust. Pues, no.
El tiempo ha pasado y ya nada volverá a ser igual. Como un epitafio,
envió unas pocas palabras: "Que hagan las reformas necesarias". No más.
Ahora todo el peso de la revolución está en manos de Raúl, el general.
No son manos inexpertas. Comandó un ejército que calentó los tiempos de
la Guerra Fría, combatió y triunfó en África en conflictos que no
debieron ocurrir porque si no eran ajenos a la suerte de los pueblos, en
ellos se libró el duelo de las zonas de influencia.
Ahora Raúl es el Presidente de Cuba y primer secretario del Partido
Comunista. Es el Presidente de la transición, y de esto nadie debe
abrigar dudas. No quiere esto decir que el general se desligue de la
religión socialista. Tampoco hay por qué suponerlo. No obstante, oír su
intervención, su referencia irónica a los dogmas, su feroz crítica y
autocrítica al sistema y a la burocracia creada por el sistema, indica
que comprende la dimensión del desafío que el destino puso en sus manos.
Quizás habría preferido que la ocasión le llagara un poco antes.
Paralelamente, Raúl comprende el apremio de los cambios, y también el
asunto ese de los relojes. El general ha hablado sin metáforas: O
rectificamos o nos hundimos. O inventamos o erramos, suena a Simón
Rodríguez.
Qué bueno sería que el socialismo permitiera inventar fórmulas que lo
sustenten y lo prolonguen en el tiempo. Pero estas fórmulas mágicas no
existen. De ahí que Castro haya dicho ante el VI Congreso: "O
rectificamos o ya se acabó el tiempo de seguir bordeando el precipicio,
nos hundimos, y hundiremos el esfuerzo de generaciones enteras". Aquí
está el gran dilema. ¿Hay, acaso, caminos alternos que permitan alejarse
del precipicio, o sea, del hambre y la necesidad? Ciertamente, los hay,
y el ejemplo no lo da la antigua metrópoli, la gran Rusia, sino la
República Popular China.
Como el clamor de cambios y reformas cruza la isla de un extremo al
otro, Raúl Castro consideró necesario advertir que no sería el
sepulturero. Aunque no se trate de esto, dijo: "A mí no me eligieron
Presidente para restaurar el capitalismo en Cuba, ni para entregar la
revolución. Fui elegido para defender, mantener y continuar
perfeccionando el socialismo, no para destruirlo". No podía hablar en
otros términos, y no se puede hablar de destruir el socialismo, pero sí
de democratizarlo, y, sobre todo, de excomulgar a los dogmáticos.
Conviene leer con pausa el documento "Lineamientos de la política
económica y social".
Aunque discretas, las reformas serán irreversibles e indetenibles, como
dijo el novelista de Dulces guerreros cubanos. Con la bendición
apostólica del VI Congreso, junto a nombres históricos, figuran los de
líderes nuevos que probablemente tengan una visión del mundo más
contemporánea, capaz de avanzar en los cambios sin renegar
necesariamente de las ideas socialistas. El postulado dramático de que
"o rectificamos o nos hundimos" no deja dudas de que el Gobierno y la
revolución de Cuba acometerán cambios de fondo.
El VI Congreso del PCC aprobó una moción presentada por el general
Castro, según la cual ningún funcionario de las altas jerarquías del
Estado podrá permanecer en el poder por más de diez años. Raúl habla
desde el fondo de una experiencia de medio siglo. Además de que el
tiempo pasa, mientras pasa va oxidando y carcomiendo, y no hay ni puede
haber confesión más patética que esa de ciertos personajes que se
proclaman gendarmes necesarios: "Sin mí la historia no existe", "el
proceso fracasa si yo no estoy en el comando".
Si un movimiento político, revolución o contrarrevolución, depende de un
solo hombre, puede ser una tribu o una cofradía, como la de Sai Baba en
la India, pero no un instrumento de reformas y cambios sociales. Esta
anticuada concepción de la política no es más que la mascarilla tras la
cual se oculta el personalismo reaccionario de todas las épocas. Cuba,
tiempo al tiempo.
http://www.analitica.com/va/internacionales/opinion/7582796.asp
No comments:
Post a Comment