El ex presidente reaparece cuatro años después de su retirada, se
declara "totalmente recuperado" y elude hablar de política interna cubana
MAURICIO VICENT 08/08/2010
Cuatro años después de su último discurso público, Fidel Castro ha
vuelto al Parlamento cubano. Todo un símbolo. Lo ha hecho enfundado en
una guerrera verde olivo, arropado por la plana mayor del Gobierno y
junto a su hermano, el presidente Raúl Castro, y tras declararse él
mismo "totalmente recuperado" de la grave enfermedad que le obligó a
ceder sus cargos de gobierno el 31 de julio de 2006. Castro, que
cumplirá 84 años el próximo 13 de agosto, llevaba un mes de constantes
apariciones públicas y ante la Asamblea Nacional ejerció de gran
oráculo: disparando por elevación, aseguró que el mundo está al borde de
una guerra nuclear debido a la agresividad del "imperio" contra Irán; se
desdijo de su reciente predicción de que la hecatombe ocurriría este
mismo verano -"todavía hay esperanzas de salvarnos", dijo- y señaló a
Barack Obama como único responsable de lo que pueda suceder.
Ni una palabra de la situación interna de Cuba. Fue hora y media de
Castro en estado puro.
La iniciativa de convocar una "sesión extraordinaria" del Parlamento se
debió al propio ex mandatario, que sigue siendo diputado y primer
secretario del Partido Comunista de Cuba. El tema de debate, desde
luego, fue el que él mismo puso en agenda desde que cayó enfermo y
comenzó su rehabilitación, a saber, la proximidad del Apocalipsis si la
humanidad sigue destruyendo el medio ambiente y el mundo se deja llevar
por la "política guerrerista" de Estados Unidos.
Específicamente, esta reunión era para "reflexionar" sobre la
posibilidad de una guerra nuclear en Oriente Próximo y emplazar
públicamente a la cordura al presidente norteamericano, cuyo origen
mestizo -"descendiente de negro y blanco, de mahometano y cristiano",
opinó- puede hacerle sensible a los ruegos internacionales.
Nada más comenzar, una diputada le preguntó: "¿Será capaz Obama de dar
la orden de una guerra nuclear para ocultar el fracaso del
imperialismo?". La respuesta de Castro, después de un largo silencio,
fue: "No, si le persuadimos". A la lacónica frase le siguió una ovación
prolongada. Después, otro parlamentario le preguntó si Obama sería capaz
de convencer a Israel para que rebaje las tensiones. "No", contestó,
todavía más breve, y otra ovación al canto. Esa fue la tónica general de
la reunión, cuyo principal objetivo no fue otro que escuchar a Castro,
homenajearle y felicitarle por su recuperación después de cuatro años de
ausencia y en vísperas su 84 aniversario.
Como se esperaba, ni una palabra de política interna, ni de las reformas
que anunció Raúl Castro en la última sesión "ordinaria" del Parlamento,
el 1 de agosto, ni tampoco comentarios sobre el actual proceso de
excarcelación de un grupo de 52 presos políticos, como resultado de un
acuerdo con la Iglesia católica.
Si en Cuba los símbolos son importantes, y lo son, quedaron claras
varias cosas: Fidel Castro iba de verde olivo, es cierto, pero también
lo es que no llevaba sus galones de "comandante en jefe". Se demostró
también que Fidel tiene su "agenda internacional" propia, y que en ella,
junto a los consabidos asuntos apocalípticos, va a estar siempre EE UU,
y que su condición natural es ser látigo del "imperialismo".
En recientes intervenciones el líder comunista dejó entrever que, entre
sus tareas futuras, estará liderar la lucha por lograr el regreso a la
isla de cinco agentes cubanos condenados hace 12 años en EE UU por
infiltrarse en los grupos anticastristas violentos y espiar a favor de
Cuba. Castro sí toco este tema en la reunión del Parlamento, en momentos
en que se habla de posibles conversaciones secretas para gestionar un
canje de los cinco agentes por un ciudadano norteamericano detenido en
la isla hace meses, acusado por La Habana de repartir ordenadores y
teléfonos satelitales entre miembros de la oposición. El ex mandatario
llegó a decir recientemente que los presos cubanos podrían ser liberados
por EE UU antes de fin de año.
El regreso de Fidel Castro al Parlamento, cuatro años después de ceder
todos sus cargos, es el colofón de un mes de intensa actividad. Su
primera reaparición pública fue el 7 de julio, cuando visitó el Centro
Nacional de Investigaciones Científicas. Ese día abandonó el chándal
deportivo que usó desde el comienzo de su enfermedad, sustituyéndolo por
una camisa a cuadros. Aquella aparición, conocida días después, tuvo un
efecto mediático considerable y fue un primer tanteo. Para muchos, no
fue casual que coincidiera con la reunión que ese mismo día sostuvo en
La Habana Raúl Castro con el cardenal Jaime Ortega y el canciller
español, Miguel Ángel Moratinos. Tras dicho encuentro, el Gobierno
anunció su decisión de excarcelar a 52 presos políticos y permitir su
salida de la isla en un plazo de cuatro meses.
Algunos interpretaron la reaparición de Fidel como una medida de
respaldo hacia Raúl; otros lo vieron como una señal de contradicciones
en la cúpula de poder, mientras que la mayoría de los cubanos
simplemente se fijó en que el comandante estaba rozagante y lúcido; se
desprendía de ello una "tentación de regreso", según un veterano analista.
En los días siguientes no paró. Visitó el Centro de Estudios de la
Economía Mundial, donde expuso su tesis de que el estallido de la guerra
nuclear era inminente, reapareció en un programa de televisión para
abordar el mismo tema; se vio con intelectuales, con jóvenes comunistas,
con un centenar de embajadores cubanos en la sede de la cancillería... y
así hasta que, en vísperas de la conmemoración del último aniversario
del asalto al Cuartel Moncada, se enfundó una camisa verde olivo, la de
sus "mil batallas", se apresuró a recordar la prensa oficial.
Ayer, sin embargo, se puso en evidencia que el reparto de papeles está
muy definido. Raúl, con guayabera blanca, acompañó a su hermano en el
Parlamento, pero no interfirió en su discurso. De igual modo que Fidel
no apareció en la reunión en que Raúl anunció la reducción del papel del
Estado como empleador y la ampliación del trabajo por cuenta propia, así
como mayores márgenes para la iniciativa privada y la autorización para
contratar mano de obra asalariada. Unas reformas de cuyo éxito o fracaso
depende, según todos los analistas, el futuro de la revolución.
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