Entre Pekín y Pyongyang
By ALEJANDRO ARMENGOL
Hay una brecha entre la Cuba del ciudadano de a pie y la Cuba de
permanencia, estabilidad y desarrollo, la visión que a los ojos del
mundo intenta ofrecer el gobierno cubano. De su ensanchamiento o
disminución depende el fracaso o el triunfo de Raúl Castro.
Confundir ese fracaso o triunfo con la caída del régimen es un error que
se repite en Miami sin cesar. No es la búsqueda de mayor democracia lo
que está en juego en La Habana, sino el intento de encaminar al país en
una estructura económica más eficiente, dentro de un sistema
totalitario, con un gobierno que funcione a esos fines. De lo que se
trata es de superar la etapa en que el líder supremo determinaba tanto
la participación en un conflicto bélico como un nuevo sabor de helado.
Esta posibilidad, con la recuperación de Fidel Castro, parece estar más
en duda que hace unos meses atrás.
Ahora el país se arrastra entre la necesidad de que se multipliquen
supermercados, viviendas y empleos, y el miedo a que todo esto sea
imposible de alcanzar sin una sacudida que ponga en peligro o disminuya
notablemente el alcance de los centros de poder tradicionales. Hasta
ahora, las respuestas en favor de transformaciones han sido
descorazonadoras. El avance económico y las posibilidades de empleo
sustituidas en buena medida por la promesa de la vuelta al timbiriche.
Rodeando la indecisión entre la permanencia y el cambio, el peligro del
caos.
Cuba ha logrado con éxito vender su estabilidad, por encima de cualquier
esperanza de mayor libertad para sus ciudadanos. Las apariencias de
estabilidad, sin embargo, no deben hacer olvidar al gobierno cubano que
--en casi todas las naciones que han enfrentado una situación similar--
lo que ha resultado determinante, a la hora de definir el destino de un
modelo socialista, es la capacidad para lograr que se multipliquen no
mil escuelas de pensamiento sino centenares de supermercados y tiendas.
De esta manera, hay dos opciones, que no necesariamente tienen que tomar
en consideración un ideal democrático. El mantenimiento de un poder
férreo y obsoleto, que sobrevive por la capacidad de maniobrar frente a
las coyunturas internacionales y que en buena medida se sustenta en la
represión y el aniquilamiento de la voluntad individual, o el desarrollo
de una sociedad que avanza en lo económico y en la satisfacción de las
necesidades materiales de la población, sobre la base de una
discriminación económica y social creciente, y a la vez conserva el
monopolio político clásico del totalitarismo.
Esta disyuntiva, que abre un camino paralelo a las esperanzas de
adopción de cualquiera de las alternativas democráticas existentes en
Occidente, no es ajena a la realidad cubana.
Poco a poco ha surgido en Cuba la necesidad de decidir un camino entre
la China de hoy, de cara al futuro, y la Corea del Norte aferrada al
ayer. Por supuesto que ambas vías arrojan por la borda cualquier ilusión
democrática, pero no por ello son cada vez más reales ante la aceptación
--con disimulado júbilo o a regañadientes-- de que la transformación
política en la isla es a largo plazo.
Pero si Raúl Castro había podido hasta ahora limitar las definiciones
ideológicas al mantenimiento del status quo, utilizaba en sus discursos
mediante el argumento de la ``legitimidad de origen'' (el triunfo
durante la insurrección del Movimiento 26 de Julio) para esquivar con
éxito que su mandato comenzara a ser analizado de acuerdo con la
``legitimidad de ejercicio'', le será más difícil mantener esa actitud a
partir de que Fidel Castro ha comenzado a imponer una mayor presencia
cotidiana en la vida del país. Precisamente una de las funciones que con
mayor énfasis ha desarrollado el Secretario General del Partido
Comunista de Cuba es la exposición detallada de sus méritos para
singularizar la ``legitimidad de origen'', con la publicación de un
primer volumen de lo que podrían considerarse sus memorias, de 896 páginas.
Con Fidel Castro acaparando la función ideológica y convertido en el
máximo representante de la ``legitimidad de origen'', está obligando a
su hermano menor a ejemplificar que es cierto su señalado pragmatismo, y
a demostrar su eficiencia en el terreno de la ``legitimidad de
ejercicio'', la cual tendría que ser definida por los logros en
conseguir cierto avance en el nivel de vida de la población, alcanzado
mediante la inversión extranjera adecuada y una limitada liberalización
económica. Pero estos aspectos continúan en buena medida sin ser
definidos, tras la frustración a consecuencia de que las esperanzas
despertadas tras su discurso de aceptación del mando, y las primeras
medidas de cambios económicos, no han continuado a un ritmo creciente
sino todo lo contrario: se han detenido.
Cuba sigue esgrimiendo el argumento de plaza sitiada, y hasta ahora ha
contado con el ``apoyo'' del gobierno norteamericano, empecinado en las
presiones económicas, que fundamentalmente afectan al ciudadano de a
pie, no importa donde viva. Es de esperar que el gobierno de Barack
Obama se decida a avanzar en una política más sensata hacia la isla en
su totalidad, y no sólo en los vínculos entre gobiernos. Resulta
contradictorio alentar el desarrollo de una sociedad civil en Cuba, y al
mismo tiempo propiciar el aislamiento. No es nada agradable, pero cada
vez más resulta evidente que las alternativas para Cuba son entre la
estabilidad y el caos, y nadie en Washington quiere una situación
caótica a noventa millas de Estados Unidos.
http://www.elnuevoherald.com/2010/08/09/v-fullstory/779854/alejandro-armengol-entre-pekin.html
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